La Argentina, entre el miedo y el cambio

Cuando nos resignamos a vivir sólo entre el presente y el pasado, dejando de lado el futuro y los proyectos, porque desde el poder nos imponen el miedo al cambio, es cuando tragedias como la del fiscal Nisman nos hacen pensar que luchar contra el miedo y

Después de la debacle de 2001-2 la Argentina se re-encontró como quizá no lo hacía desde 1820 con uno de los males más temidos por sus habitantes: la anarquía, ese crucial y tremendo momento histórico en que nos quedamos sin gobierno y desesperados frente a un estado de cosas a punto de estallar, sin que nadie pueda ponerse al frente y enfrente la crisis.

Pasado ya bastante tiempo de ese verano caliente donde la Argentina pareció saltar por los aires, la anarquía hoy es cosa del pasado, pero las sensaciones que la misma dejó en nuestros espíritus no terminan de evaporarse del todo. Y cuando ocurren situaciones como la muerte del fiscal Nismam, todo lo malo parece volver a revivir.

Por eso aún hoy sigue siendo posible que algunos políticos oportunistas se aprovechen de nuestro miedo al regreso de aquel tiempo terrible de la anarquía, para sugerirnos que todo cambio trae consigo el peligro del estallido. Entonces la única alternativa que nos dejan es la de optar por que nada cambie ante el riesgo de que cualquier cambio nos haga involucionar.

Los argentinos estamos cansados de que nos digan que todas las elecciones políticas se dirimen entre una confirmación plena del presente versus el retorno a 2001-2, con lo cual las élites gobernantes se aseguran que nada cambie, simplemente porque la opción del futuro no está contemplada como posibilidad. O un eterno presente o un regreso al peor de los pasados.

Y esa estrategia más de una vez ha dado resultado porque el miedo sigue latiendo en medio de nuestras desconfianzas hacia casi toda la política y los políticos en general. Preferimos entonces lo malo conocido antes que atrevernos a conocer algo nuevo, con lo cual siempre nos quedamos en el mismo lugar, lo que es algo parecido a retroceder precisamente por obedecer a los que nos proponen no cambiar nada.

La Argentina y los argentinos supimos superar el peor momento de nuestra renovada democracia dentro del respeto a las instituciones, sin volver a las anteriores rupturas del orden constitucional. Si supimos hacer eso cuando todo parecía sucumbir, con mucha más razón podremos atrevernos a elegir entre opciones diferentes aún con los muchos riesgos que todo cambio importante presupone.

La democracia se corroe por dentro si no admite alternativas plurales que compitan por el poder y que, en la medida de lo posible, se intercalen lo más posible en el ejercicio del gobierno para que el país no consolide oligarquías por el mero paso del tiempo o pensamientos únicos que desprecian todos los demás, como más de una vez hemos visto en estos años. Es esa quizá la mayor razón para siempre apostar al cambio.

Incluso cuando se está conforme con la opción que gobierna, la propensión al cambio obligará a estos gobernantes a mejorar, mientras que si logran imponer en nuestros ánimos el miedo a todo cambio, harán las cosas peores persuadidos de que el pueblo cada vez les exigirá menos.

Las élites tienden al conformismo si el pueblo no las obliga al cambio, por eso es determinante que en estos momentos en que los temores vuelven a aparecer con el regreso del crimen político a la Argentina, que los ciudadanos obliguemos a nuestros representantes a presentar la mayor y mejor cantidad de opciones posibles a fin de que podamos elegir con total libertad y no sólo al que se supone el menos peor.

En síntesis, que hay que perderle el miedo al miedo, sobre todo cuando el miedo nos impide animarnos a apostar al cambio, sin el cual los seres humanos aún estaríamos viviendo en la era de las cavernas.

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