Benita, la tatarabuela que empezó la escuela a los 89 años: “Me dolía cuando me decían ignorante”

Nacida el 21 de marzo de 1935 en Agua del Chancho, San Rafael, su niñez estuvo signada por el sacrificio y el trabajo. En 2023 se decidió a romper barreras y se anotó en el Cebja 3-065 “Fortín 25 de Mayo”.

Benita empezó la escuela a los 89 años. Sus útiles escolares se mezclan con su bastón en el aula. | Foto: gentileza
Benita empezó la escuela a los 89 años. Sus útiles escolares se mezclan con su bastón en el aula. | Foto: gentileza

Benita Velázquez recuerda, como si fuera hoy, sus años de trabajo en el campo, en Agua del Chancho, San Rafael, a 45 kilómetros del pueblo más cercano. Todo estaba lejos, inaccesible. Cortaba leña y cuidaba animales desde muy chica. La escuela era una utopía: Benita no pudo aprender a leer ni escribir y así pasó toda su vida.

Pero Benita es, además de madre de seis hijos y abuela de 20 nietos, 22 bisnietos y una tataranieta, una mujer decidida, inteligente. La prueba más contundente la “rindió” en marzo de 2023, cuando decidió anotarse en un aula satélite de Capitán Montoya. Puntualmente en el Cebja 3-065 “Fortín 25 de Mayo”. Benita quiso dejar de ser analfabeta, derribar barreras y salir adelante.

Su historia es un testimonio de resiliencia y perseverancia. Nacida el 21 de marzo de 1935, creció en condiciones difíciles, en el campo. La falta de acceso a la educación la privó de la oportunidad de aprender cuando era niña. En lugar de asistir a la escuela, ayudaba a su familia cuidando animales y cortando leña para vender en el pueblo, contribuyendo así a sostenerse en tiempos de escasez y necesidad.

Pero ella jamás perdió su deseo de aprender ni la curiosidad por descubrir un mundo nuevo. En el medio pasó la vida. Una nuera la alentó a estudiar y Benita comenzó a escribir su propia historia.

Es ella misma quien lo relata a Los Andes de esta manera: “Me habían hablado que había un aula en el pueblito, que iban muchas señoras a estudiar, mi nuera me insistió mucho. Yo le respondía que para qué, que ya soy muy mayor. Pero yo sufría por no saber nada. Pero le hice caso, empecé y me gustó muchísimo”, relata.

“En mis tiempos no había escuelas cerca, éramos muy pobres. Mi vida fue muy sufrida y hemos pasado hambre. Nos trasladábamos a caballo y tardábamos mucho tiempo en llegar a cualquier destino”, repasa y agrega: “Tuve una infancia fue muy triste, pasamos muchas necesidades y hambre, vivíamos en el campo, jugaba con mis hermanos Francisco, Bernabé y Carmen”.

Sus padres, Luis y Cástula Cortés, le enseñaron desde muy chica a cuidar chivos y vacas y a cortar piquillín y jarillas en los crudos inviernos para cargar en los camiones y llevar al pueblo para vender.

Por eso, por su duro pasado y por el recuerdo imborrable y doloroso de haber sido llamada en varias ocasiones “ignorante y analfabeta”, Benita decidió cambiar la historia.

Benita, ejemplo de superación
Benita, ejemplo de superación

“Estoy muy contenta de haber comenzado a ir a la escuela. Tengo muy buenas compañeras, maestras, profesores, celadoras y una gran directora. Me siento muy valorada por todos, pero el dolor profundo en mi corazón de haber sido llamada analfabeta e ignorante no se me irá hasta que me muera”, reflexiona.

“Eso me impulsó a comenzar aprender letras y números. Eso sí, nadie me enseñó a trabajar, eso sí que no, he trabajado mucho en mi vida, no solo en el campo, sino en fábricas, con ajo y cebolla. A pesar de no saber leer ni escribir me buscaban. Siempre aconsejo a mis nietos, como también hice con mis hijos, que estudiaran, porque es muy importante para salir adelante”, continúa. “Les digo a toda la juventud que aprovechen las oportunidades que tienen así pueden tener un mejor trabajo en su vida”, dice.

Hugo, Miguel, Gabriel, Susana, María y Graciela son sus hijos, que le dieron 20 nietos, 22 bisnietos, y una tataranieta. “Todos fueron y van a la escuela”, aclara. Mónica Martínez, directora del establecimiento, resume a Los Andes: “En lugar de dejarse desanimar, Benita encontró la fuerza para enfrentar sus limitaciones y buscar el conocimiento que tanto anhelaba. Ahora, en su camino hacia la alfabetización, se siente valorada y apreciada por aquellos que la rodean en la escuela, quienes reconocen su coraje y determinación”.

“Su historia es un recordatorio inspirador de que nunca es demasiado tarde para aprender y crecer, y de que el deseo de superación puede vencer incluso las barreras más difíciles. A través de su ejemplo, nos recuerda la importancia de valorar cada oportunidad de educación y de nunca subestimar el poder transformador del conocimiento”.

Benita es alumna junto a un grupo de mamás y abuelas que están emprendiendo el desafío de adquirir sus conocimientos de lectoescritura. Bajo el acompañamiento dedicado y comprometido de la profesora Beatriz Corvalán, docente responsable del aula, este grupo de estudiantes adultas mayores está derribando barreras y enfrentando el reto de la educación con entusiasmo renovado.

“Un verdadero ejemplo para sus familias y la sociedad”, dijo Martínez. La historia de Benita y sus compañeras de aula habla a las claras de que nunca es tarde para aprender; que la edad no debe ser un obstáculo para el conocimiento y que la determinación y la convicción pueden superar cualquier desafío.

“Estas estudiantes adultas mayores nos enseñan que la educación es un derecho fundamental que debe ser garantizado para todos, en todas las etapas de la vida”, añade.

La educación permanente de jóvenes y adultos que ofrece el Cebja 3-065 es una respuesta a las necesidades de personas como Benita, quienes, por diversas circunstancias, no pudieron acceder a la educación en su momento por responsabilidades familiares, laborales, de salud o por la falta de oportunidades.

Benita y sus docentes. | Foto: gentileza
Benita y sus docentes. | Foto: gentileza

“Pero hoy se animan a cumplir ese sueño pendiente. Esta modalidad educativa les brinda una segunda oportunidad para alcanzar la alfabetización y continuar sus estudios”, indica la directiva.

Desde la Sección N° V de Educación Básica de Jóvenes y Adultos señalaron a Los Andes que se trabaja para garantizar que todos los estudiantes, independientemente de su edad, puedan ser alfabetizados respetando sus intereses individuales y ritmos de aprendizaje. Esta labor se lleva a cabo con metodologías específicas y recursos adecuados, reconociendo que la alfabetización es mucho más que aprender a leer y escribir, es el camino hacia la dignidad y la inclusión en una sociedad exigente y competitiva en constante cambio.

“En un mundo donde la alfabetización es la llave que abre las puertas al conocimiento y la oportunidad, el ejemplo de Benita y su grupo nos inspira a seguir trabajando por una educación inclusiva y accesible para todos, sin importar la edad ni las circunstancias personales. Porque, como bien sabemos, saber leer y escribir no solo enriquece la mente, sino que también alimenta el alma y fortalece el espíritu humano”, concluyen.

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