Clientelismo para todos

Los índices de desocupación se toman según la cantidad de personas que buscan trabajo y no lo encuentran. En el milagro K del empleo sin empleo, un tercio de la sociedad hoy depende del Estado clientelista, con lo que los índices terminan por ser mentiros

Clientelismo para todos
Clientelismo para todos

Por Fernando Iglesias - Periodista. Especial para  Los Andes

Entre la enorme catarata de datos parciales, distorsionados, no verificables o directamente falsos que la presidente Cristina Kirchner derramó sobre la Asamblea Legislativa hace pocas semanas, acaso el más relevante se refiera al empleo, supuesto éxito de once años de peronismo K. Según el Relato, una tragedia laboral sacude a Europa, con epicentro en España, en tanto en la Argentina que parió el peronismo kirchnerista rigen condiciones keynesianas de pleno empleo.

Sin embargo, cuando se analizan los datos del INE español y del Indec argentino (aun cuando se den por buenos estos últimos) la tasa de empleo de ambos países es similar, y ronda el 40%. En español romance, esto quiere decir que tienen empleo aproximadamente cuatro de cada diez españoles y cuatro de cada diez argentinos. ¿Cómo es que para fines de 2014 el índice desocupación español (23,7%) triplicaba y más el índice de desocupación argentino (6,9%)?

Aquí va el truco. Cuando se habla de “desocupados” todos pensamos en personas sin trabajo. Pero las estadísticas no consideran “desocupados” a las personas sin trabajo sino a las personas sin trabajo que buscan trabajo. Y los argentinos sin trabajo que buscan trabajo son muchísimos menos que los españoles sin trabajo que buscan trabajo. Según datos oficiales, de los 28.895.000 españoles que no trabajan, 5.457.000 buscan activamente empleo y por eso son considerados “desocupados”. Uno de cada cinco. Ahora bien, de los 24.705.640 argentinos que no trabajan, sólo buscan empleo -y por lo tanto, son considerados “desocupados”- 1.322.754 personas. Uno de cada dieciocho.

Los más de 23 millones de argentinos sin trabajo restantes no son considerados "desocupados" sino "inactivos". 
Por supuesto, entre ellos hay muchos menores de edad y muchos adultos que han superado la edad laboral. Pero también los hay en España, donde igualmente busca trabajo un quinto de las personas sin empleo y no una de cada dieciocho. Cuando el Indec y la Presidente mencionan a los desocupados ignoran pues, deliberadamente, a veintitrés millones de argentinos sin empleo, de los cuales unos dieciséis millones -es decir: la inmensa mayoría- están en plena edad laboral.

Una de cada dieciocho personas sin trabajo busca empleo en la Argentina, contra una de cada cinco en España. Esta, sí, es una enorme diferencia en términos de empleo. Si se ajustara este factor, si la proporción de argentinos sin trabajo que buscan trabajo fuera de uno cada cinco, como en España, el índice de desocupación en la Argentina subiría al 24,6%; contra el 23,7% de España.

Un récord de alcance mundial. Simétricamente, si la proporción de españoles sin trabajo que buscan trabajo fuera de uno cada dieciocho, como en la Argentina, el índice de desocupación en España bajaría al 6,6% y España sería considerada la joya del pleno empleo de Europa.

El desempleo argentino, además, sigue subiendo. De 6,4% a 6,9% en el índice de desocupación, y de 7,8% a 9,1% en el de subocupación, en un año. Cien mil y doscientos mil trabajadores más con problemas de empleo entre 2013 y 2014; y eso, si hemos de creerle al Indec.

También aquí las noticias son cada día peores para esa secta de populistas que han querido hacer pasar su idolatría por el Estado como una doctrina de izquierda, como si Hitler y Mussolini hubieran sido amantes del libre mercado. Por eso, al milagro K del pleno empleo sin empleo ha correspondido el de la lumpenización general de la Argentina, acometida según la doctrina del Clientelismo para Todos.

Pocos abismos más profundos que el que separa del resto de los argentinos a ese tercio de la sociedad nacional que hoy depende del Estado clientelista para satisfacer hasta la más mínima de sus necesidades. No estoy hablando solamente de la Asignación Universal por Hijo sino de todo tipo de subsidios y puestos de trabajo políticamente generados que poco y nada tiene que ver con el funcionamiento real de la economía.

En efecto, a medida que la reactivación permitida por la cirugía sin anestesia aplicada por Duhalde y Remes Lenicov en 2002 se evaporaban y el segundo Modelo peronista en dos décadas dejaba de crear puestos de trabajo, el Estado se transformó en proveedor de subsidios a la desocupación disfrazados de empleos estatales.

