Política arbórea en Mendoza: ¿Una implosión retrógrada?

¿Cuesta tanto comprender la imprescindible necesidad de conservar los árboles? ¿Ha dejado de agradarnos la fresca sombra que nos brindan en esas calurosas tardes de verano? ¿Qué sería de viñedos y frutales si no contaran con trincheras de álamos que los protegen de inoportunos vientos inclementes?

Arbolado en Mendoza. Foto: Orlando Pelichotti
Arbolado en Mendoza. Foto: Orlando Pelichotti

Mientras diversos lectores manifiestan en Los Andes su profunda preocupación por el deterioro de la población arbórea, se sigue degradando el conjunto de árboles de Mendoza, casi como una burla cruel hacia pioneros como Emilio Civit, Francisco Moyano y el arquitecto Carlos Thays que crearon nuestro parque y tantos otros que se preocuparon por crear condiciones de deseable habitabilidad.

Cuando Los Andes informa sobre alguna tormenta, suele agregar la mención de numerosos árboles que, perdida su sustentación por agotamiento de su vida útil, inmolan sus cuerpos, sin poderse avizorar su necesario remplazo.

Lo que debería ser una expansión de plantaciones se ha transformado en una implosión que nos retrae a épocas superadas.

¿Cuesta tanto comprender la imprescindible necesidad de conservar los árboles? ¿Ha dejado de agradarnos la fresca sombra que nos brindan en esas calurosas tardes de verano? ¿Qué sería de viñedos y frutales si no contaran con trincheras de álamos que los protegen de inoportunos vientos inclementes?

Los árboles protegen los terrenos erosionables, ante amenazas de crecientes aluvionales, producen oxígeno, purificando el aire, absorbiendo el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera y convirtiéndolo en carbono que se almacena en su tronco, raíces y hojas, contribuyendo a aminorar los problemas del cambio climático.

Además, captan agua para los acuíferos, reducen la temperatura del suelo y regeneran sus nutrientes, incrementando la fertilidad, sirven de refugio para la fauna, mejoran y embellecen el paisaje, etc.

¿Qué es lo que determina y justifica este abandono? ¿Por qué, ante la necesaria ampliación de una ruta bordeada de árboles, se opta por desmantelar toda una hilera, quizás en beneficio de algún ignoto aserradero, en lugar de agregar una vía paralela de circulación que conserve, ahora en el centro, esa valiosa arboleda?

¿Y cuál es la tendencia en el mundo?

Chicago pugna por cambiar su alusión de “ciudad de los vientos” por “la ciudad jardín”, creando 2800 Ha. de parques.

Berlín desarrolla un plan para integrar la naturaleza y beneficiarse de ella, con un tercio de la ciudad ocupada por espacios verdes, gestionadas intencionalmente para favorecer la biodiversidad, con integrantes de la fauna (zorros, erizos, conejos, ardillas y todo tipo de aves y polinizadores), con probados beneficios para la salud y bienestar de los vecinos, en contacto con la naturaleza, permitiendo lograr aire más limpio.

En Halifax, en Canadá, crean un parque natural en plena zona urbana, un verdadero santuario de vida silvestre.

Nueva York, Madrid, París, Barcelona y muchas otras ciudades avizoran las ciudades del futuro y renaturalizan calles y avenidas.

China ha plantado cien millones de árboles como objetivo estratégico de bosques urbanos.

Los árboles son verdaderos tesoros y más en estos tiempos de cambio climático y necesidad de mejor calidad de vida.

Dejemos entonces de talar árboles majestuosos, asistir impertérritos a la muerte sin reposición de ejemplares desfallecidos por falta de cuidado, tolerar podas mutiladoras, cementar parques, plazas y acequias y demos una oportunidad a la naturaleza para que nos brinde sus beneficios.

* La autora es profesora consulta de la UNCuyo.

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