La educación presidencial

Para merecer el titulo de presidente, Javier Milei además de aprobar la materia “política económica”, también debe hacerlo con “teoría y práctica de la acción política”. O tantas otras, como “política educativo-cultural” o “historia de las instituciones”, que también les son imprescindibles a un buen primer mandatario de cualquier Nación.

Javier Milei y Carlos Menem
Javier Milei y Carlos Menem

La marcha universitaria generó dos interpretaciones erróneas por parte de la elite política. Cristina, los kirchneristas y los sindicalistas peronistas creen que el viento cambió de dirección, que la marcha va en su favor y que por eso, hacer todas las protestas que se pueda y, sobre todo, bajarle la ley bases en el Senado a Milei, ayudaría a que éste deje el gobierno cuanto antes. Por su lado, apenas finalizada la marcha, Milei creyó lo mismo pero al revés, que son sus enemigos políticos los que idearon, condujeron y empujaron la marcha. Por eso los calificó con “lágrimas de zurdos” y se creyó la conspiración. Pero ni una cosa ni otra es cierta. La marcha es parte del clima de época, es la inmensa movilización espontánea producto de los cambios que están modificando la sociedad, sin que aún nadie pueda comprender su significado más profundo. La velocidad de los hechos avanza más rápido que las ideas que puedan explicarlos.

Para su bien, fue el presidente Milei quien corrigió su error, quizá preocupado por que expresiones masivas como éstas se vuelvan a repetir frente al ajuste que aún dista mucho de finalizar. Una cosa es que se le enfrente la “casta”, sobre todo la que gobernó hasta que él asumió, a la cual es fácil descalificar. Pero otra cosa es que multitudes espontáneas (que pueden incluir también a gente que lo votó) le señalen que tal vez debe reorientar rumbos.

Por eso, el exaltado presidente que venimos teniendo desde el mismo día de su asunción, esta vez calmó sus ánimos. Exactamente del mismo modo con que lo hizo en el interregno electoral entre la primera vuelta y el balotaje, que cuando vio que su discurso incendiario no le servía para atraer al voto moderado, devino (con clara influencia de Macri, su maestro político) un candidato tranquilo, dispuesto a ofrecer la otra mejilla. Para ganarle a Massa se convirtió en lo contrario a lo que su carácter y temperamento le indicaban ser. Pero lo cierto es que lo logró. Y ahora lo está intentando nuevamente. Uno, porque la marcha alertó a los suyos. Dos, porque necesita la ley bases para obtener confiabilidad internacional y de todo tipo de inversores. Veremos si otra vez se puede contener.

Está intentando hacer todo lo contrario a cuando mandó por primera vez esta ley ómnibus, donde aun tiraba manteca al techo y entonces supuso que entre tener ley o seguir acusando a toda la casta de impedirla, era mejor lo segundo. Entonces la emprendió contra todos. A los kirchneristas no los acusó tanto por corruptos sino por ser el enemigo ideológico. Y a los opositores dialoguistas que querían -precisamente- dialogar en vez de votarle a libro cerrado, los insultó aún más que a los kirchneristas, quizá porque necesita sacarle sus votos para tener mayoría a fines de 2015. Se quedó sin ley pero mantuvo el discurso. Curiosa elección que ahora parece haber corregido porque la escasez le va llegando también a él. Ya las balas comienzan a entrarle como era previsible. Es que el viento de época sopla donde y cuando quiere -como el espíritu- y puede seguirlo o no a él. Por eso después se haber agotado sus insultos contra medio mundo en la Fundación Libertad, se volvió bueno de nuevo. Lo cual demuestra que evidentemente lo sabe hacer, aunque no le calce a su personalidad. Esa personalidad que hoy está sufriendo porque domina a este hombre hasta los tuétanos. Pero París (en este caso la super-ley) bien vale una misa. Lección política sacada de la historia, que Milei esta aprendiendo. Es que para merecer el titulo de presidente, además de aprobar la materia “política económica”, también debe hacerlo con “teoría y práctica de la acción política”. O tantas otras, como “política educativo-cultural” o “historia de las instituciones”, que también les son imprescindibles a un buen primer mandatario de cualquier Nación.

