Santa Cruz: turismo y arqueología subacuática

Cientos de visitantes recibe la casa donde se observan restos de la corbeta inglesa HMS Swift, que sucumbió en la costa santacruceña en 1770

Santa Cruz: turismo y arqueología subacuática
Santa Cruz: turismo y arqueología subacuática

Hace 250 años, la corbeta inglesa HMS Swift se hundía en las costas de Puerto Deseado. El 4 de febrero se cumplieron 38 años de su hallazgo, por parte de un grupo de entusiastas jóvenes buzos. El Museo Mario Brozoski, situado en la ciudad santacruceña de la costa Atlántica, recibe a cientos de visitantes con un recorrido impactante que les permite repasar vívidamente esta historia con misterios de dos siglos y medio que poco a poco se van desempolvando.

El martes 13 de marzo de 1770, a las 18, según precisa la bitácora escrita por el oficial Erasmus Gower, la corbeta HMS Swift, de bandera inglesa, se hundió en las costas de Puerto Deseado. Llevaba 91 tripulantes, tres de los cuales murieron en el accidente.

Había sido fabricada a orillas del río Támesis, en Inglaterra; y contaba con una superficie de 27 metros de eslora y casi ocho de manga, con 12 cañones de seis libras y 14 cañones pedreros.

En Inglaterra, el hundimiento del HMS Swift se contó como uno más de los tantos que las naves de bandera británica sufrirían a lo largo de la historia moderna en diversas costas del globo. En Puerto Deseado y en el resto de la Argentina, se ignoró completamente esta historia hasta 1975.

Ese año, de manera imprevista arribó por Puerto Deseado (que en aquellos días no contaba con más de 4500 habitantes) el australiano Patrick Gower, un perfecto desconocido que no hablaba castellano, que manifestaba ser pariente de quinta generación de aquel oficial que tomó detallada nota del hundimiento y que había cruzado los mares del Sur para contar la historia.

Patrick Gower traía consigo la bitácora en la que en manuscrito inglés se narraba la historia del hundimiento. Traductora mediante, el entonces director de Cultura local se entrevistó con este hombre. Por algunos años, ese episodio no contó más que como anécdota, hasta que en 1980, un profesor de Matemáticas (que además era capitán de navío de la Armada), en una de sus clases y probablemente para distender un poco a sus alumnos, contó sobre la llegada de este australiano y el relato de la corbeta hundida.

Uno de sus estudiantes, Marcelo Rosas, de apenas 16 años, no quedó satisfecho con la información brindada por el profesor y le solicitó mayores detalles. El docente le indicó que consultara a quien había sido director de Cultura en 1975 y que había grabado aquella sorprendente conversación bilingüe. El inquieto estudiante escuchó la grabación y consultó una copia de las bitácoras de Erasmus Gower que su supuesto pariente había dejado en Puerto Deseado. Y con ese material primigenio, junto a un grupo de amigos inició una investigación para dar con la corbeta hundida. El trabajo empezó a llamar la atención en el pueblo, por lo que se empezó a sumar gente a este grupo y el club náutico "Capitán Oneto" promovió la conformación de la "Subcomisión de Búsqueda y Rescate de la Corbeta Swift". El padre de uno de los miembros de la subcomisión consiguió cartas náuticas y planos en Inglaterra. Iniciaba entonces un período de intensas jornadas de investigación histórica, de observación minuciosa de la geografía de la Ría de Puerto Deseado, de conversación con los vecinos que trabajan diariamente en la costa, y de inmersiones buscando algún rastro que pudiera indicar algo de la antigua embarcación británica.

La tarde del 4 de febrero de 1982  emergió del olvido la corbeta HMS Swift con el hallazgo de las primeras piezas por parte de dos de los jóvenes. El anecdotario popular tiene presente que lo primero que rescatan del fondo del mar son dos botellas de vino y que el primer brindis por el trascendente hallazgo fue precisamente con el contenido de aquellas botellas: una bebida ajerezada que se había conservado más de dos siglos bajo el mar.

Los restos de la corbeta fueron localizados sobre la costa norte de la Ría Deseado, a unos tres kilómetros de la desembocadura y a unos 100 metros al oeste del puerto, en una zona que había marcado un pescador que alguna vez había enganchado con su ancla un pedazo de madera vieja que le había llamado la atención.

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