Para desconsuelo de quienes confunden estatismo con izquierda, quien describió tempranamente el proceso fue un tal Karl Marx; quien en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1852) describió al entonces naciente Estado clientelista de esta manera: "Un gobierno fuerte e impuestos elevados son cosas idénticas... Provocan, en todos lados, la injerencia directa del poder estatal... y crean una población desocupada que no encuentra cabida en el campo ni en las ciudades y echa mano de los cargos del Estado como de una limosna...". 
Dicho lo cual definió tempranamente al clientelismo: "La idea de una enorme burocracia, galoneada y bien cebada, es la que más agrada a este Bonaparte.

¿Y cómo no había de agradarle si se ve obligado a crear, junto a las clases reales de la sociedad, una casta artificial para la cual el mantenimiento del régimen es un problema de cuchillo y tenedor? Por eso, una de sus primeras operaciones consistió en elevar los sueldos de los funcionarios y crear nuevos cargos que ocasionen poco o ningún trabajo... Se comprende así que en un país como Francia, donde el Ejecutivo dispone de un ejército de más de medio millón de funcionarios y tiene bajo su dependencia incondicional a una masa inmensa de intereses; una Francia donde el Estado mantiene atada, fiscalizada, regulada, vigilada y tutelada a la sociedad civil, desde sus manifestaciones más amplias hasta sus vibraciones más insignificantes, de sus modalidades generales a la existencia privada de los individuos; este cuerpo parasitario adquiera, por su extraordinaria centralización, una ubicuidad, una omnisciencia y una capacidad enormes”.

"Clases reales de la sociedad", de un lado, y una "casta artificial para la cual el mantenimiento del régimen es un problema de cuchillo y tenedor", del otro. ¿Qué diría el viejo Marx si conociera a los funcionarios contratados por ese Manpower nac&pop que es La Cámpora? 
Pero veamos detenidamente las cifras de Marx: "un ejército de más de medio millón de funcionarios", dice. Y bien, la población de Francia en 1852 era de unos 37 millones.

Por lo tanto, era un 1,3% de la población francesa la que estaba empleada en el Estado francés contra los 2,4 millones de empleados estatales de la Argentina peronista de 2013, que representan un 6% de la población nacional. Y si en vez de los datos del Indec se siguen los de la consultora FIEL, los empleados públicos en la Argentina suman 3,5 millones; cerca del 9% de la población nacional. Estamos hablando de cuatro veces y media (siete veces, según FIEL) la cantidad que provocaba la indignación de Marx en tiempos de Luis Bonaparte y lo llevaba a hablar de “cuerpo parasitario”, “casta artificial” y “enorme burocracia galoneada y bien cebada”.

A los 2,4 millones de empleados estatales registrados súmense ahora los 4.070.000 receptores de la Asignación Universal por Hijo, más los de los demás planes sociales, cuyos beneficiarios son unos 14,8 millones de argentinos, recuérdese que la propia Presidente reivindica que el cuarenta por ciento de las familias argentinas reciban alguna forma de subsidios directos del Estado, que el plantel de empleados del Poder Ejecutivo Nacional se incrementó un 46% durante este gobierno, y que los nuevos empleos públicos triplican desde 2008 los puestos de trabajo creados por el sector privado y se tendrá un panorama de lo que Marx entendía por “población desocupada que no encuentra cabida y echa mano de los cargos del Estado como de una limosna” y por “Estado que mantiene atada, fiscalizada, regulada, vigilada y tutelada a la sociedad hasta sus vibraciones más insignificantes”.

En cuanto a Luis Bonaparte, la opinión de Marx es concluyente: “Un jugador tramposo [que] ha derribado no ya la monarquía sino las concesiones liberales que le habían sido arrancadas por siglos de lucha”. Palabras de notable actualidad. Después lo califica de “viejo ladino que concibe la vida histórica de los pueblos y los grandes actos de gobierno como una comedia, en el sentido vulgar de la palabra; como una mascarada en que los disfraces y las frases y gestos no son más que la careta que oculta lo mezquino, lo miserable” y dice que “abriga la convicción de que hay poderes superiores a los que ningún hombre puede resistir. Entre éstos incluye los cigarros, el champagne y el salchichón adobado”. De ahí que Luis Bonaparte, Napoleón III, fuera aclamado por sus tropas al grito de “¡Viva Napoleón y el salchichón!”.

Chapas y subsidios, para los de abajo. Automóviles y electrodomésticos en miles de cuotas, para los del medio. Todo tipo de negociados con el poder, para los de arriba. El Clientelismo para Todos implementado por el peronismo kirchnerista ha sido verdaderamente para todos. Para confirmarlo, la Presidente de los derechos ampliados acaba de aconsejar a los argentinos diciendo: “Asegúrense que ese al que voten les dé algunas cosas que les dimos todos estos años”. Toda asociación entre el salchichón napoleónico y el choripán nac&pop corre por cuenta del lector.

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