Es cierto que muchas veces la sociedad argentina votó candidatos con los que se identificaba mucho, pero quizá nunca tanto como con Milei. Quien más identificación produjo con la mayoría popular fue Juan Perón, pero a él se lo veía como un líder, no como un igual. En cambio a Milei se lo ve como un líder igual. Sí, lo votaron como al líder que, tal cual Moisés, los conduciría a la tierra prometida, pero lo sintieron como que ellos mismos llegaban al poder, sin intermediarios. Milei es como la gente, era la gente más que su representante. No solo se les parecía a los ciudadanos que lo votaron, “era” ellos. Su bronca, su furia es la de ellos. Su odio hacia la política es el mismo. En lo que quizá no se identifica tanto la gente es con el contenido de su ideología (que a la mayoría de sus votantes le resulta más o menos indiferente) pero sí con el extremismo de la misma. Que estuviera en las antípodas de todo, mientras más excéntrica mejor, que nadie en la casta la sostuviera, es más, que incluso nadie hasta ahora hubiera llegado a la presidencia con ella, aquí y en todas partes del mundo. Tal la desmesura del mileismo, de Milei y de sus simpatizantes. En todo caso, lo que pedían es que fuera lo más antiestatal posible, pero por razones distintas: para Milei el Estado es el mal en sí mismo al que hay que dinamitar. Es una cuestión ideológica. Para sus votantes lo importante es que el Estado tiene adentro políticos y es a esos a los que hay que dinamitar. A todos. Que se vayan todos. A los que nos trajeron a esta anomia tan insoportable, tan irrespirable.

Más que votar contra el autoritarismo populista, lo hicieron contra la anarquía populista, la falta de conducción, de liderazgo, de autoridad, incluso de poder por más que pareciera que los peronistas eran sus únicos poseedores. Pero no lo fueron en 1976 con Isabel Perón. Tampoco en 2023 con Alberto Fernández. Y sin conducción política,la gente se desespera, vota desesperada y a quien más se pone en contra de lo que está. No cree que ningún moderado pueda solucionar la cosa. Ese es el resultado de la anarquía y de la anomia, de la falta de gobierno y de normas.

No hubo voto más racional que el de 1983, porque no se venía de la anomia sino del autoritarismo y allí la gente vio como respuesta contra el autoritarismo a la democracia y votó una opción moderada. Pero no fue así en 1989 cuando la desesperación generada por la hiperinflación hizo que se votara a un político que proponía remalvinizar el país, apagar la inflación con más inflación, reconstraestatizar, apoyarse en militares fascistas como Seineldín y no pagar la deuda externa. Ni en 2001/2 con la implosión económica, donde al presidente lo debió elegir el Congreso porque lo único que quería el pueblo entero es que se vayan todos. En 2023 el espíritu siguió siendo el mismo de 2001/2 pero esta vez encontraron en quien encarnar el grito desesperado de que se vayan todos. Con una criatura nacida de su entraña antipolítica y furibunda, que quería cerrar todo lo estatal que anduviera suelto y hasta acabar con la justicia social con el paradójico apoyo de quienes más la necesitan.

Ahora bien, lo que Milei debe comenzar a entender es que ni Menem en 1989 ni Duhalde en 2002, con situaciones parecidas a las actuales, hicieron lo que el pueblo con su indignación quería, sino todo lo contrario. Menem, en vez de estatizar todo como propuso, privatizó todo e hizo a lo guaso lo que Alfonsín quería hacer a lo fino pero no se animaba. Se adaptó a los tiempos mundiales del triunfo de la globalización liberal. Y Duhalde en vez de echar a los demás políticos (¡cómo hacerlo si era el jefe de casi todos!) los convocó a compartir el gobierno, desde Alfonsín hasta los gobernadores, y pudo sacar el país adelante. Aunque después le regalara el país restaurado a un caudillo feudal astuto, que para disfrazar su auténtica personalidad de patrón de estancia, se cubrió con las banderas del progresismo y se deglutió a sus integrantes de manera casi terminal. No quedó un solo ladrillo progresista que no se hizo kirchnerista. Salvo contadas excepciones que son los que hoy pueden criticar -por izquierda y con autoridad- tanto a los que se fueron como a los vinieron. Pero son poquitos. Un poco más son los liberales moderados. Pero tampoco son tantos.

Hasta ahora Milei creyó que podría crecer mucho más si seguía haciendo lo que hizo para ganar, o por lo menos manteniendo la misma pose y por ende, si era inevitable negociar (algo que temperamentalmente no le gusta), que lo fuera poniendo cara de asco con los que debe dialogar y por eso ha conseguido mucho menos de lo que se ha propuesto. Pero quizá haya llegado el momento de cambiar, si realmente, además de proclamarse como el primer ajustador, desea abrir puertas hacia adelante confrontando, aunque sea a lo guaso, con el país corporativo populista tan bien expresado durante 20 años por el kirchnerismo.

Menem no dejó de representar a la mayoría de los que lo votaron porque en vez de recontraestatizar como proponía, recontraprivatizó sorpresivamente. A Duhalde nunca lo quisieron pero pudo llevar el barco a buen puerto (aunque después los piratas se lo quedaran) haciendo lo contrario a lo que exigían los que querían que se vayan todos. Milei deberá, tarde o temprano hacer algo parecido, calmar dentro suyo (y también en la gente que él expresa) las furias y la antipolítica que lo hicieron llegar a la presidencia desde casi nada y en un santiamén. Su programa debería ser anticorporativo y liberal, eso indican las tendencias de los tiempos y eso indica cualquier diagnóstico serio de una nación que padece hasta la coronilla de un superestatismo bobo (nada que ver con un Estado fuerte, sino con uno tan enorme como ineficaz). Estamos en un país que, frente al desquicio anterior, necesita una dosis importante de liberalismo económico sensato y equilibrado, pero la sociedad eligió a un hombre extremo como Milei para desregular lo que las políticas populistas conservadoras regularon horriblemente poniendo el país entero al servicio de unos privilegiados conectados con el poder político.

