El cuerpo de Cristina

De cómo las enfermedades que sufre el cuerpo de Cristina Fernández tienen tanto que ver con las enfermedades nacionales. Cristina encarna, como nadie, a un país en plena crisis.

El cuerpo de Cristina
El cuerpo de Cristina

La democracia argentina nacida en 1983 viene escapando a la tragedia de los anteriores experimentos similares desde que se proclamó la ley Sáenz Peña; mientras todos ellos fueron acabados con un golpe de Estado, la etapa democrática que vivimos actualmente parece haber dejado de lado esa sistemática maldición.

Sus más de 30 años de sólida existencia en lo institucional (a pesar de los infinitos intentos por banalizar o desinstitucionalizar las instituciones desde dentro del sistema) son una novedad histórica que algún día habrá que sumar entre las pocas cosas positivas de nuestra evolución histórica. Sin embargo, ese árbol con raíces bien plantadas no pudo aún evitar la permanente decadencia que nos asola desde siempre, esa extraña decadencia que surgió sin que hubiera habido previamente ningún apogeo culminado.

En ese sentido, salvo la primera parte de la presidencia de Alfonsín, cuando quizá se hayan construido los profundos cimientos que aún nos sostienen, a partir de allí todo anduvo mal. Se pudieron parar dos intentos de golpe de Estado pero no la hiperinflación que superó incluso a sus antecedentes.

Y la única solución que tuvimos a mano fue la de un peronismo absoluta y totalmente reversible (al contrario de lo que dice la propaganda de La Cámpora) que en 25 años giró dos veces el país ciento ochenta grados (o creó un espejismo verosímil de que lo estaba cambiando así) con lo que lo único que logró es volver al punto de partida, como si el tiempo no hubiera pasado, pero 25 años más viejos.

Un viaje increíble hacia la nada misma, frente a lo cual hoy parecemos no tener la más mínima respuesta: ni en el oficialismo, que se conforma con que las cosas queden como están, ni en la oposición, que no tiene idea de qué cambiar o para qué lado hacerlo.
Carlos Menem utilizó el Estado para privatizar todo lo público que pudo y se quedó con los restos del desguace, como quien es inquilino de una casa, la destroza y después se lleva lo que quedó en pie.

Néstor Kirchner, en cambio, reestatizó lo privatizado pero se hizo dueño privado del Estado. Siendo inquilino no se vio como tal, sino como propietario de la casa por lo que en vez de destrozarla se apoderó de ella y la puso a su nombre.

Sin el uno no hubiera existido el otro; son las dos caras de una misma moneda.  Entre ambos -como dijimos recién- giraron trescientos sesenta grados para finalmente dejarnos más o menos en el mismo lugar en el que encontraron todo. Un gatopardismo a la Argentina, en la que se cambia todo para un lado, después se vuelve todo para el otro lado y entonces se cambió todo para no cambiar nada de nada.

En síntesis, al Estado Menem lo “confrontó” como quien hace uso y abuso de algo que no es suyo. Kirchner, en cambio, se lo “apropió”, lo hizo suyo. Hasta que vino Cristina Fernández y lo “encarnó”. Ella es Él. Cristina es el Estado. Y aunque se cuidan poco entre ambos porque viven una pasión desenfrenada, enfermiza, ninguno se considera el inquilino o el dueño del otro como cuando Menem o cuando Kirchner, sino que son el uno para el otro. Son una misma sustancia, son el mismo cuerpo.

Cristina, femenina, se hizo una en su cuerpo y alma con el cuerpo y alma del Estado y la Nación. Y fue la única capaz de gestar progenie. Para eso vive limpiando el nombre del marido quien hizo todo lo que estuvo a su alcance para apropiarse indebida y privadamente de ese

Estado que ahora Cristina encarna. Como si de ese modo pudiera justificar lo injustificable de Néstor al rescatar lo malhabido para una épica trascendente y colectiva. Una falsa épica expresada en los hijos de la falsa revolución y escrita por los abuelos encargados de explicar (a los demás pero particularmente a sí mismos) que en sus viejos años mozos vivieron lo que soñaron vivir y que no vivieron lo que realmente vivieron. Ni que fueron lo que realmente fueron.

Cristina cría sus críos, cosa que Néstor jamás pudo hacer, ni con concertados ni con transversados. Lo de ella es un feudalismo progre (un autoritarismo de izquierda light pero profunda y vocacionalmente antirrepublicano) que se apropió del cuerpo de la Nación. Hoy Cristina es el país y en las enfermedades de su cuerpo se ven las enfermedades del país porque las enfermedades del país se expresan en su cuerpo, tal es el grado de somatización.

A su manera, Néstor intentó hacer lo mismo pero no de modo maternal, ni siquiera paternal. Él más bien se apropió del Estado con la convicción de que el mismo le pertenecería privadamente a quien supiera conducirlo públicamente. Una audacia que pocos, si alguien, antes que él tuvieron, al menos en tan desproporcionada magnitud. Sin embargo su naturaleza corporal le jugó en contra porque no pudo soportar ser el dueño único y exclusivo del país entero. Fue una tarea demasiado grande para un cuerpo no demasiado generoso ni tan fuerte para lo que se propuso.

Ella, en cambio, con grandes dificultades, soporta mejor tan ardua misión porque más que apropiarse del cuerpo del Estado busca fundirse con él, ser uno solo y entre ambos generar descendencia.

A ella, más que el tema de la apropiación le sienta el de la adopción, nos ha adoptado a todos, aunque no nos quiera a todos por igual, y a algunos no nos quiera absolutamente nada. Pero no por ello ceja en su instinto de madre.

Cristina expresa en su cuerpo la decadencia nacional que ni la democracia recuperada pudo ponerle fin. Casi todo el resto de la nación se ha reducido a ella: el nestorismo, el duhaldismo, la alianza, el menemismo, el último alfonsinismo, casi todo el peronismo, casi todo el país. Sin ella no hay política pero con ella, la política se enferma. Se enferma la política y se enferma ella. Sus heridas y cicatrices son las nuestras.

Nos hallamos frente a un cuerpo sin anticuerpos, rígido en lo formal, frágil en lo sustancial que cada vez necesita más cuidados porque así como Néstor confundió de manera total lo público y lo privado, en Cristina sus dolores y angustias privadas se han fusionado con los dolores y angustias nacionales, públicas.

Estamos en un momento difícil de la historia nacional en el que tenemos las enfermedades de Cristina y ella tiene nuestras enfermedades. Y no tenemos la menor idea de cómo curarlas, ni a las unas ni a las otras.

Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA