Rafael Morán siempre tuvo buen olfato para las historias periodísticas. Conjugaba esa intuición con un abordaje sistemático y bien informado. Y en ese día de enero de 1973 el periodista de Los Andes interpretó bien el escenario: un grupo de montañistas estadounidenses con un plan ambicioso -subir el Aconcagua por el Glaciar de los Polacos- pero con cierta falta de cohesión como equipo. Morán, que tenía un interés personal en temas de montaña, sabía que encaraban un ascenso de alto compromiso, con riesgos muy concretos y para el que no parecían preparados. Por eso le pidió al fotógrafo que lo acompañaba, Pedro Suzarte, que, además de las fotos de rigor, tomara retratos individuales de cada uno de los 8 integrantes de la expedición.
Esas fotografías, tomadas en el patio del hotel Nutibara en el centro mendocino, terminarían dando la vuelta al mundo, cuando la expedición tuvo el peor desenlace y dos de sus miembros, la maestra Janet Johnson y el ingeniero John Cooper, murieron en el glaciar.
Durante 50 años, las fotos del Nutibara estuvieron entre las pocas certezas que recibieron las familias de los fallecidos (la familia Cooper aún conserva el sobre con membrete de Los Andes en el que recibió las tomas).
Exactamente qué ocurrió en el terreno complejo del glaciar andino, a más de 6.000 metros de altura, fue y sigue siendo un interrogante sin respuestas claras. Una expedición que era más una suma de intereses individuales que un equipo, un liderazgo poco definido (el guía argentino, el único con experiencia en ese terreno, se bajó del glaciar con el líder de los americanos, y un pequeño grupo en el que estaban Cooper y Johnson persistió en el ascenso, desoyendo los indicios de que la cosa se desintegraba). Inconsistencias en los relatos de los sobrevivientes y hasta una causa judicial, iniciada por un juez mendocino ante la sospecha de hechos de violencia o negligencia.
El caso ocupó portadas de diarios y revistas locales y nacionales, el expediente judicial transitó su camino y fue archivado sin conclusiones, la búsqueda de los cuerpos dio origen a la actual Patrulla de Rescate y durante el operativo se dio nombre a uno de los campamentos base del Aconcagua: Plaza Argentina.
Pero como suele ocurrir cuando no hay explicaciones o hay información contradictoria, las conjeturas, la imaginación y en última instancia el mito se adueñaron de la historia. Uno de los grandes misterios del Aconcagua. La maestra de Colorado y el ingeniero de la NASA que desaparecieron en el Glaciar de los Polacos en los 70.
Hasta que otra serie de fotografías surgió del glaciar y expuso de nuevo el caso a la luz pública.
Una serie de eventos afortunados
Los guías de montaña y los porteadores o “porters” -cuyo trabajo es acarrear hasta 20 kg en sus espaldas, a 5.000 y 6.000 metros de altura en las condiciones que toquen, para asistir a las expediciones desde el campamento base en adelante- son “habitantes estacionales” del cerro Aconcagua. Cada verano se instalan en la montaña y cumplen la valiosa tarea de velar por la seguridad y el bienestar de los miles de montañistas que ingresan al Parque Provincial para hacer trekking o intentar la cumbre. Fue a uno de ellos a quien el cerro, con algo de justicia poética, le entregó el pequeño tesoro que guardó durante 50 años.
Fue un día de sol, en febrero de 2020. Marco Calamaro, un guía de montaña y escalador, estaba trabajando como porteador para la empresa Grajales Expeditions, en la base del Glaciar de los Polacos. Calamaro divisó un brillo sobre un penitente de nieve. Era una cámara de fotos vieja, previa a la era digital, protegida por un estuche de cuero. Fue el primero de una serie de eventos afortunados
Marco bajó la cámara al campamento del que había salido, para compartir la rareza con un fotógrafo y montañista que integraba la expedición. Allí ocurrieron el segundo y el tercer evento de esta asombrosa cadena: el guía a cargo del grupo y uno de los mayores expertos del Aconcagua, Ulises Corvalán, rápidamente reconoció el nombre en el viejo rótulo en la base de la cámara: “Janet Johnson”. Era la maestra de Colorado sobre cuya desaparición había escuchado hablar durante 30 años. Así se lo hizo saber a los demás (a los gritos). El protagonista del siguiente evento fue el fotógrafo Pablo Betancourt.
Betancourt no sólo ponderó rápidamente el valor histórico del objeto que le acababan de pasar. También notó que tenía un rollo cargado, con más de 20 fotografías tomadas. Si se pudieran revelar, esas fotos podrían tener la respuesta a 50 años de misterio. El fotógrafo protegió la cámara y planeó con cuidado el próximo paso: llevar la cámara a un laboratorio especializado, de los pocos en el mundo que podrían hacer un trabajo de restauración tan delicado. Un medio de comunicación internacional podría disponer de ese tipo de recursos, y Betancourt decidió escribirle -de la nada- al periodista John Branch, del diario The New York Times. “Sí, me interesa”, fue la sorpresiva respuesta por ex Twitter (otro evento en la ya larga lista).
Pero sobrevino el incómodo lapso de la pandemia de Covid-19, y la cámara fue a parar al freezer doméstico de Betancourt. La Nikomat convivió allí con las milanesas de la familia durante muchos meses, hasta que el fotógrafo logró que la cámara llegará al remoto rincón de Canadá donde unos magos de la química lograron dar vida al puñado de fotografías tomadas en 1973.
Las imágenes son hermosas e inquietantes. No revelan nuevos datos sobre la muerte de su autora, pero sí dan cuenta de su mirada apasionada por el entorno agreste de las montañas.
Eventualmente Branch encaró una investigación a gran escala para el New York Times, que incluyó dos visitas a Mendoza y numerosas entrevistas (ubicó a los poquísimos integrantes de la expedición que aún viven, y a los rescatistas que encontraron los cuerpos).
Pero había pasado medio siglo, y el periodista se topó con una situación imprevista. El juez que había investigado el caso, Miguel Calandria Agüero, había fallecido pocos meses antes. Y la causa no existía más: la Justicia de Mendoza elimina las causas viejas que no han sido digitalizadas. La búsqueda en el Cuerpo Médico Forense también fue infructuosa.
Sí en cambio dio resultado el archivo periodístico. Los Andes aportó valiosa información de la época, desde las crónicas precisas de Morán y las fotos de Suzarte y de Germán Bustos Herrera hasta la posterior investigación judicial.
Así lo reflejó Branch en el TNYT: “En Mendoza, los medios de comunicación reportaron la historia de manera más exhaustiva y precisa. La primera noticia llegó en Los Andes el 4 de febrero: “Se teme por la vida de dos andinistas norteamericanos”, decía el titular. Había un mapa de la ruta. Dos fotografías de unos sonrientes Johnson y Cooper, tomadas en el Hotel Nutibara dos semanas antes, ocuparon un lugar destacado en la cobertura”.
The New York Times publicó la investigación en diciembre de 2023, en un multimedia digital, y en un suplemento de 16 páginas que se publicó el domingo 24 de diciembre en su edición impresa.
El informe no aventura hipótesis y se mantiene en el terreno firme de los hechos y los testimonios. Tal vez aceptar la falta de respuestas sea la mejor manera de aportar certezas a las familias de Janet Johnson y de John Cooper.