La vitivinicultura define a Mendoza no sólo por su actividad económica, sino también cultural y políticamente. Logró trascender todos los estratos sociales para acentuar nuestro corte progresista, de ganarle espacio a las piedras y a la arena. La actividad comenzó a desarrollarse en nuestra provincia a mediados del siglo XVI, junto a los primeros asentamientos españoles, luego de que Pedro del Castillo fundará la ciudad en 1561.
Desde los alrededores de aquella ciudadela la actividad se fue extendiendo por Cuyo y con el vino nuevo alcanzando los mercados de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. Entre fines del siglo XVI y las primeras décadas del XVII, se construyen las primeras bodegas, en una ciudad que no sobrepasaba las 60 familias. Entre ellas, el establecimiento de Alonso de Reinoso, que llegó procedente de Chile y fue un gran impulsor de la agricultura y de la industria, su bodega tenía una capacidad de 5.500 litros.
El primer gigante de nuestra industria fue don Alonso de Videla, que en 1618 construyó un establecimiento con capacidad para 75.000 litros de vino y en el que trabajaban 20 personas. Luego de 13 generaciones su nombre perdura en el tiempo ligado a una etiqueta que elaboró José María Videla Sáenz en homenaje a su ancestro y fundador de Mendoza, que labró en esta provincia una historia de poderosos comerciantes, productores y políticos.
De aquel universo de 20 hectáreas de viña, aproximadamente, hecho de vasijas de barro cocido y de elaboración artesanal, el vino —viajando en carretones— llegó hasta los mercados de la gobernación del Paraguay. En época colonial —donde el vino fue un actor secundario en el cruce de los Andes como un avituallamiento para la tropa libertadora—, a fines de 1820 en Mendoza se exportaban 1.000.000 de litros de vino y aguardientes; lo que representaba un crecimiento del 50% en 25 años.
De acuerdo a registros de 1827, Mendoza exportó 12.738 cargas hacia los mercados de Chile, Buenos Aires, San Luis, Córdoba y Santa Fe; casi dos tercios del volumen era vino, le seguía aguardiente, trigo, harina, frutas de orejón, jabón y cebo. En esta época, don Tomás de Godoy Cruz se destacó en la industria vitivinícola por ser el primer bodeguero en utilizar recipientes de madera en lugar de los de barro cocido.
Hacia comienzos del siglo XX, junto con la llegada del ferrocarril, Mendoza había dado un salto tecnológico abrazando la modernidad. Pasando de las bodegas de paredes de barro a las de ladrillo y techos de chapa, de las cepas de uva criolla a la competencia con las uvas francesas, principalmente el malbec, que había importado el ingeniero agrónomo francés Michel Pouget en la década de 1860. En el censo de 1895, se registraron 15.000 hectáreas de viña y 400 bodegas, que elaboraron 28.000.000 de litros de vino.
No todos los caminos fueron fáciles porque en las décadas del 30 y del 70, la vitivinicultura mendocina debió afrontar dos profundas crisis. La primera, afectada por la macroeconomía que cerró las puertas de las exportaciones y bajó los precios de los productos que se vendían al mercado interno. En 1936, se celebró la primera fiesta de la Vendimia en el Parque General San Martín.
Por la retracción del consumo, entre 1937 y 1938, se erradicaron 18.000 hectáreas de viña. En 1954, el gobierno peronista estatizó Giol para regular los mercados y el precio de la uva. Mientras que, en 1959, se creó el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) para cumplir con la función de regulador.
En el 70 la preferencia de los consumidores retrajo el mercado, creciendo las cervezas y aguas gaseosas. Los precios del vino y de la uva cayeron y arrastraron a grandes empresas, como las de Gargantini, Antonio Tomba y Arizu, que luego de ser importantes jugadores en el mercado, quebraron. Hacia la década del 80, comenzó la recuperación de la industria, apuntalando los vinos de calidad para abastecer el mercado interno y la exportación. En 2003, veinte grupos invirtieron en Mendoza cerca de U$S 145.000.000 para darle paso a una nueva vitivinicultura.
El impacto económico
La incidencia de la vitivinicultura en la provincia va mucho más allá del aspecto social, histórico y cultural. Se trata de un sector que por sí solo representa el 8% del Producto Bruto Geográfico (PBG), lo que significa que, de cada $ 100 que se producen en Mendoza, $ 8 se deben a la actividad de las bodegas o los productores vitivinícolas.
A eso se suma el “efecto derrame” que se produce en otras actividades, como es el caso del turismo, que se ve favorecido por la llegada de miles de amantes del vino, que llegan a la provincia en busca de nuevas experiencias.
No es menor tampoco el aporte que la vitivinicultura hace en el mercado laboral. Según las estadísticas del Ministerio de Trabajo de la Nación, poco más de 16.000 personas tienen empleo fijo formal en bodegas y establecimientos elaboradores.
En lo que respecta a ventas, el fuerte es sin duda el mercado interno, que capta cerca del 80% de los vinos que se producen en el país. El volumen total comercializado depende mucho de la cosecha de cada año y del estado de la economía, pero es común que se vendan entre 850 y100 millones de litros al año en el país. De ese total, un 60% corresponden al vino embotellado y un 35% al tetra-brik. El resto se reparte entre damajuana y otros envases alternativos.
En lo que respecta al mercado externo, las estadísticas oficiales publicadas por el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) muestran en la mayoría de los años ventas totales por más de U$S 900 millones, teniendo en cuenta tanto a vinos como a mostos. En casos excepcionales, como el 2021, se ha llegado a superar la barrera de los U$S 1.000 millones.
Problemas y desafíos
Como queda a la vista, la vitivinicultura tiene un peso enorme sobre Mendoza, pero pese a sus fortalezas, no escapa a los incontables problemas económicos de la coyuntura argentina. En los últimos años, un reclamo persistente de los empresarios ha sido la eliminación de las retenciones a las exportaciones, así como la baja de impuestos internos. También se repiten las quejas por el elevado costo laboral, que conduce a que una gran parte de la cadena se mueva dentro de la informalidad.
Sin embargo, para muchos referentes de la industria el gran enemigo a vencer hoy no es la crisis económica, sino la crisis hídrica.
De hecho, se están presentando propuestas de parte de los propios empresarios para que se utilicen los recursos de Portezuelo del Viento para encarar obras hídricas que favorezcan el ahorro de agua y permitan un aumento de la producción agrícola. La situación es tan grave, que algunas voces plantean que, si no se hace nada pronto, las hectáreas implantadas comenzarán a desaparecer.