De vez en cuando… en Mendoza

De vez en cuando…  en Mendoza

Suena Serrat, una mañana invernal como tantas otras, el sol ingresa por la ventana y Joan le da ese dejo de esperanza, quizá, que ese de vez en cuando pueda ser hoy…:

"De vez en cuando la vida nos besa en la boca y a colores se despliega como un atlas, nos pasea por las calles en volandas, y nos sentimos en buenas manos; se hace de nuestra medida, coge nuestro paso y saca un conejo de la vieja chistera y uno es feliz como el niño cuando sale de la escuela.

De vez en cuando la vida toma conmigo café y está tan bonita que da gusto verla. Se suelta el pelo y me invita a salir con ella a escena.

De vez en cuando la vida se nos brinda en cueros y nos regala un sueño tan escurridizo que hay que andarlo de puntillas por no romper el hechizo.

De vez en cuando la vida afina con el pincel: se nos eriza la piel y faltan palabras para nombrar lo que ofrece a los que saben usarla.

De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa, chupando un palo sentados sobre una calabaza."
 
¿Y por qué no? Es de vez en cuando… quién no experimentó ese guiño sutil, ese instante que marca el presente efímero y que se siente en las entrañas y engorda las hojas del libro de los recuerdos. En esta oportunidad pensamos en esas situaciones simples, sencillas que nos pueden haber ocurrido en Mendoza -en la misma que vivimos, trabajamos, estudiamos, pasamos los días con sus noches, y tanta veces las vemos como una escenografía de cartón-.

A esos destellos escurridizos apelamos. A la noche más estrellada en la laguna del Diamante en la que agua y cielo se funden y el viento helado tira en jirones la piel, y mágicamente nos sentimos vivos, en lo más alto o en lo más íntimo. A un día de otoño camino a la facu atravesando el Parque General San Martín, donde indefectiblemente hay que perderse en las tonalidades, huir de la realidad y robar un beso.

A pasear por la Payunia y volar en el tiempo millones de años atrás, al origen, y sentirse gratificado de ser testigos como en una película que avanza rápidamente de lo que el planeta dejó su superficie, después del fuego, en las postrimerías. La sensación plácida de tomar un vino en el Valle de Uco, ni el mejor, ni el más caro, ese que se da el lujo de hacer lucir la magna cordillera y nos invita a paladearla.

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