La historia del mendocino que vive recluido en la montaña después de cruzar los mares y es autor de tratados sobre filosofía

Con 80 años, el mendocino Julio Ozán Lavoisier vive en su casa, alejado de todo, en La Crucecita. Hace medio siglo atravesó el Pacífico en un velero, y ha dedicado su vida a estudiar e investigar tanto las filosofías occidentales como las orientales. Sus libros son de renombre en Oriente, y -de a poco- busca hacerse conocido en Occidente.

Julio Ozán Lavoisier (80), el mendocino que es un pensador de referencia en Oriente. Foto; Ignacio Blanco / Los Andes.
Julio Ozán Lavoisier (80), el mendocino que es un pensador de referencia en Oriente. Foto; Ignacio Blanco / Los Andes.

El mendocino Julio Ozán Lavoisier cumplirá 81 años en julio, y su vida y obra son dignas de un libro, o de una película. De hecho, ya cuenta con un documental relacionado con la Tradición Hindú (The Hindu Tradition), y ha escrito ya nueve tratados filosóficos, en los que intenta hacer converger la filosofía de Oriente y de Occidente.

Julio ha escrito ocho libros ya y avanza con dos más. Sus obras, de renombre en Oriente, también buscan entrar al mundo occidental. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes.
Julio ha escrito ocho libros ya y avanza con dos más. Sus obras, de renombre en Oriente, también buscan entrar al mundo occidental. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes.

Julio pasa sus días recluido en su recóndita vivienda en La Crucecita, donde divide el tiempo entre la introspección, seguir escribiendo con vistas a sus dos próximos libros (”Las Raíces de la Moral” y “Las Raíces del Arte”), mientras trabaja en la Reserva Natural que lleva su nombre.

Como si todo esto ya no lo transformara en una figura por demás atractiva y con una vida atrapante; hace medio siglo, Ozán Lavoisier protagonizó una navegación que se extendió durante más de un año (una de tantas, a lo largo de los 12 años en que navegó) por el Océano Pacífico. Fue su primera expedición, en la que partió en noviembre de 1969 desde Chile junto a su hermano Pepe (QEPD) y que lo llevó hasta Fiyi en diciembre de 1970. Ese fue el imprevisto y forzado final de la expedición. “Nos agarró una tormenta fea, y el barco se descuajeringó entero. Estuvimos tres días enteros enfrentando la tormenta. Y el barco ya no daba más”, acotó en una entrevista con Los Andes publicada en diciembre de 2019.

Como frutilla del postre, sus libros son de renombre en India, donde es conocido también por sus conferencias. Por estos días, Julio se prepara para que su último libro, “La búsqueda de la conciencia universal” (del 2020) haga su merecido ingreso triunfal al mundo occidental también. Y es que este libro de Ozán Lavoisier ya fue publicado en la India, por una de las editoriales más importantes de Oriente (Motilal Banarsidass), y su obra es de referencia. Pero, como dice el refrán, nadie es profeta en su tierra, “especialmente en Argentina” -como dice el autor-. En ese sentido, su primer libro, escrito ya hace unos 30 años -”El Retorno de las Fuentes”-, fue publicado en España; mientras que Ozán Lavoisier, es reconocido como el primer filósofo latinoamericano publicado en la India.

Su último libro

Ya disponible en la India, solamente en inglés y de la mano de la editorial legendaria fundada en 1903 que ha permitido trazar un puente entre Oriente y Occidente; Motilal Banarsidass publicó la más reciente de sus obras, “La búsqueda de la conciencia universal”. Se trata de la misma editorial que, por ejemplo, le permitió al filólogo, indólogo y orientalista alemán -fundador de la mitología comparada-, Max Müller publicar en esa parte del mundo sus 50 tomos de espiritualidad y libros sagrados. “Esta editorial publica en particular obras hindúes y budistas; y de algunos autores destacados de occidente; como Jung, Müller y otros vinculados con la tradición índica”, destaca su amigo, Carlos Canale; realizador audiovisual que trabajó con Ozán Lavoisier en la realización de The Hindu Tradition.

Julio Ozán Lavoisier, en su remota casa de La Crucecita; frente a la reserva natural que ha creado. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes.
Julio Ozán Lavoisier, en su remota casa de La Crucecita; frente a la reserva natural que ha creado. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes.

