Ante un contexto donde una minoría, cada vez más pequeña, accede a empleos de calidad, el 1º de mayo debería ser un día festivo pero, también, que invite a la reflexión, ya que es una demanda creciente la actualización de las instituciones laborales. Paso esencial para comenzar a superar los enormes déficits laborales que hay.
Desde el punto de vista colectivo, es un componente esencial para el progreso social. Desde lo individual, se reivindica como el principal mecanismo para el bienestar material de las familias. Por ello, dicha jornada debería invitarnos a la reflexión. Por su alto valor simbólico debido a que el mercado del trabajo se ha ido apartando del imaginario tradicional (aquel que reduce las relaciones laborales en función de patrones y trabajadores). ¿Por qué? Una arista interesante se hace presente cuando pensamos en la gente en edad de trabajar (población económicamente activa). Para ponerlo en cifras, hay cerca de 23 millones de personas en zonas urbanas en edad de trabajar. Esto es, entre 20 años y la edad jubilatoria actual (65 para el hombre y 60 para la mujer).
Ahora, según el INDEC, tomando la situación laboral de esas personas, vemos que un 28% son asalariados privados registrados y profesionales en ejercicio liberal de la profesión, un 45% son empleados públicos o trabajadores informales y el remanente (27%) no tiene trabajo sea porque busca y no encuentra (desempleado) o porque directamente ni siquiera busca (inactivo laboral). En sí, apenas poco más de un cuarto de la gente en edad activa trabaja como dependiente en una empresa formal o en el ejercicio liberal de la profesión.
Aunque esta clasificación no es estricta (por ejemplo, dentro del empleo público y los informales hay ocupaciones de alta productividad y hay inactivos que optan por no trabajar) las proporciones son tan contundentes que alcanzan para reflejar el enorme déficit de empleos de calidad. Lo que a las claras degrada la situación social. Son varios los factores contribuyen a agrandar los déficits laborales, aunque la obsolescencia de las instituciones laborales es uno de los más relevantes. Con normas que datan de 1953 (Ley de Negociación Colectiva) y de 1974 (Ley de Contrato de Trabajo), se continúan ignorando los cambios (sustanciales) de contexto que generan el avance de la tecnología y la globalización.
Dado este cuadro de situación, algunas políticas son expresiones de deseo. Transformar los planes asistenciales en un puente al empleo formal u otras que son directamente inconsistentes (como las orientadas a fortalecer la “Economía Social”). En el caso de esta última, brindarle apoyo a la “Economía Social” implica aumentar la carga impositiva sobre los emprendimientos más productivos, que son los que generan los empleos de calidad (subsidiando los emprendimientos menos productivos, que son los que generan los empleos de menor calidad). ¿El resultado? La profundización de la degradación del mercado de trabajo.
La creciente presión impositiva y regulatoria sobre el sector formal destruye empleos y deteriora los salarios. Esto está generando que para algunas personas sea más atractivo subsistir en el asistencialismo (combinado con un trabajo informal en algunos casos), antes que acceder a un empleo más productivo en el sector formal. El Día del trabajo debería invitarnos a preguntarnos qué políticas son expresiones de deseos y cuáles hasta tienen una cierta carga de ingenuidad, dada la delicada situación del mercado laboral. En lo concreto, mientras siga cayendo el empleo formal, más inviable será sostener el financiamiento del asistencialismo y más degradadas serán las condiciones en el trabajo informal.
*El autor es profesor de la Universidad del CEMA