Una gesta. Una acción heroica. Un reclamo de soberanía de siglos. Un retroceso claro en esa demanda. Un enfrentamiento armado tremendamente desigual. Una masacre sin planificación. Un manotazo de la dictadura para mantenerse. La puerta de acceso para el regreso a la democracia. Una herida que no cicatriza.
Todo eso, y tal vez mucho más, fue en sí misma la guerra de Malvinas, de la cual se van a cumplir 40 años.
Una derrota militar dura, que dejó 632 muertos pero con una secuelas posteriores más graves aún, porque hubo exactamente la misma cantidad de excombatientes suicidados.
Una sociedad que no decidió ese conflicto y tampoco supo qué hacer con los que volvieron y con las familias de los que cayeron.
Es que sobre un reclamo de soberanía planteado desde la invasión británica en 1833 a las Islas Malvinas, la dictadura militar, que languidecía a finales de 1981 por una diversa cantidad de factores, decidió en enero de 1982 la recuperación por la fuerza del archipiélago austral.
Meses antes
Leopoldo Galtieri había asumido en diciembre de 1981 en reemplazo de Roberto Viola. La situación económica, la presión internacional por las graves violaciones a los derechos humanos, el reclamo de apertura democrática, un creciente malestar social, el regreso de los gobiernos constitucionales en la región le daban un contexto de fin de ciclo a la dictadura instaurada en 1976.
Sin planes ni estrategia de la fuerza de la que conducía, el Ejército, Galtieri fue comentando su idea de la ocupación de Islas Malvinas a las otras armas. La idea era más generar un golpe de efecto que la recuperación legítima de la soberanía.
Los estrategas militares le alertaron sobre la reacción británica y su rol de la Organización del Tratado de Atlántico Norte (Otan) pero Galtieri no veía otra manera para permanecer en el poder. Y así fue avanzando en sus planes.
El contexto social estaba cada día más caldeado en aquel otoño de 1982. Tres días antes de la operación militar, se produjo en Plaza de Mayo la primera manifestación sindical y social masiva en reclamo de democracia y mejoras salariales.
En la madrugada del 2 de abril de 1982, tropas argentinas desembarcaron en las islas y luego de reducir al pequeño destacamento de Royal Marines izaron la bandera argentina en las islas Malvinas por primera vez desde 1833.
Alrededor de cinco mil efectivos del Ejército, la Marina y la Aviación ocuparon luego las islas y el general Mario Benjamín Menéndez asumió como gobernador.
Una buena parte de la sociedad recibió con alborozo la noticia e ingresó en una etapa de euforia, que luego fue virando en apatía.
Una semana después del desembarco, se produjo una masiva movilización en Plaza de Mayo para celebrar la recuperación de las islas. Galtieri salió al balcón y por cadena nacional pronunció la célebre frase: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”.
La cita revela que el dictador inició la operación sin tener certezas de la reacción británica.
Margaret Thatcher, la primera ministra inglesa, también atravesaba una crisis económica y una caída en su imagen. Con expreso aval de la Corona que no quería seguir perdiendo territorios, la “dama de hierro” ordenó la movilización de la tercera potencia militar del mundo con el respaldo de sus aliados de Estados Unidos y la Otan.
Diferencias notorias
Argentina se recostó desde el costado diplomático en el Movimiento de Países No Alineados y el canciller Nicanor Costa Méndez terminó abrazado con Fidel Castro. La mayoría de los países latinoamericanos respaldó a la Argentina pero –salvo el aporte de Perú– fue un gesto más simbólico que de generar los desequilibrios en el poderío militar.
Hubo intentos de mediación para evitar el conflicto pero se encontraron con la intransigencia de ambos bandos.
Esa diferencia tecnológica, de recursos y de asistencia quedó plasmada a partir del 25 de abril de 1982, cuando llegó la flota británica.
Los ataques a la posiciones terrestres comenzaron el 1° de mayo y el día siguiente un submarino nuclear británico atacó al Crucero General Belgrano, que estaba fuera de la zona de exclusión. Murieron 323 de los 1093 tripulantes.
