Laura Yofe. “La única manera de que el dolor se transforme es mirándolo a los ojos”

Correntina de nacimiento, se instaló en Mendoza hace 25 años. Es profesora de inglés; pero se define como hacedora y emprendedora. Descubrió que su principal talento es la empatía y hoy se dedica a la decodificación bioemocional.

Laura Yofe aunque es correntina de nacimiento se siente mendocina. Foto: Mariana Villa / Los Andes
Laura Yofe aunque es correntina de nacimiento se siente mendocina. Foto: Mariana Villa / Los Andes

“Soy inquieta y ecléctica, nunca me dediqué a una sola cosa a la vez. Siempre hay algo más que quiero aprender o que quiero hacer. Soy profesora de inglés de formación, emprendedora de profesión, curiosa, apasionada, intensa, tenaz, expansiva, soñadora e idealista... Así se presenta Laura Yofe en su Instagram y así se muestra en la hora y media que duró la entrevista.

En la casa de Chacras de Coria que comparte con sus hijas -porque su hijo está en Uruguay-, las dos “guardianas” Rubita y Porá que nos reciben y sus felinos -3 hembras y un macho-, nos ofrece mate con chipá recién salidos del horno para conectarnos y sumergirnos en una charla que invita a mirarse en el espejo justo en el cambio del año calendario. ¿Chipá? Sí, porque Laura es correntina, pero confiesa, que después de pasar por otras provincias, se instaló en Mendoza y ya se considera una mendocina más. “La verdad es que es mi lugar”, dice esta mujer que hace 25 años llegó a estas tierras de montaña y vino.

“Ante todo, soy hacedora, me gusta hacer que las cosas sucedan y que dejen una huella en el corazón de quienes las atraviesan: el cumpleaños de mis hijos, las locaciones que muestren mi Mendoza en ‘Vino para robar’ o ser parte de la producción de un mega festival gastronómico, que sea inolvidable; que cuando pase el tiempo y veamos las fotos todavía recordemos la emoción que sentimos cuando estuvimos ahí, algo así como lo que sentimos cuando estamos ‘en familia’”, continúa su autodefinición, en la que resalta que se adueña de esta ciudad y de su gente.

Laura Yofe junto al staff de Vino para robar; ella fue jefa de locaciones en Mendoza. / Instagram
Laura Yofe junto al staff de Vino para robar; ella fue jefa de locaciones en Mendoza. / Instagram

Señala que el mate es su compañero siempre -de niña le ayudaba a su papá a prepararlo, aunque le empezó a gustar después en la facultad cuando entendió la esencia del compartir que conlleva-. Sin embargo, desayuna con café y prefiere el té después de practicar yoga. “Cada uno tiene su momento en mi vida. Creo que hay que escuchar al cuerpo y escuchar al otro; la infusión es un conector”, aclara.

“Empatía”, “conexión”, “sanar”, “encontrarse”, “talentos”... son los conceptos que se van repitiendo mientras cuenta cómo llegó a dedicarse a la consultoría de “Bioexistencia Consciente y Decodificacion Bioemocional”. Insiste en la necesidad de ver al síntoma como una “invitación a crear la vida que querés vivir” y en la importancia de mirar al dolor a los ojos para que se transforme porque “lo que yo resisto, persiste y lo que abrazo, me transforma; entonces cuando yo bloqueo ese dolor, bloqueo todo lo que la vida tiene para mí”.

Coincidir con esa conclusión puede resultar fácil, pero no siempre es tan simple escuchar esos síntomas y “contactar con ese dolor”. Laura admite que desde el primer síntoma hasta que hizo el clic y cambió su vida pasaron unos 15 años.

Primer síntoma y vuelta a la rutina

El primer destino de Laura recién casada -por el trabajo de su esposo- fue Posadas. Luego recaló en San Luis, donde nació Martina (que ahora tiene 25 años). Y, finalmente, desembarcó en Mendoza donde su familia se completó con Tomás (24) y Rosario (22).

Laura Yofe, disfrutando junto a sus tres hijos: Martina, Rosario y Tomás. / Instagram
Laura Yofe, disfrutando junto a sus tres hijos: Martina, Rosario y Tomás. / Instagram

Laura se había recibido de profesora de inglés, pero nunca ejerció la docencia. Sin embargo, el idioma (ser parte del 10 por ciento de la población de Argentina que habla inglés fluido) le sirvió para desempeñarse en bancos y otras actividades relacionadas con la hospitalidad, la industria vitivinícola y el comercio exterior, por ejemplo.

