Cristina Bajo: “En América, muchas mujeres indígenas se enamoraron de los conquistadores”

Muchas leyendas americanas hablan de mujeres indígenas enamoradas de españoles o de blancas enamoradas de nuestros nativos.

Cristina Bajo, escritora y columnista de revista Rumbos.
Cristina Bajo, escritora y columnista de revista Rumbos.

Muchas de las leyendas americanas hablan de mujeres indígenas que se enamoraron de los conquistadores, o de mujeres blancas enamoradas de uno de nuestros nativos. En las crónicas argentinas abundan relatos como el de Huiray, cuñada del cacique Canamico, de la provincia de Catamarca.

Según esta leyenda, Huiray se enamoró de Iñigo Borja, un soldado que llegó con la expedición de Diego de Rojas a Capayán. Dice la crónica que fue verse y amarse, pero no podían vivir su amor, pues como cuñada del cacique, ella pasaba a formar parte del harén de Canamico, que hasta entonces no había reclamado sus derechos maritales.

Es por esto que el joven la convence para que huyan juntos, pero antes de que puedan escapar, Iñigo es mandado de regreso a España, ya que había muerto el primogénito de su familia y debía hacerse cargo de la herencia... Así que le pide que lo espere, cosa que la joven hace por dos años.

Pero al entrar en la edad de concebir, el cacique la reclama como su mujer. Huiray huye, refugiándose en una quebrada donde, desde lo alto, vigilaba la llegada de los viajeros. Y así, lejos de todos, vivió varios años esperando al amado, que nunca regresó.

La leyenda dice que sus cabellos crecieron, encanecieron y se enredaron en las ramas cercanas. Cuando murió, quedaron en el monte, donde hasta hoy se pueden ver meciéndose al aire.

La leyenda de Tikarin

Otra leyenda es la de la princesa diaguita Tikarin (“Flor Nueva”, en quichua), a la que llamaban Kusi. Aunque su padre procuraba mantenerla alejada de los españoles llegados con Diego de Almagro, ella consigue ver de lejos a un joven bello como un dios: sus cabellos eran tan rubios que una de sus amigas lo señala diciendo: “¡Coyllur!”, que era el nombre que daban al Sol.

Kusi y Manrique se enamoraron de inmediato, pero son tan prudentes que nadie de sus entornos se percata.

Un día Almagro da la orden de partir, y Manrique propone a Kusi que se escape con él; ella no estaba muy decidida, pero escucha el rumor de que, en cuanto se alejen del poblado, los guerreros de la tribu van a tender una emboscada a los españoles con la intención de matarlos.

Pensando en su amado, Kusi toma el camino por el que, al otro día, partirán los españoles, pero no se da cuenta de que uno de los espías de su padre la sigue y le avisa a este, que sale a detenerla.

Cuando empiezan a pasar los españoles por la quebrada del arenal, Manrique la ve y cree que ha decidido seguirlo. El cacique la detiene, pero como ella se resiste, la mata delante de todos. El joven intenta atacar al cacique, pero Almagro le ordena que no agrave las cosas, pues el padre tiene derecho sobre la vida de su hija, impidiéndole vengar la muerte de su amada.

“El joven quedó con la imagen de la sangre de ella sobre la arena, que ya no lo dejará vivir en paz.”

En aquel momento llega una gran creciente que frustra el atentado diaguita, y los españoles consiguen escapar, pero Manrique no sobrevivirá a la muerte de su amada, pues se deja arrastrar por el “viento blanco” y se tira por un precipicio.

La leyenda cuenta que al poco tiempo de esto, una gran lluvia llegada desde la cordillera inunda el arenal, y al escurrirse el agua, en el sitio donde se derramó la sangre de Kusi nacieron flores blancas, como pequeñas azucenas. La madre de Kusi, inconsolable por su pérdida, recorre el lugar buscando sus restos y encuentra estas flores y exclama “¡Tikarin!”, dándoles el nombre diaguita de la princesa... Hoy llamamos a esa flor Amancay.

Sugerencias: 1) Buscar la leyenda del indio Bamba y Magdalena Allende; 2)La escultura que la representa es obra del gran artista Miguel P. Borgarello.

* Escritora y columnista de la revista Rumbos. Contenido exclusivo de Rumbos.

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