Desde ese momento, sólo la Fuerza Aérea Argentina tuvo un papel decoroso. Los aviones argentinos lograron el hundimiento o destrucción de varios buques enemigos.
Pero las fuerzas terrestres y marítimas argentinas no lograban detener la contraofensiva inglesa.
En las islas, quedaron expuestos el desequilibrio, la precariedad y la carencia de planificación en la avanzada argentina.
Nuestros soldados tenían en los ingleses el tercer adversario. Los otros dos eran el hambre y el frío. La mayoría de los combatientes eran conscriptos de entre 18 y 20 años, casi sin preparación bélica, que habían sido dados de baja del entonces servicio militar obligatorio del año anterior.
Participaron 23.500 efectivos, entre los que fueron las islas y los que cumplieron tareas en el continente. Por Córdoba, fueron unos 1.500 efectivos a las islas.
Humores sociales
Mientras se daban los asimétricos combates en el Atlántico Sur, la sociedad que se había entusiasmado con la recuperación de las Malvinas retomó sus actividades sin casi tomar nota que estábamos en guerra.
La férrea censura de la dictadura y los mensajes triunfalistas ocultaban lo que estaba ocurriendo en el confín austral del país.
“Vamos ganando”, anunciaba cada noche el emblemático José Gómez Fuente en el canal público Argentina Televisora Color (ATC) mientras el avance británico era abrumador. Sólo quedaba en las Islas, el estoicismo y la resistencia heroica de los soldados y algunos oficiales argentinos, lo cual sigue siendo reconocido por propios y extraños.
Los jerarcas de la dictadura pusieron de manifiesto la nula planificación y la escasa cantidad de equipamiento para llevar a un país a una guerra.
Las campañas solidarias para asistir a los combatientes movilizaron a miles de argentinos y una gran cantidad de elementos y dinero. Pero quedaron envueltas en sospechosas maniobras, sin certeza aún hoy de cuánto y cómo llegó a las Islas.
La Argentina comenzó a cambiar de agenda con la cercanía del Mundial de Fútbol en España mientras centenares de compatriotas sufrían casi abandonados en el sur.
El Papa y el fin
Hasta que ocurrió un hecho que empezó a cerrar el capítulo. El papa Juan Pablo II, que había tenido un rol clave para evitar en 1978 la guerra con Chile por un diferendo limítrofe en las islas de canal de Beagle, llegó el 11 de junio a la Argentina, dio una misa en Luján en la que abogó por la paz y se reunió con Galtieri.
Tres días después, y tras un combate en el propio Puerto Argentino, los militares argentinos deciden capitular.
El comandante de las fuerzas británicas, Jeremy Moore, y Mario Benjamín Menéndez, gobernador militar de las Malvinas, establecen el alto al fuego y acordaron las condiciones de la rendición. Se abren varios capítulos ahí. La mayoría, inconclusos.
Argentina retrocedió en su reclamo legítimo para recuperar la soberanía de las Islas. El Reino Unido mejoró el estatus de los kelpers, le dio condiciones de ciudadanos británicos y se ocupó del archipiélago austral.
Los combatientes y los familiares de los caídos sufrieron la ignominia inicial de la sociedad y siguen luchando aún por el reconocimiento. Las secuelas de la guerra para buena parte de ellos han sido devastadoras.
La dictadura aceleró su caída. Galtieri fue reemplazado por Reynaldo Bignone, que inició el llamado a elecciones que se concretó un año después. Se abrió el ciclo democrático más largo de la historia argentina. En estos casi 40 años de gobiernos constitucionales, la diplomacia argentina zigzagueante, la intransigencia británica y la postura de los isleños impidieron dar pasos hacia la recuperación de ese territorio.
Galtieri no sólo fue condenado como el resto de las juntas militares por violaciones a los derechos humanos sino que también fue juzgado por la improvisación argentina en la guerra.
Él y los jefes de la Armada, Jorge Anaya, y de la Aeronáutica, Basilio Lami Dozo, fueron condenados tanto tanto a nivel militar como civil.
Las cicatrices de Malvinas, en todos sus sentidos, se mantienen abiertas a 40 años.