En 1929, y editado por Manuel Gleizer, apareció Megáfono, un film de la literatura mendocina de hoy, libro que nos permite asomarnos a lo que fue la vanguardia poética en Mendoza. En efecto, los años que van desde 1925 a 1929 son fundamentales para la historia literaria mendocina, ya que en ese período se editan libros que, al decir de Arturo A. Roig, abren líneas fundamentales para el desarrollo de la literatura en Mendoza, dentro de una común “voluntad de región”. El filósofo menciona cuatro, dos de ellas que atañen a la prosa: la narrativa de inspiración folklórica y la novela de intención social; y dos que se refieren a la lírica: el sencillismo regionalista, y la que nos interesa especialmente en este caso, cual es la poesía de vanguardia.
Como señala Gloria Videla de Rivero en “Notas sobre la literatura de vanguardia en Mendoza: el grupo Megáfono”: “Aunque con cierto retraso con respecto al grupo martinfierrista, principal representante de los ‘ismos’’ literarios en Buenos Aires, surge en Mendoza hacia 1927 un movimiento literario que designaremos con el nombre, de ‘Megáfono’, ya que bajo este título se emitió una ‘revista oral’, a partir de 1928 y se editó un libro representativo de las tendencias literarias del grupo, en 1929″ (1985, p. 189).
Este movimiento de vanguardia, que surge algo más tardíamente -como señala la investigadora- que el vanguardismo porteño, no se nutrió tanto de este, sino del contacto mantenido con autores chilenos (recordemos que tanto por geografía como por historia, Mendoza se encuentra muy vinculada al país trasandino; en algunas épocas, más que a Buenos Aires).
Por su parte, Ricardo Tudela, como también recuerda Videla de Rivero, reclama para sí la paternidad de la nueva corriente en Mendoza , en “Ubicación de un destino”, especie de “autobiografía lírica” incluida en El inquilino de la soledad (1929) abunda en reflexiones acerca del arte nuevo, a la vez que afirma las bases de su vitalismo “irracionalista”, en afirmaciones tales como las siguientes: “El lirismo nuevo […] es una entraña vital que el instinto estético solea en las carreteras del regocijo penoso” (1929, p. 14); “Un llamamiento-signo transfigura todo esfuerzo en los racimos dinámicos. ¡Es tiempo nuevo, camaradas!” (1929, p. 16); “la pupila nueva ha logrado nuevos penetramientos, certezas más amigables, percepciones cósmicas sutiles. Nuestro arte que viene alígero y recio debe poblarse de sentidos para para captar el misterio de la vida esotérica y perenne”
Además de encontrar aquí palabras y conceptos que luego se reiterarán a lo largo de toda la obra de Tudela, se distingue el léxico característico de la vanguardia, en su alusión, por ejemplo, al movimiento, al dinamismo, “el apresuramiento de las hélices y motores y un desasosiego de mil kilómetros por hora. Cenestesia, euforia, dinámica férvida” (1929, p. 26).
Gloria Videla de Rivero comenta el modo en que Megáfono se hacía oír: por ejemplo, con motivo de realizarse la tercera edición de la revista el 24 de mayo de 1928, en el diario Los Andes, aparecía la siguiente noticia: “Esta tarde, a las 18 horas, será dado a conocer el tercer número de la Revista oral ‘Megáfono’, creada por un grupo de jóvenes cultores de las letras”. Entre los participantes se menciona a Alfredo Bufano, a Ricardo Tudela y Enrique Migliorelli”; igualmente se menciona una “Sección bibliográfica”, en la cual Serafín Ortega reseñaría el libro Literaturas europeas de vanguardia, de Guillermo de Torre. Además, habría recitación de monólogos teatrales y “números de guitarra” por C. M. Ocampo. Se informa además que el acto tendría lugar en la sede de la Asociación de la Prensa, en Avda. España 1169, con entrada libre (cf. Videla de Rivero, 1985, p. 196).
En cuanto al volumen publicado en 1929, en la página introductoria titulada -precisamente- “Megáfono” y firmada por “El Editor”, se afirma que “Mendoza reúne, sin duda, el más nutrido y representativo conjunto de escritores del interior, labor parcialmente conocida en lo que tiene de individual y muy poco en su significación colectiva y en sus aportaciones al presente estético argentino” (p. 7).
Tal el motivo por el que surge, entonces, el libro, en el que “podrá percibirse el espíritu constructivo y el anhelo de superaciones, común denominador de estas diferenciadas valencias. No es una antología ni una selección. Contiene composiciones de los componentes de un grupo que han aceptado engrosar el volumen” (p. 8).
Se incluyen por orden alfabético poemas o prosas de Emilio Antonio Abril, Luis Dalla Torre Vicuña, Vicente Nacarato, Serafín Bernardo Ortega, José E. Peire, Guillermo Petra Sierralta, Jorge Enrique Ramponi, Ricardo Setaro y Ricardo Tudela, junto con caricaturas de cada autor, obra de Carlos Varas Gazari y Alberto Ugalde Portela.
Si bien cada uno de los textos exhibe -podría decirse- un grado de “vanguardismo” distinto, en conjunto constituyen un digno muestrario de lo que fue en Mendoza este movimiento artístico, denominado genéricamente como “vanguardia” y que hace de la renovación estética y el culto de la imagen poética o metáfora, su principal bandera.
En tal sentido, quizás algunas de las páginas más memorables de esta publicación sean las que incluyen poemas de Ramponi, uno de los más grandes poetas mendocinos. Así por ejemplo el brevísimo texto titulado “Verano”, que el autor incluye también en su Colores del júbilo: “En el arco de la lona, La aguda flecha de un álamo: / El paisaje acecha su vuelo / De nubes en el cielo árido. / Fruto de oro, el estío / Pende en el árbol del tiempo, / Al amor de una aleluya / Monosílaba de élitros” (p. 69).
Dentro de las prosas de corte ensayístico que aparecen en este “film” de la literatura mendocina de la época, pueden destacarse las de Guillermo Petra Sierralta, que reflexiona sobre “Pirandello: impertinencia de un espectador” (pp. 57-63) o el esbozo de biografía humorística realizada por Ricardo Setaro, titulada “Gumersindo Dadá, el no determinista” (pp.73-79).
Tudela, por su parte, ofrece textos titulados “Soliloquio de la ausencia activa”; “Tú sin tú”; “Campanil sonoro” y “La vergüenza del pesebre” (pp. 81-91), en los que se advierten claramente algunos de los rasgos que luego se extremarán en sus ensayos, como por ejemplo El inquilino de la soledad (1929), en el tono exaltado y lírico con que expone sus originales reflexiones, fruto de lo que la crítica ha denominado su “vitalismo irracionalista”, de las que cito casi al azar: “llena de zaguanes vendrá la razón a decirte que no sueñes tanto. Déjala que entre, y quédate en la calle. La vida te espera porque ayer le dijiste una palabra de amor” (p. 87).