“Cuando mis hijos nacieron estuve muy dedicada a ellos”, describe Laura esos seis años entre que nacieron la primera y la tercera. Estaba bien así, pero aceptó trabajar en Trapiche y se metió en el mundo de la vitivinicultura, ella que hasta entonces “sólo sabía que había vino blanco y vino tinto”.

Por esa época, alrededor de 2003/2004, Laura sufrió un “trastorno temporomandibular” -dicho de manera coloquial: se le luxó la mandíbula- que debió tratar en Chile. El especialista que la atendió, a partir de un cuestionario que le hizo completar, le dijo que tenía un “severo trastorno de ansiedad” y que estaba “al borde de la depresión”. “Para mí, eso fue impactante pues yo no había registrado ansiedad ni la tristeza; no había registrado nada”, argumenta.

“Creo que hay un plan mayor: si yo no hubiera dado ese paso en la Bodega, no sé qué hubiera sido”, apunta y explica que dejó su trabajo porque se puso una agencia de turismo receptivo VIP en el 2004 “que era re de vanguardia” y le “fue bárbaro”.

Si bien actualmente tiene claro que “el síntoma está golpeando la puerta para que vos abrás y veas qué vas a hacer con eso”, en ese momento retomó el ritmo que tenía su vida, aunque con otras actividades.

Su paso por el turismo fue mutando porque ya Mendoza se fue haciendo más conocida en el nicho al que ella apuntaba. Y como ya tenía el conocimiento del cliente, se lanzó a hacer consultorías. “Hice una consultoría y con Andeluna ganamos el premio al mejor restaurante en bodega. Me ofrecieron quedarme en comercio exterior y yo necesitaba un poco de seguridad; entonces me metí en la relación de dependencia, cosa que para mí es muy difícil”, apunta sobre esa etapa en la que se separó de su marido y se convirtió en sostén de familia.

Segundo síntoma y cambio de vida

En esa vorágine de responsabilidades, viajes, hijos adolescentes, entrenamientos para participar en carreras, llegó al 2016 con un pico de estrés. Se olvidaba las cosas, por lo que pensó que era Alzheimer. El neurólogo le diagnosticó un “estresazo” y le advirtió que necesitaba una licencia psiquiátrica. “Dije no hay ninguna posibilidad, qué van a pensar de mí”, recuerda de aquella consulta en la que también se negó a que la medicaran.

“A los 15 días, volví llorando a pedir la licencia. Me tomé un mes y ahí empecé a trabajar con Julio González, que es un psicólogo colombiano que vivía en Mendoza. Psicólogo, constelador y coach. El objetivo fue ‘yo de acá me tengo que ir’, pero no podía ser de un día para el otro y pusimos un año”, apunta.

El proceso fue más rápido de lo planificado. “Eso fue en septiembre del 2016 y yo renuncié en marzo del 2017, porque en el momento en que dije ‘de acá me tengo que ir’, se me empezaron a abrir un montón de puertas”, detalla y destaca: “El universo me decía que me tenía que abrir a otras cosas y me animé”.

Ahora se sabía “libre” y que no podía volver a una oficina. “Pero se me puso re-áspero porque estaba convencida de que necesitaba ganar el dinero de forma tradicional”, admite.

Fue en 2018 que empezó a ver más nítido el camino. Tratando de ayudar a su novio, llegó a Marcela Argumedo que hace decodificación integral transgeneracional. Cuando estaba gestionando el turno de él, pidió uno para ella también.

"¿Me estás jodiendo?", el libro de Pablo Almazán que ayudó en el clic que hizo Laura Yofe. / Instagram
"¿Me estás jodiendo?", el libro de Pablo Almazán que ayudó en el clic que hizo Laura Yofe. / Instagram

Marcela me prestó el primer libro de Pablo Almazán “¿Me estás jodiendo?”. Lo empecé a leer y dije ‘esto es tremendo’. Mi novio tenía turno un viernes; yo, el lunes, y al viernes siguiente nos peleamos y nunca más nos arreglamos. Fue en 2018. Yo sentí que me quedaba en bola y a los gritos, literal”, se sincera.

La búsqueda y los talentos

Laura cuenta que a los 13/14 años practicaba control mental junto con su madre porque les “gustaban esas cosas” y le “gustaba indagar en eso”. Más adelante en el tiempo aprendió Reiki -ella y sus hijos son nivel 2-.

