Mentime que me gusta

Hay una sola manera de evitar que las mentiras crezcan en las personas como olas de un tsunami: ser intolerantes con las pequeñas, con las iniciales. No dar oportunidad a que estas, de tantas y groseras, terminen anestesiando el cerebro.

Por Leo Rearte - lrearte@losandes.com.ar

1. Se sabe que mientras en algunos países los políticos juegan al ajedrez, aquí lo hacen al truco. La mentira no es un defecto "descalificante" para nuestros dirigentes, como sí lo es (o ha sido) en otras sociedades. (Digo ha sido, porque, por ejemplo, Estados Unidos pasó de echar a un presidente por espiar y mentir... a estar cerca de elegir a Donald Trump. O de ungir a Hillary Clinton, que tampoco puede defender su honestidad con sobrada elegancia, a la luz de una caterva de mails que aparecieron recientemente).

En nuestra paciente Argentina (paciente en tanto paciencia, y paciente en tanto paciente de hospital), la honestidad siempre ha estado en el "debe" de nuestros funcionarios. Presidentes a los que si seguíamos no nos iban a defraudar, o algunos que no pudieron sostener el blanco de sus patrimonios o la dignidad de sus cuentas bancarias, no se vieron muy preocupados a lo largo de la historia por el hecho de que su sinceridad pueda haberse manchado (o mejor dicho, enchastrado).

Si aquí brilló el "roba pero hace", ni te digo el "miente pero es canchero, mirá qué bien que la hizo".

2. La teoría es que el hombre se acostumbra a todo. También a mentir. Todos. Al principio, falseamos la realidad sólo para quedar bien, para agradar, o para no herir los sentimientos de un tercero ("qué bien te queda ese peinado nuevo", "siempre supe que lo ibas a lograr", "no sos vos, soy yo"). Luego, nuestro cerebro se acomoda a ese escozor temprano que nos provoca decir algo que sabemos que no se corresponde con los hechos fácticos. Y al final, hasta disfrutamos de vivir en un mundo de ficción autofabricada.

La ciencia explica así cómo llegamos a que, por ejemplo, los políticos te mientan en seco, sin que se les mueva un músculo de su rostro pétreo. La mentira es como una droga para ellos, al principio les pega un poco, pero después, cantidades industriales de bolazos, artimañas y trapisondas no les quita un minuto de sueño.

Se acostumbraron a mentir. Y como sucede con la droga, hasta la necesitan para evitar la abstinencia de "relato".

El The New York Times publicó los resultados de un estudio muy particular sobre esta temática. Utilizando escáneres cerebrales en un laboratorio, los investigadores comandados por la doctora Tali Sharot (una profesora asociada de neurociencia cognitiva en la University College de Londres) le pidieron a un grupo de voluntarios que mintiesen para analizar exactamente qué sucede en sus cabecitas.

La catedrática Sharot y sus colegas idearon una situación para saber si sucedía lo que la tesis del equipo sostenía: que nuestro cerebro se acostumbra a mentir. El ejercicio les permitía a los participantes obtener beneficios monetarios si mentían en casos concretos: se le pidió a un grupo que le dieran pistas falsas a un compañero que estaba en otra habitación sobre cuántos centavos había en un frasco. Si el engañado, al final del proceso, informaba mal la cantidad de dinero que había en el recipiente, los "mentirosos" recibían una pequeña compensación económica.

Cuando los sujetos cayeron en la cuenta de que no ser sinceros los beneficiaba, eran más propensos a la deshonestidad, y sus mentiras aumentaban con el paso del tiempo. Mientras las falsedades aumentaban, la respuesta de sus amígdalas disminuía. El tamaño de la disminución de una prueba a otra predijo qué tan grande sería la siguiente mentira del sujeto.

¿Qué comprobó la neurocientífica? Que llegó un punto en el que el engañar no les afectaba en absolutamente nada.

Estos hallazgos sugieren que las señales emocionales negativas inicialmente asociadas a mentir disminuyen conforme el cerebro se desensibiliza. "Es como el perfume", sostuvo la doctora en charla con el New York Times. "Compras un perfume nuevo y el aroma es intenso. Unos días después, el aroma disminuye, un mes más tarde, ya no hay aroma".

El artículo de la prestigiosa revista cosmopolita, que consultó a otros especialistas de la temática, espetó como conclusión que hay una sola manera de evitar que las mentiras crezcan en las personas como olas de un tsunami: ser intolerantes con las pequeñas, con las iniciales. No dar oportunidad a que estas, de tantas y groseras, terminen anestesiando el cerebro.

3. Qué pasa cuando la estrategia del truco es la que rige un país. Qué sucede cuando las reglas del juego de un sistema se basan en sostener mentiras para ganar confianzas y luego traicionar. Ser parte de un juego donde lo que importa no es la verdad, sino el "relato" que se pueda trazar para captar más y más voluntades, sin importar que el "relato" tenga correlato con los hechos fácticos.

¿Qué pasa? Que llegará un momento en que tanto víctima como victimario no podremos salir de esa mentira, de puro acostumbrados a la canallada que estaremos. A veces me pregunto si acaso ya no es demasiado tarde para este tipo de advertencias...

4. Tampoco nos castiguemos tanto. Esto que se llama la "post-verdad", el imperio del relato por sobre la verdad, no es un invento argentino, aunque seamos de sus más fieles practicantes. Como dijimos, la llegada de Trump a los primeros planos, marca ciertas "argentinizaciones" de la política mundial.

En la revista "The New Yorker" escribió recientemente David Remnick: "Ningún presidente está libre de mentir, incluso Lincoln. Pero lo de Trump no es tanto una lucha contra la verdad como un intento de estrangularla. Miente para eludirla. Miente para generar polémica. Miente para promocionarse y pavonearse. A veces parece que miente solo por el placer de hacerlo. Usa teorías conspirativas que posiblemente no cree ni él mismo y hace promesas grotescas que no podrá cumplir. Cuando lo descubren, cambia de tema o hace la mentira más grande".

5. "En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario", dicen que dijo George Orwell. Pero nadie sabe a ciencia cierta si la frase es apócrifa. Probablemente sea una cita falsa.

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