Pero para lograr sus objetivos, Milei debe calmar a la furia que tienen, con justa razón, sus seguidores, pero que él también tiene aunque no por las mismas razones de sus seguidores sino porque es producto de su personalidad (la tuvo siempre) y porque encontró hace ya mucho tiempo una ideología minoritaria y extremista donde poder canalizar lo que provenía de su temperamental carácter.

Claro que para políticos como Menem o Duhalde, cambiar de piel o de color es lo más fácil del mundo. O para Sergio Massa, hoy el político más camaleónico de todos los existentes. Mientras que para Milei es mucho más difícil, porque carece de práctica política y aunque lo peor sería cambiar su antipolítica por la de devenir un camaleón oportunista, para conducir el Estado y la Nación, deberá controlar sus instintos y razonar aún en contra de sí mismo a fin de construir el poder sin el cual nada de lo que se propone será posible, en particular -insistimos- la gran cruzada desregulatoria, que con amigos y enemigos bien concretos, es la parte más interesante, más novedosa, más estructural y transformadora de su programa. Pero no lo es enamorarse del ajuste, o pasarse fanfarronamente diciendo que en cuatro meses hizo lo que nadie nunca jamás hizo en el mundo, o seguir proponiendo dinamitar el mismo Estado que hoy conduce, o querer juntar a todos contra él suponiendo que así fortalece la lealtad popular. No es así , en caso que le vaya bien seguirá teniendo a la gente, sino la perderá y si le irá con la misma velocidad con la que llegó. Porque los estados temperamentales de ánimo producidos por las condiciones del ambiente son volátiles. Incluso puede llegar a ocurrir que con el tiempo a la gente se le pase la bronca porque ésta es producto de las circunstancias externas del momento y a Milei le quede porque es producto de su personalidad interior. Por eso desde ya mismo debería educar su carácter para las circunstancias cambiantes. Porque, por casualidad o no, lo cierto es que está ante la gran oportunidad de su vida y sería una pena desaprovecharla por sectarismo ideológico o personalidad extremista.

El Milei de estos últimos días, al que le costó pero aún forzadamente aceptó (quizá no en sus adentros, pero sí en su discurso público) que la marcha universitaria se hizo por un fin digno (algo que, por su ideología, jamás hubiera dicho de no haber sido presidente) y que dejó de insultar a los políticos de los cuales necesitaba le votaran su ley y que además agradeció a Pichetto y De Loredo a los que antes, inmerecida e innecesariamente, lapidó… ese Milei deberá hacer de tripas corazón y contener las aristas hoy peligrosas de una personalidad compleja que si no la sabe manejar, así como fue la principal causa de su triunfo puede también serlo el de su desgracia. Ha llegado su momento de hacer política. Pero buena política. Que nada tiene que ver con testear una alianza con Cristina a fin de tener una Corte adicta (adicta ni a él ni a ella sino al poder de turno, que esa es una Corte adicta, más adicta que la que responde ideológicamente a un presidente en particular) para que ella se libre de sus condenas y él se libre de que le declaren inconstitucionales algunas de sus medidas. No, contra ese tipo de política lo votó la gente. De lo que se trata es de comprender la lógica de tan difícil profesión pública, en vez de entrar en ella como un mono en un bazar para luego, además, ir cayendo en sus mismos vicios. Sin embargo, Milei parece tener, en los momentos en que las cosas arden, la suficiente inteligencia para comprender de qué se trata la política en su sentido inevitable. Pero para eso debe intentar que la cabra no siga tirando hacia el monte.

Una cosa es hacer política en su sentido elevado, esa que ya en tiempos de Aristóteles, en la Grecia del siglo IV AC, se la definía como la ciencia y el arte de mantener ordenada a una sociedad mediante normas y reglas. La que se ocupa de las cosas referentes a la polis. Y otra es hacer la misma política que la sociedad en forma mayoritaria despreció. Contra eso sí debe seguir combatiendo.

Sin olvidarse, siguiendo con Aristóteles, que lo que diferencia al hombre del resto de los animales es que es un animal político. En tan alta estima tenía el griego a la política. Hoy estamos en las antípodas. Si Milei quiere triunfar, además de acertar con su programa económico de corto plazo, deberá a la vez incluirlo dentro de una reforma estructural de mediano y largo plazo, además de reconstruir la misión sana de la política. Tres tareas en una que se deben ir cumpliendo juntas. Menuda tarea.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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