“Cuando el especialista me dijo que estaba al borde de la depresión, me re-impacté porque no sabía qué estaba viendo él que me llevaba a eso y qué es lo que no estaba viendo yo. Entonces empecé este caminito hacia adentro con el Reiki. Fui a una psiquiatra, estuve dos años medicada porque cuando uno empieza a contactar con ese dolor que está escondido que trae el síntoma... Imaginate que tu vida es un jenga y vos sacás la tablita de abajo y se te cae todo. Como no queremos que duela, volvemos al piloto automático”, explica.

Laura aclara que el síntoma es cualquier situación que no te permite vivir tu vida en plenitud. “Tiene una bomba emocional que lo activa”, especifica. Y retoma lo que dice quien luego se convirtió en su formador, Pablo Almazán. “Insiste en el para qué del síntoma. Y a veces pensamos que el síntoma es para que no me duela más, pero es mucho más grande: es para que empieces a crear la vida que vos querés vivir”.

En ese camino de búsqueda, recibió flores de Bach, tuvo su diagnóstico grafológico y se introdujo en el mundo de la Astrología. De hecho, desde hace más de 16 años va cada año para ver su revolución solar porque considera que la astrología es una tremenda herramienta de autoconocimiento. “La astrología no es predictiva. Te dice estos son tus talentos, éste es el mapa de tu vida, todo esto está disponible para vos ¿qué vas a hacer con esto?”, apunta.

Laura Yofe es consultora en Bioexistencia Conciente y Bioemocional. Foto: Mariana Villa / Los Andes
Laura Yofe es consultora en Bioexistencia Conciente y Bioemocional. Foto: Mariana Villa / Los Andes

Estas herramientas contribuyeron para que Laura se diera cuenta de su talento. “Me daba vergüenza cuando me decían qué hacés porque yo casi que te hago de todo. Si a mí me divierte y conecta con la gente, yo lo hago”, reconoce mientras asegura: “La empatía no es ponerse nada más en los zapatos del otro. Empatía es ponerse en el lugar del otro y hacer que el otro se sienta comprendido. Es como un pasito más: es te entiendo y te acompaño y acá estoy con vos”.

Ese 2018 que arrancaba “en bola y a los gritos” tenía una luz en el horizonte. En junio, “quebrada y con el corazón roto”, se subió al avión y llegó a Buenos Aires “por unos días para ver que era esto de Humano Puente” que tanto le resonaba. “Fui buscando resolver la carencia y terminé encontrando el propósito en mi vida. El famoso ‘para qué’ que a veces toma un tiempo comprender”, reflexiona en su Instagram. A ese encuentro dirigido por Almazán, le siguió otro más en Buenos Aires y el último en Córdoba a fines de noviembre de aquel año, donde Laura decodificó por primera vez.

“Empecé a atender muy tímidamente. Es un espacio que a mí me da absoluta satisfacción; es un espacio donde siento que tengo que estar”, reflexiona entre mates con sus ojos achinaditos.

Después del impulso que le dio la pandemia, Laura encontró en Humano Puente que hay algo mucho más grande para ella. “Me refiero a que al acompañar a personas yo encuentro el propósito en mi vida. Sabiendo que yo solo acompaño, que soy nada más que una oreja que escucha, que el que hace es el otro porque toda la información está en ustedes. Pero sí sé que cada vez que alguien viene acá tiene algo para mí también”, cierra y cuenta que sigue vinculada a la hospitalidad a través del proyecto de una manera más relajada.

Decodificar las emociones para volver a conectar

Laura Yofe explica que decodifica la emoción que no se pudo gestionar en su momento, que se activa ahora. “¿Por qué no se puede gestionar en su momento? Porque nosotros tenemos el cerebro reptiliano, que busca la supervivencia. Ese cerebro reptiliano, al momento de los dolores muy grandes que no tienen que ser tragedia, está para preservarnos”, detalla.

Ante un dolor, pensamos ‘si miro este dolor me va a doler tanto que siento que me voy a morir’. Entonces digo, lo mando al sótano, le pongo cinco candados y pienso que no está más. Pero ese dolor en el sótano es como los Gremlins, que crecían en la oscuridad. Va creciendo hasta que llega un momento que pasa algo parecido, se activa y ahí salta el síntoma, pero el síntoma en realidad es un aliado nuestro. La única manera de transformarnos es abrazando ese dolor, porque lo que yo resisto persiste y lo que abrazo me transforma. Cuando yo bloqueo ese dolor, bloqueo todo lo que la vida tiene para mí. Cuando anulamos nuestra vulnerabilidad bloqueamos la creatividad, bloqueamos la conexión con los demás, bloqueamos la empatía y nos desconectamos.”

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