Me tiene podrido mi facebook

Es un conventillo 2.0, donde tus amigos se han dividido en dos bandos y entre ellos se están matando. Tribunas de autocelebración e insulto revoleado.

Por Leo Rearte - lrearte@losandes.com.ar

En ese conventillo se mezcla el calefón con la Biblia. Mientras vas por sus pasillos atestados, alguien te quiere vender un jueguito de mierda para el iPhone, otro te frena para mostrarte las fotos del cumple de 15 de su hija y, encima, de las ventanas más lejanas, otros ciudadanos del complejo te solicitan insistentemente que los aceptés, en tu cuadra, como amigo. Nunca falta el chistoso. El que te cuenta uno de rengos o de mancos, o el que pega una carcajada con un blooper demasiado parecido al que ya viste, tantas veces, desde la época del tiragomas de Tinelli a la fecha. La mayoría, no sé por qué, sólo se dedica a repetir, sea verdad o mentira, lo que dijeron otros y a sacar fotos a su gato.

El conventillo es extraño. Extraño y esquizofrénico. A ver si puedo explicarlo. Supuestamente allí viven mis amigos (o tus amigos) y yo (o vos). Pero, en todo caso, estamos hablando de una amistad módica o poco transitiva. Lo digo más fácil: tus "amigos" de toda la vida se han dividido en dos bandos... y entre ellos se están "matando". A vos te toca decidir de qué lado estás y si no lo decidís vos, ellos solitos te ubican.

A veces, el conventillo tiene tanto de autocelebración e insulto revoleado, de un bando al otro, que parecería una cancha de fútbol, si es que en los estadios hubiera tribuna visitante, y si en vez de cantitos los duelos fueran a perorata, larga y tediosa en el mayor de los casos. Pero sí, tienen mucho en común la hinchada y ésta para nada amable "vecindad"; entre ellos se creen los mejores del mundo y desean abiertamente lo peor al que tienen en los tablones de enfrente. La primera de todas las ignorancias es estar seguro de tener la razón.

Ese conventillo es mi Facebook y me tiene podrido mi Facebook.

No me malinterprete, no estoy en contra de las redes. Sé que su fortaleza como herramienta de comunicación es innegable y todas esas pavadas que se dicen siempre... Lo sé. Lo que yo digo es que "mi Facebook" me tiene podrido. Que caigo en sus redes a diario, que no puedo evitarlo, como quien odia tener que atravesar Costanera y José Vicente Zapata en hora pico. Lo tiene harto, pero no puede renunciar a pasar por allí, y darle a la bocina, al acelere y a la frenada, y a respirar todo ese smog.

También sé que ni vos, ni él, ni yo, ni ninguno de los miembros de los dos bandos que gritan en esa web o app, va a salir indemne de tanto Facebook. Como que de repente, los seres humanos tuvimos que aprender a ser redactores cotidianos de nuestro propio relato. Nos tuvimos que convertir en marketineros de nosotros mismos, narradores de felicidades verdaderas o inventadas, porque en ese conventillo 2.0 todos esgrimen (y comparan) sus respectivas felicidades. Así es, una silenciosa guerra para ver quién tiene la felicidad más larga.

Aquellos que viven en Facebook (para muchos, entrar en internet es estar en Facebook) configuran su vida en tanto que capítulos para ser posteados. Otro tanto sucede con las opiniones. Mucha gente no sabe que Facebook, en realidad, no te muestra todo lo que hacen o dicen tus amigos. El algoritmo del señor Zuckerberg teje una selección de los supuestos mejores contenidos para vos. Por lo tanto, estarás más al tanto de aquellos posts de las personas con las que solés interactuar. Podría decirse que cada uno de nosotros va armando su propio 678, donde opina de aquello que seguramente sus "amigos" frecuentes quieren escuchar, un caldo de comentarios endogámicos que no hacen más que fortalecer esa cápsula. Es decir, que si yo soy del Rojo, y sólo interactúo con los de Independiente, rara vez me leerán los de Racing. Me armo fácilmente mi propio entorno de aplaudidores. Los psicólogos dirán en qué proporción nos envalentona más para ir a una guerra desbocada contra el otro bando, creernos en un mismo y populoso clan de gente que opina igual.

Por otro lado, lo que nunca hay que olvidar es que Facebook o Google o Instagram o esa nueva red social que en este momento están terminando de programar en una oficina de Silicon Valley, todas ellas, en el fondo, son maneras de juntarnos y sacarnos información, para después sí ofrecernos publicidad pertinente. No hay que espantarse por esto, sólo saber que nosotros no estamos consumiendo un producto. Saber que nosotros somos el producto.

De paso, entender que no seremos los mismos después de tanto Facebook después de amasar nuestra vida como si fuera plastilina, tras 5 millones de años de evolución y hacerla entrar, como sea, en esa asfixiante habitación del conventillo.

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