“Más allá de las complejidades del lenguaje filosófico y las diferencias que pueden existir entre los autores que hemos visto, hay verdades simples en las que todos coinciden y que el lector debe retener en su memoria: una vida sin amor, sin bondad y sin belleza, es decir sin una aspiración que nos aleje de su lado repetitivo, tedioso, profano y animal, sin búsqueda y sin la práctica de paradigmas significativos; es una vida de miseria y, en el mejor de los casos, una pesadilla. Esta búsqueda no es tarea de intelectuales ociosos, sino de buscadores sinceros de las razones de nuestra existencia. Estas ideas, que pueden llamarse Unidad, Nirvana, Brahman o Absoluto, nos proyectan hacia el punto culminante de nuestra vida, hacia nuestra plenitud”, resume en la contratapa de su libro el referente mendocino.

Referente del hinduismo y del budismo

Desde hace tres décadas, Julio Ozán Lavoisier ha descubierto y se encuentra sumergido en la filosofía oriental. Pese a que estudió la occidental primero en Mendoza y luego en Francia, tiene más presencia en su pensamiento todo aquello que le quedó y aprendió de sus experiencias vividas. “La filosofía y los viajes van de la mano. Yo he aprendido más de los viajes que de la universidad, la naturaleza va abriendo páginas que otras cosas no. Y yo nunca viajé de turista. En los barcos llevaba una biblioteca, siempre escribiendo o leyendo”, resumió con su parsimonia característica.

Tanto con sus tratados escritos como con el documental, la intención de Ozán Lavoisier es hacer que la gente conozca la cultura hindú en Occidente. “La pobreza en India es consecuencia de 250 años de colonialismo del Islam y de 250 años de colonialismo inglés. Pero en la etapa oscura del Medioevo en Occidente, India era floreciente”, concluyó. “Julio es una persona interesada en seguir dejando cosas en este mundo, y no sacándolas”, acota casi de inmediato su amigo, Canale.

Sus viajes

Las 50.000 millas marinas que ha navegado Ozán Lavoisier al mando de veleros que él mismo compraba y acondicionaba a lo largo de 12 años equivalen a dos vueltas completas al mundo. Sin embargo, y cómo el mismo describe, nunca viajó como turista; sino que en esos viajes fue alimentando y saciando su apetito filosófico. “Nunca fui en una sola dirección. He recorrido el Atlántico y el Pacífico en diferentes direcciones”, rememoró a Los Andes el mismo año en que se cumplió medio siglo de una de las primeras y su mayor aventura: la “conquista” del Pacífico.

“Fue bastante improvisado, ya que como mendocinos no sabíamos nada de navegación. Pero un día decidimos que queríamos ver las cosas de otra manera, y se nos ocurrió la idea paradisíaca de las islas del Pacífico”, rememoró.

Tras comprar un viejo velero y reacondicionarlo, zarparon en lo que él propio Ozán Lavoisier reconoce como una aventura “un poquito alocada”. La primera parada fue, tras 40 días navegando, en las Islas Marquesas (el primer archipiélago de la Polinesia Francesa), en Hiva’Oa.

Julio, en sus años de navegante. A lo largo de 12 años recorrió 50.000 millas marinas. / Foto: julioozanlavoisier.blogspot.com
Julio, en sus años de navegante. A lo largo de 12 años recorrió 50.000 millas marinas. / Foto: julioozanlavoisier.blogspot.com

“Llevábamos algo de comida para el viaje, pero con la humedad se echó a perder. Quedaron unas verduras secas que llevábamos. Y nos la arreglábamos con la pesca”, rememoró. El panorama en esa zona hace 50 años era muy distinto al actual; y la mayoría de esas islas era remotamente conocida por algunos intrépidos expedicionarios.

“Cuando llegamos a las Islas Marquesas nos dijeron que era la primera vez que veían un barco occidental. De hecho, en la bahía a la que llegamos vivía una única familia. Y nos llenaron el barco de cocos y ananás. En todos los lugares donde estuvimos la gente nos invitaba a sus casas, aunque durante la expedición nosotros dormimos siempre en el barco”, rememoró.

La aventura continuó luego hasta el archipiélago Tuamotu, también en la Polinesia; y hasta Tahití, capital de la Polinesia Francesa. “Fue la primera gran ciudad en la que estuvimos, y vivía más gente. En Tahití estuvimos casi un mes, porque había que arreglar el velero”, siguió.

Luego de 13 meses de travesía, y cuando ya habían llegado a Fiyi, la naturaleza decidió que la primera expedición había llegado a su fin. Esa expedición que lo tuvo, por ejemplo, nadando en la superficie cuando lo sorprendieron más de cinco aletas de tiburón que lo merodeaban. Y de las que sólo tuvo una forma de zafar: nadar despacito hasta el velero.

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