Alguna vez fueron los entrañables juegos conocidos como Sims, que permitían crear casas, vecindarios y hasta ciudades completas para que un personaje virtual (avatar) en la computadora o los videojuegos pueda llevar su vida guiado por nuestras decisiones. Sin embargo, aquí no había interacción con otras personas. Luego mutó a todo un universo virtual, pero comunitario e interactivo, a través de juegos como Second Life. Esta plataforma, desde la comodidad hogareña y una computadora, permitía vivir, pasear e interactuar con otras personas sin salir de casa; también por medio de un avatar que se controlaba a gusto desde el otro lado de la pantalla y entre cuatro paredes. Una “segunda vida” que los usuarios vivían a través de sus personajes virtuales y que les permitían interactuar con otros avatar (también manejados de la misma manera) sin salir de sus casas y viviendo a través de sus personajes.
Pero esto también evolucionó –si es que le vale este término-, y de la mano de las redes sociales, las plataformas de streaming y la pandemia (con su confinamiento estricto durante los primeros meses, obligatorio al principio y voluntario después) surgió una nueva forma de vida: el “modo duende”.
Qué es el Modo Duende
A nivel internacional son varios los especialistas que han comenzado a hablar de este estilo de vida en el cual las personas encuentran una sensación de comodidad y seguridad con base en el sedentarismo, las redes sociales –para reemplazar las relaciones interpersonales-, las series y películas en las plataformas de streaming y una prolongada estadía diaria en camas y sillones; todo como reemplazo de cualquier vestigio de vida social “real” y de interacción “cara a cara”.
“Es la naturalización del Síndrome de la Cabaña, que comenzó a verse al comienzo de la pandemia, ese efecto cocoon (capullo en inglés) en que la gente cree estar a salvo y tranquila encerrada en sí misma. El detalle es que el Síndrome de la Cabaña era algo ocasional, pero con la prolongación de la pandemia y de estas costumbres, comienza a convertirse en un estilo de vida y es lo que se llama ‘Modo Duende’”, destaca el psicólogo Mario Lamagrande a Los Andes.
El teletrabajo también suele ser un condimento indispensable en este nuevo “modo duende” del que cada vez se habla más. Y que suele tener a las personas ensimismadas en computadoras y dispositivos móviles durante todo el día. Porque, cuando se cumple con el horario de trabajo –cada vez más difuso en sus límites en el contexto de home office-, cierra una aplicación o programa; pero abre otro –en las mismas herramientas- para maratonear una serie o interactuar con stories, publicaciones y otros escenarios virtuales.
“Hay una despersonalización, una falta de contacto con los demás y ya hay algo sostenido con elementos constantes, que son las plataformas de videos. Ahora lo vemos de una manera más generalizada y algo más sistemático. Ya no es una eventualidad, es más bien una rutina instalada”, refuerza Lamagrande.
Una misma muda de ropa que se usa hasta que prácticamente queda pegada al cuerpo (o da esa sensación), el regreso de esa remera cómoda, manchada y rota que siempre nos rehusamos a tirar e –incluso- una periodicidad más estirada entre baño y baño son algunas de las características del “Modo Duende” que es cada vez más omnipresente en este ya tercer año de pandemia. La mala alimentación, donde abundan los snacks o la comida rápida es otro condimento casi indispensable.
Los riesgos para las personas
Fue el tuitero inglés Dave McNamee quien le puso este nombre a esta combinación de encierro en sí mismo, con poca interacción con los demás y sedentarismo. Y lo hizo basándose en las condiciones en que, de acuerdo a las leyendas, viven los duendes: escondidos, sigilosos (casi sin llamar la atención para no ser advertidos), encerrados en sus cuevas o agujeros y saliendo lo justo y necesario para pasar desapercibidos (mientras menos gente los vea, mejor). “Goblin mode” es el nombre exacto con el que se definió a sí mismo McNamee, “un duende en la vida real” –según sus palabras- y que fue furor en las redes con este concepto y volvió a poner sobre la mesa esta problemática.
“Esta palabra se ha instalado tan rápidamente y cada vez va tomando más forma. Es lo opuesto al desarrollo y a mejorar, es convertirse en un ser extraño y en donde la casa o la habitación sea un espacio para acumular. Cada vez veo a más pacientes en esta situación. Al contar con ciertos elementos para calmar la ansiedad, no hay sentimiento de culpa por quedarse en casa, al contrario, te da la calma. De algún modo, entonces, cuando esa gente cuando sale a un boliche -por ejemplo- se encuentra en una situación donde siente la necesidad de embriagarse o intoxicarse, porque ve como algo imposible el poder estar con tanta gente”, agrega el psicólogo. Y refuerza con que el Modo Duende implica una sensación de calma y tranquilidad al estar en casa, y es un impedimento en el desarrollo de habilidades intrapersonales.
