Mi pasado (y mi papá) me condena(n)

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Quien podría aconsejarle a Mauricio Macri qué hacer con su padre Franco es Carlos Grosso, quien hoy colabora con el presidente como operador en las sombras.

Grosso, previo a convertirse en uno de los políticos más brillantes de la renovación peronista de los 80, fue el principal CEO del grupo Macri antes del advenimiento de la democracia, cuando Mauricio daba sus primeros pasos empresariales junto a su papá.

Fortalecido empresarialmente durante los años de la dictadura (junto al resto de los grupos económicos que crecieron al calor de los apoyos brindados por Martínez de Hoz para crear una “nueva burguesía” que se hiciera cargo de los negocios del “nuevo país” que intentaron forjar los militares y sus aliados civiles), Franco se dio cuenta, en los advenimientos democráticos, que ya no podría ser capitalista amigo de los que lo beneficiaron desde el poder, sino que tendría que empezar a ser capitalista amigo de los que venían a suplantarlos, para poder continuar con sus negocios. Necesitaba un blanqueo. Por eso recibió con beneplácito la intención de Carlos Grosso de lanzarse al fuero político democrático. “Ve con Dios, hijo” debe haberle dicho Franco a Grosso. Y éste fue.

En los inicios de la era menemista, Carlos Grosso llegó a ser intendente de la Capital, pero al poco tiempo todo lo que construyó en los 80 se le vino abajo. No haberse sabido librar de los nexos económicos que las empresas de Macri mantenían con el gobierno porteño fue una de las principales causas de su caída. Nunca jamás pudo demostrar independencia política ni económica de su anterior papá patrón. Y entonces el imperio Macri se lo llevó puesto al hijo Grosso, mientras que el imperio siguió viviendo, ahora más amigo que capitalista de Carlos Menem.

Porque Franco, más que un empresario, es un contratista del Estado. Como casi todos los empresarios argentinos. Un tipo de capitalista amigo o amigote de quien esté arriba. Que cada vez que alguien cae y otro sube salta el cerco con una facilidad sorprendente. Fue precisamente para evitar eso que Néstor Kirchner intentó reemplazar los poco fiables capitalistas amigos por meros testaferros. Vale decir, empleados disfrazados de empresarios que le administraran bienes estatales que Néstor consideraba suyos. Que eso fueron Lázaro Báez y Cristóbal López, entre otros, una mutación aún peor de los capitalistas prebendarios. Que no tuvo demasiado éxito porque Néstor se murió antes de consolidar a sus deformes criaturas.

El caso del Correo es la metáfora perfecta de ese momento de transición entre Menem y Kirchner, que demuestra la absoluta continuidad entre ambos modelos peronistas, más allá de que se consideraran ideológicamente opuestos. Para este tipo de capitalismo, el de Macri, menemismo y kirchnerismo se complementaron en el sentido de beneficiarlo siempre.

El Correo, Menem se lo dio a los Macri con la lógica de sus privatizaciones póstumas, como una prebenda. Con la idea de que si le iba bien todo quedaría para los concesionarios y si le iba mal todo el quebranto sería para el Estado. Lo cierto es que -le haya ido bien o mal- al año Franco dejó de pagar el canon. Y luego el Estado, ya kirchnerista, se lo expropió, con lo que le dio pie para iniciar un juicio.

De ese modo Franco -gracias a la Ley de Quiebras- se quedó debiendo una deuda sin indexación por el canon que no pagó, mientras que por la expropiación le inició un juicio al Estado para cobrar una deuda con indexación. Negocio redondo.

Durante la era K, en particular desde que Mauricio se convirtió en jefe de la Capital, a cambio de hablar mal de su hijo, a Franco le difirieron el cobro del canon adeudado, por lo menos hasta que le saliera el juicio por la expropiación, con el cual podría pagar lo adeudado y quedarse con un jugoso vuelto.

Luego llegaría el acuerdo entre padre e hijo cuando éste llegó a presidente. Un acuerdo que, dicen, el hijo no sabía que se había hecho (?). Un acuerdo que era imposible que saliera bien porque su gobierno no lo podía hacer, aunque quizá tampoco lo podía dejar de hacer. Con lo cual la cuestión ya deja de pasar por la política o los negocios para devenir casi enteramente en los terrenos del psicoanálisis freudiano y de la tragedia griega. Es este el preciso momento en que Grosso, el primer “hijo” destruido por su padre político, debería aconsejarle al hijo legítimo, para que no le ocurra lo mismo que le pasó a él.

Mauricio ha devenido un hombre de dos reinos. En un momento de su vida, apesadumbrado por un padre que no lo dejaba crecer sino como clon suyo, decidió intentar crear un reino propio. Y fue tanta la desesperación por separarse que llegó al máximo posible de diferencia, o al lugar donde se le demandará el máximo posible de diferencia con su anterior reino, la Presidencia de la Nación. Un reino donde, al arribar, Mauricio pensó que al fin allí se libraría de la sombra paterna. Pero ni aun allí sería así. La sombra seguiría persiguiéndolo con más saña aún.

El peor enemigo objetivo de Mauricio no es Cristina ni el resto de los opositores, sino su pasado. Y la máxima expresión de su pasado es su padre. Separarse de ese padre es muy difícil, porque es un padre que siempre quiso matar al hijo si no era su copia. No fue Don Vito Corleone que quería que su hijo fuera político para lavarse y lavar la mugre de la familia. Don Vito quería liberarlo de la condena de la herencia, sólo que el hijo, Michael Corleone, se dio cuenta que de esa herencia jamás podía liberarse, por lo tanto decidió ser aún peor que Don Vito.

La saga de los Macri es una tragedia similar pero con los papeles cambiados. Acá Don Franco siempre creyó, como Michael Corleone, que el hijo más inteligente debe servir para continuar al padre y no para negarlo o matarlo. Mientras que Mauricio, como Don Vito, quiso separarse para ser él mismo y encontrar la respetabilidad que su padre jamás le daría, ni en público ni en privado. Por eso decidió alejarse lo más posible para no tener que matarlo. Pero el destino, como lo enseña magníficamente bien la saga de “El Padrino”, siempre se termina imponiendo como a él le viene en ganas, más allá de la voluntad humana.

Ahora los dos están en graves problemas porque al padre le interesan más los negocios que la trascendencia familiar a partir del pase a la historia que su hijo intenta desesperadamente lograr para poder desligarse del padre que sigue queriendo matar al hijo.

Lo lógico y normal es que el hijo quiera “matar” al padre para poder ser él mismo. Pero no es lógico ni normal que el padre quiera “matar” al hijo para que éste siga siendo su propiedad. Sin embargo, estamos frente a uno de esos casos.

Franco no quiso que Mauricio lo molestara en los negocios con los K, y ahora quiere que Mauricio haga desde la política lo mismo que él hizo desde los negocios. Pero ocurre que querer Franco que Mauricio haga desde la política lo mismo que él hace desde los negocios, es la forma de matarlo. Por lo que a Mauricio no le queda otra que hacerle al padre lo que el padre le quiere hacer a él. Y nadie, ni él mismo, sabe si podrá. O si querrá. Todo hombre es él y sus circunstancias, pero para poder ser definitivamente él mismo, Mauricio deberá dejar de ser Franco. Y Franco no lo dejará.

El final está abierto.

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