En la oficina, en la calle, en la escuela, en un velorio, en la mesa de casa: la escena se repite por doquier. Todos andan con sus smartphones “comunicándose” con sus contactos y lejos del “mundo real” que los rodea. Y ese estar pendientes a este tipo de comunicación, provoca enojo y alienación.
Los reclamos por falta de atención y diálogo ya son una constante en las relaciones actuales y motivo de consulta para algunos profesionales. Lo que en un tiempo se pudo interpretar como ignorancia o desinterés hoy en día se relaciona con situaciones sociales y hasta psicológicas.
Obviamente, puede tomarse como un trastorno, pero antes de llegar a esto es importante destacar y reconocer las conductas de cada quien con su propio smartphone, ¿cómo interactuamos con ese mundo virtual?, ¿con qué frecuencia?, ¿con quién nos comunicamos?
Sin duda “muchos prefieren mantener el vínculo con sus contactos, conocidos o no, más que con las personas que tienen a su alrededor”, destaca la psicóloga Laura Giménez. Este abuso de la tecnología provoca a la larga alienación, problemas para descansar, para conciliar el sueño y “ni hablar de las relaciones sociales, ya que, no muchos toleran estar con alguien que todo el tiempo está con el teléfono en la mano”.
La solución a esta problemática no está en prohibir el uso del dispositivo, sino equilibrarlo. O sea, moderarse. El sociólogo Ricardo Fuertes dice que “si bien no cabe duda de que la comunicación interpersonal es más saludable y posibilita el vínculo real, hoy en día la sociedad está hiperconectada, generando lazos a partir de las tecnologías existentes”.
Y, a pesar de ser algo que va acorde al desarrollo humano, a veces “nos hace pensar que estamos frente a un montón de individualidades interactuando con otros a los que no se tiene enfrente, a los que no se contacta con la mirada más que de una manera totalmente mediada”.
Esto no quiere decir que esté mal, sino que “estamos frente a otro tipo de comunicación entre las personas. Algunos están dispuestos a vivir en esta nueva propuesta social, otros, resisten a como dé lugar”, añade el profesional.
¿Es alienante?
Y, ¿por qué hablamos de alienación? Porque inmiscuirnos por demás en este mundo virtual genera aislamiento y, esta transformación de conciencia “hoy en día no sólo se da y se manifiesta en una persona en particular sino en lo colectivo”, comenta Fuertes.
Según el profesional, “este cambio de conciencia genera una mutación en lo esperable de la sociedad, haciendo que aparezcan los signos de violencia e indiferencia que vemos en la actualidad”.
Por el contrario, el contacto real con las personas también es una forma de desarrollo personal, “enseña a leer entre líneas, conocer a otro a través de la información que recogemos a partir de la comunicación no verbal a diferencia de la mediada por un aparato tecnológico que carece de esta posibilidad”.
Falta de respeto
No cabe duda de que muchas personas utilizan la telefonía celular para trabajar pero, incluso en esas situaciones es indispensables aprender a poner un límite en el uso y abuso del aparato.
“Nos cuesta, pero debemos lograr la independencia laboral. Nada es tan urgente como el contacto con las personas que nos rodean y forman parte de nuestra vida y cotidianeidad”, comparte la profesional de la salud.
Asimismo, esta tecnología ha colado tan profundo en las personas que se ha llegado al punto de ignorar todo aquello que ocurre alrededor: personas, circunstancias y demás.
Lo lamentable es que “luego hablamos de respeto, cuando el estar pendientes del celular es una de las principales formas de estar en falta con los que tenemos alrededor”.
Una práctica que genera "contagio"
Siguiendo con el tema de alienación, el uso de la tecnología también distrae “y no sólo al que lo usa, sino al que está alrededor. Ejemplo de eso es cuando estamos charlando con alguien y de golpe suena el teléfono y la charla parece cambiar de dirección, porque –incluso– solemos olvidarnos de lo que estábamos hablando”, dice Laura Giménez.
Esto demuestra que, al mantener un diálogo con otros, no estamos conscientes de lo que hablamos porque no somos capaces de mantener el hilo conductor de lo que se dice, sino que permanentemente cambiamos el discurso tendiendo –al fin– charlas incoherentes y sin sentido”, profundiza la profesional.
Pensemos cuántas veces dejamos una idea “colgada” por permanecer atentos al celular. O, cuántas veces hemos dejado a alguien “con la palabra en la boca” para revisar el motivo por el que nuestro teléfono vibró. “Luego argumentamos que en la sociedad actual no se puede hablar. ¿Realmente no se puede?”, se pregunta por su parte el sociólogo consultado.
Esto refiere a cambiar conductas que, si bien se han adquirido hace muy poco han tenido el poder de calar profundamente en todas las relaciones humanas existentes.
¿Cómo atacar ahora esta conducta alienante? Conducta que, poco a poco nos está llevando a vivir al margen de todo y de todos, pero no de ese mundo virtual del que poco se sabe. Curiosamente, el uso de la telefonía celular se contagia.
O sea, “cuando alguien está usando el aparato, hace –inconscientemente- que otros también busquen su teléfono para revisar notificaciones o mensajes”, lo “tragicómico” es que muchas veces se excusan con el archi conocido “aprovecho que ves tus mensajes para hacer una llamada”.
Pero, en realidad, es contagioso y “nos hace analizar y estudiar la manera de comunicarse que tiene la sociedad actual y, por supuesto, la que se viene”, agrega Fuertes.
En fin, esta alienación refiere a algo muy simple –y grave- “nos acerca a los que tenemos lejos y nos aleja de los que tenemos cerca”, añade Giménez de manera alarmante, pues estas tecnologías ya son como una prolongación de cada ser: no salimos de casa si no llevamos el celular... y el cargador, por las dudas.
Considerado como una adicción, un trastorno, una falta de respeto, los usos se multiplican día a día en las calles, en el trabajo, en el hogar.
“Las personas están abstraídas por la tecnología y consecuencia de esto son la mala interpretación, la carencia comunicativa y los enojos fundados en la falta de interés. Literalmente, estamos ajenos a la realidad”, cierra la psicóloga.