La cueva o el agujero del duende muta a una habitación –generalmente oscura, con las ventanas y cortinas cerradas y donde solamente brilla la pantalla de la computadora o del celular-, mientras que las pocas y sigilosas salidas son para recibir al repartidor que trae la comida (chatarra, por lo general) que, por supuesto, se pidió por alguna de las apps de delivery. Las fobias, la imperiosa necesidad de evitar a cualquier otra persona –que si bien siempre pudo haber sido vista como un peligro potencial, ahora se exacerbó con la pandemia- y la necesidad de regresar cuanto antes a “la cueva” son lo que marca el día a día monótono y rutinario de quienes viven en “Modo Duende”.
“Los principales inconvenientes que vienen asociados con el ‘Modo Duende’ son algunos trastornos, como las fobias -en especial agorafobias, que es el miedo a los espacios abiertos-, las crisis de angustia, los ataques de pánico y los episodios de ira. También es muy común volver a encontrar episodios depresivos. Las personas dejan de tener esperanza con las cosas o personas con quienes podría relacionarse”, sigue el psicólogo mendocino, quien agrega que estas conductas cada vez más comunes llevan a que las intervenciones clásicas del psicoanálisis resulten insuficientes, y la salida -riesgosa- sea la de recurrir a comprimidos y medicamento.
Todo se convierte en algo cíclico, como una bola de nieve que en la medida en que va rodando, se convierte en más grande. Porque esta naturalización del Síndrome de la Cabaña lleva a naturalizar situaciones en que la gente se va desesperanzando. El no encontrar a nadie lleva a las personas a confirmar que lo mejor es no salir, que es mejor quedarse.
“Un ejemplo perfecto de esta actitud es cuando te despertás a las 2 AM y te arrastrás a la cocina usando nada más que una camiseta larga para preparar un refrigerio extraño, como –por ejemplo- queso derretido con galletitas saladas. Se trata de una completa falta de estética. ¿Por qué a un duende le importaría cómo se ve? ¿Por qué le importaría la presentación?”, destacó por su parte McNamee, citado por el periódico británico The Guardian.
Mendocinos en modo duende
Fernando (no es su nombre verdadero, pero prefiere no usarlo) vive en Godoy Cruz, es programador y sonríe cuando se habla de “Modo Duende”. “Un poco los que trabajamos en esto siempre hemos tenido ese ‘Modo Duende’, hemos sido como topos”, se sincera entre risas. Gran parte de su día transcurre en la computadora, principalmente cuando trabaja. Y luego –cuando se desconecta del trabajo-, se encierra en algún juego o se conecta al Smart TV para maratonear alguna serie. “En solo un fin de semana me he terminado temporadas de series enteras, de 10 capítulos o más”, reconoce sin culpa.
En cuanto a la ropa que más ha usado en estos 3 años, enumera que no son más de “10 remeras”, el jogging o a veces un short. “Tengo la notebook en mi habitación, por lo que la saco muy poco. He llegado a estar dos semanas enteras con la misma remera y la misma ropa con la que duermo y me levanto es la que tengo puesta todo el día”, confiesa.
Fer solo deja el ‘Modo Duende’ para ir a visitar a sus padres una vez por semana –aunque ha pasado dos semanas sin ir también-, y sus salidas son por demás ocasionales. “Algún cumple de un amigo, como mucho. Pero estoy dos horas en un lugar con mucha gente y ya me empiezo a sentir incómodo”, sostiene.
Alejandra vive en Ciudad, trabaja en redes sociales y también se ha ido convirtiendo en “una duende”, aunque está intentando abandonarlo y salir de su escondite / refugio. “En el peor momento de la pandemia, un poco por miedo y otro poco por comodidad, no salía para nada. Ni siquiera para ir a ver a mi papá, que es grande y tiene muchas enfermedades de base”, rememora la joven.
Sin embargo, la pandemia y situación sanitaria fueron permitiendo ciertas flexibilizaciones hasta llegar a la actualidad, momento en que –con protocolos y cuidados- se está permitiendo una vida casi normal. Pero Ale ya le encontró el gusto a las cuatro paredes de su departamento. “Si salgo, es solamente un ratito, para pasear al perro y por la noche. Pero si puedo evitar salir, lo hago”, confiesa con algo de culpa. “Con amigas y compañeros de trabajo estamos intentando romper este modo ermitaño y la idea es hacer un after una vez por semana. Me he dado cuenta de que perdí la costumbre de salir de mi casa y no quiero que se convierta en algo fijo”, agrega.