¿Y dónde quedó la alegría?

Es el mejor estado que podemos tener y, sin embargo, parece que no pudiéramos disfrutarlo.

La alegría debe volver a nosotros.
La alegría debe volver a nosotros.

¿En dónde quedó la alegría? Che, búsquenla bien, que en algún lugar tiene que estar. Yo sé que uno no puede estar alegre por la situación que nos toca vivir, pero alguna dosis de alegría de vez en cuando nos hace muy bien.

La alegría se produce cuando algo nos sorprende buenamente un hecho, una noticia, un acontecimiento, alguna acción que otro realiza con uno, y entonces nos hace salir de adentro ese hálito de vida que se dibuja no sólo en el rostro, sino en cada una de nuestras acciones. En el día ocurren esas situaciones, no digo “frecuentemente”, porque tampoco es cuestión de andar derrochando sonrisas, pero sí varias veces para que nos sintamos bien.

Es el mejor estado que podemos tener: estar alegres. De pronto una situación jocosa, de pronto una salida ingeniosa, de pronto una sorpresa hace que nuestro estado de ánimo cambie para el lado bueno de los estados de ánimo.

No se puede estar desalegrado todo el día, eso es perder el tiempo en cosas que pueden ser importantes, pero que en la mayoría de los casos no tienen la categoría de malas noticias.

Nos ocurren cosas todos los días, que a veces dejamos pasar inadvertidamente y que serían merecedoras de un segmento de alegría. Ya el hecho de levantarse, de encarar otro día, de abrir los ojos y de saber que el mundo está ahí esperándonos, es bueno para que los ánimos se predispongan.

El hecho de tener trabajo, en estos tiempos tan duros, en ese sentido, es también un buen motivo. El trabajo da amparo y podríamos devolverle con buenas atenciones de nuestro ánimo esa posibilidad que nos ofrece la vida cotidiana.

Hablar con un amigo, aunque sea por teléfono, también debería poner en funcionamiento las “glándula alegrísticas” y provocarnos un verdadero confort interior.

En la vida cotidiana nos ocurren hechos que pueden incentivar los buenos momentos. Una buena charla con nuestra mujer, en la que coincidamos con las propuestas o los sueños, es un hecho. Estar juntos es otro de los hechos. Porque estar acompañados en una circunstancia difícil es algo que debe producirnos alegría. Entre dos que sientan lo mismo, el territorio de la sonrisa tiene lugar para ser sembrado.

Las buenas palabras, esas amables que aconsejan, que dan una opinión que coincide con la nuestra, que nos alienta a no bajar los brazos ante alguna contingencia desfavorable, también llama a la buena contemplación de los momentos.

Nosotros mismos podemos ser desparramadores de alegría y esa es una tarea que deberíamos imponernos. Tratar al otro como lo que es, un semejante, y hacerle saber que a pesar de la pandemia en nosotros siempre va a encontrar los brazos abiertos.

Usted me dirá cuesta estar alegre cuando hemos estado tantos días librados a la suerte del adentro, pero es precisamente cuando la alegría es más necesaria, porque da aliento, porque empuja a superar el problema con la mejor predisposición.

¿En dónde quedó la alegría? Pues donde sea hay que buscarla, hay que estar predispuesto a ella. Es un buen momento, tal vez con la sola presencia despertamos la alegría del otro. Que la alegría no duerma, que esté siempre vigilándonos y mostrándonos el lado pájaro de la vida.

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