Aunque parezca un tanto desacomodado y fuera de lugar, por la carga que los argentinos llevamos en estos tiempos, pienso que es importante hacer memoria de la estampa-tango “Yira, yira” y de su complemento “Cambalache”.
Y para qué, se dirá.
Para que ‘tomemos conciencia y hagamos carne’ lo que venimos viviendo desde el siglo que ya se fue.
Porque nuestra esperanza debe, necesariamente, fundarse en los aciertos, equivocaciones, torpezas y descontroles que nosotros mismos hemos ayudado a gestar -por acción u omisión- en la historia de nuestra sufrida Patria.
Nuestra tierra, nuestra casa
A la naturaleza que nos cobija, con todos sus componentes hermosos y serviciales, le ha significado 4.540 millones de años de evolución para poder invitarnos a vivir dentro de ella.
Y nosotros, en menos de 2 siglos hemos comenzado a destruirla con todas las porquerías que depositamos en la tierra, en el agua y en la atmósfera.
Hemos hecho retroceder a la naturaleza, hasta tal punto que cada año que pasa, el calor “nos derretirá cada vez más”.
En nuestro planeta, mejor dicho, en el planeta del que somos responsables y cuidadores, habitamos casi 8.000 millones de personas, la mayoría de ellas en el Norte “desarrollado y enriquecido” y el resto en el Sur “pobre y depredado” (salvo Australia).
De las riquezas que se producen en todo el planeta, el 85% de ellas están en manos del 15% de la población mundial, mientras el 85% de los pueblos debe sobrevivir con sólo el 15% de aquella riqueza.
Riqueza que, en gran parte, fue expoliada por los países hoy ricos a los países hoy pobres.
U$D 10.000 por cada minuto de nuestro existir, es lo que gastan los países ricos en armamentos, logística y personal.
En este injusto y bárbaro (¿civilizado?) modo de vivir, espantemos a nuestra imaginación calculando lo que se gasta en un día, en un mes, en un año, para destruir y asesinar.
Imaginemos, de igual modo, cuanto bien y cuanta mejor vida para todos se podrían lograr con esa inconmensurable fortuna destinada a guerrear y matar.
Sí, como hemos leído en varios grafitis: “los humanos, ¿somos inteligentes?”.
Aquí y ahora.
Es comentario de todos los días y en todo lugar, que los políticos constituyen una casta que “no sirve” a la gente y que, por ende, “la política” es mala palabra y para lo que sirve es para que los ciudadanos elegidos en cargos tengan ‘poder y dinero’ (¡ambos pertenecen a la ciudadanía, según la Constitución!) a costa de los ciudadanos comunes.
Personalmente, desde la recuperación de la Democracia, no incluyo en esa casta sólo a diez (10) ciudadanos.
Aunque esté establecido en la Constitución de 1994, sólo una vez (conflicto del Beagle) los ciudadanos fuimos convocados a una “consulta” (referéndum, plebiscito).
Hay muchos discursos y promesas (¡sarasa, dirían mis amigos!).Claro, para ganar una elección, ¿y después? ‘Palabras, palabras, palabras… y nada más’
Sin querer o proponiéndoselo, nuestra economía ha arrojado a mucha gente de sus trabajos o ha creado una montaña de trabajo no registrado (en negro, sin aportes sociales) haciendo crecer la pobreza a límites insospechados en lo que era, hace mucho, “el granero del mundo”.
Estamos, ya, transitando la tercera generación de los “ni, ni”: ni estudian ni trabajan. La pobreza en la niñez ha trepado al 50%. Los jubilados más ancianos, apenas recibimos un dinerito como para subsistir.
La así llamada “globalización” en vez de lograr un mejor bienestar para muchos, ha trasladado la riqueza a muy pocas manos multinacionales logrando el empobrecimiento de miles de millones de personas (como se señalaba más arriba).
Los hoy devenidos en ricos apuntaron a “vaciar” la resistencia y las mentes utilizando las mejores (¡perversas!) tecnologías de gran parte de los medios masivos de comunicación para mostrarnos un simulacro de sociedad alegre y satisfecha -pero inexistente- donde lo prioritario es “tener y consumir”, dejando de lado el “ser” y las “cualidades” de las personas. Los ejemplos de cholulismo y farandulización están a la vista.
“Aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor, no esperes nunca una mano, ni una ayuda, ni un favor...”
* El autor es sacerdote católico.