La destrucción o el amor (después del amor)

Fito Páez reversiona por completo su obra maestra de 1992, El amor después del amor, en un disco irregular y en gran parte fallido, pero que muestra a la vez que las grandes obras no pueden ser destruidas ni siquiera por sus autores.

Fito Páez en la portada de EADDA9223
Fito Páez en la portada de EADDA9223

Surgido de las cenizas de sí mismo, de la pulsión compositiva con la que trabajaba casi sin cejar y aun cuando las “el perfume que lleva el dolor” hubiera estado infestando sus días, Fito Páez reencauzó su vida y su carrera entre fines de los años 80 y principios de los 90 para parir finalmente, en lo que no es exagerado considerar una cumbre creativa, su disco El amor después del amor (1992).

El disco, una verdadera colección de canciones hermosas y perecederas, pero también un compendio del genio musical y lírico de Páez, ya es parte del ADN cultural de los argentinos. Nadie hoy, contemporáneo de esta música, puede decir que no es capaz de tararear al menos algunos versos. Nadie puede decir que no es capaz de continuar la canción si alguien le canta apenas dos palabras (por ejemplo, “te vi”). Nadie puede pasar de largo de ese álbum notable y que hasta le dio título a una de las series televisivas más exitosas de las últimas semanas.

El amor después del amor (el disco), ha sido revisitado por el propio Páez de maneras diversas: la más obvia es la versión íntegra en vivo que grabó a propósito del aniversario número 20, donde aun con las señas de los cambios vocales que ponían un desafío para dar con ciertos tonos, el rosarino mostró con contundencia qué tan grande era esa, su opus magnum. También el mismo Fito sacó algunas canciones destacadas del disco para ofrecer nuevas miradas (en Euforia, por ejemplo, tomó Un vestido y un amor desde el punto en que lo había dejado la versión de Caetano Veloso).

Pero en 2022, más o menos cuando comenzó el rodaje de la serie de Netflix arriba mencionada, Fito se propuso celebrar de otro modo los 30 años de su disco. El amor después del amor 2023 (o, estilizado, EADDA9223) es un disco firmado por el propio autor, en el que hace nuevas versiones muy distintas a las originales de todas y cada una de las canciones consagradas. Pero hay una elección de base para grabar de nuevo el disco: lo que Páez hizo fue “destruirlo”.

Vamos a detenernos aquí porque la palabra utilizada no es gratuita. Se la suele usar, con bastante desacierto, cuando justamente alguien aborda una obra para hacerla de nuevo, pero “la arruina”. El desacierto tiene que ver con que la obra original siempre estará y no se la puede destruir por más que la nueva versión no valga la pena: en todo caso, esa obra habrá nacido muerta, por decirlo de algún modo.

Pero es que es el mismo Páez quien confesó que su abordaje fue el de la destrucción. En una entrevista que reproduce el portal Infobae, el autor de Giros dice textualmente: “(Esta versión del disco) Surgió como surgen las cosas más lindas, acá en la casa, en una borrachera”. Y dijo que se dejó llevar por una premisa clara: “Destrocémoslo, vamos a irnos por un lado totalmente diferente. Cometimos un acto vejatorio de un material, que es mío. Entonces con total naturalidad vamos a hacer otras cosas totalmente diferentes y al que le guste bien y al que no le guste que se joda”.

No tiene sentido demorar mucho más la confesión que mueve la escritura de estas pocas palabras: estoy entre los que han de “joderse”. Y es que, justamente, el autor de El amor después del amor y, aunque no lo fuera, creo que puede hacer con esa obra lo que le plazca. Si de ofrecer nuevas versiones de sus propios temas está demostrado que puede hacerlo y muy bien, y el disco en vivo de 2012 es una excelente prueba: no quiere destruir nada, sino evocarlo y volverlo a hacer.

Ahora bien, sin embargo, ¿qué sentido tiene el abordaje falsamente destructivo de El amor después del amor? Repetimos que nadie le quita autoridad, pero también hay que decir que si es por gustos obviamente no hay discusión: gusta o no gusta y ya está. Se jode el que se tenga que joder. Pero entre los que nos jodemos estamos algunos que podemos decir el por qué. Y esto que decimos es la primera objeción: esa supuesta destrucción que no destruye la obra maestra de 1992 no se destruye más que a sí misma, y por cierto, hasta se burla del propio autor que quiere romperla.

Y es que, canción tras canción, esta versión parece no mostrarnos lo que sería una “nueva mirada” sobre esos “tracks”, sino todo lo que pudo ser y estuvo bien descartarlo. En la canción de inicio, la homónima, por ejemplo, ya queda sentado el desacierto: Páez elige hacer mutar aquella canción que era como el pensamiento de alguien que camina y llega a un destino (el hallazgo de un amor que cura el desamor) en otra cosa, algo falsamente tecno al principio, somnoliento y cantado sin el brillo vocal original, en un mid tempo propio de quien llegó a grabar cansado. Para colmo, luego le agrega fragmentos corales, en lo que parece una transmutación de esa canción tan especial en un intento por convertirla, como ha sucedido con otras, en un himno de tribunas. Que no tengo nada contra esos himnos parece necesario aclararlo, pero también que puesto en esta nueva sonoridad, esa canción pierde la gracia. Os Paralamas habían propuesto su versión (en portugués) por allá por 2009 y está visto al oírla que entendieron que justo el camino que ahora elige Páez, el de una semibalada cursi, era el menos apropiado.

Con Dos días en la vida, otra gran canción del disco original, sucede algo peor. Acá el desafío es no sólo rehacer aquella gran canción inspirada en la película Thelma & Louise, sino darle los papeles de esos personajes a nuevas cantantes que no sean las superdotadas Fabiana Cantilo y Celeste Carballo. El resultado se estampa como un auto que cayera por un precipicio: la canción pierde el ritmo y tono festivo propio de la aventura que tenía el tema original, fiel a la película, y en este caso se mecaniza, se carga de teclados a lo Enya y pone a Lali Espósito y a Niki Nicole a hacer desaparecer por completo los caracteres que han de interpretar: sin juzgar el nivel de sus voces, sólo se interpretan a sí mismas, mientras Páez, otra vez cansino, termina contagiado por esos modismos y elige cantar el clásico último verso de una manera algo ridícula: “Las chías (sic) conmigo son Thelma & Louise”.

En La Verónica, otro tema con el cine como alusión, aunque en este caso de manera explícita, convoca a Nathy Peluso, otra especialista en deformar la voz y la pronunciación. Se trata de una canción, la original, tan particular en su rítmica y el clima conseguido que hasta sale mejor parada a pesar de estas contrariedades (Peluso incluida) al convertirse en un pseudobolero.

Luego llega Tráfico por Katmandú. O Chráfico por Ketmendou, si seguimos la pronunciación de Elvis Costello, el invitado de la nueva versión. Pavada de lujo, por cierto, aunque el precio a pagar sea convertir aquella canción furiosa, justificadamente furiosa y pesada, en un híbrido entre music hall y algo de hair rock. Con arreglos y sonido excelsos, eso sí: como andar perdido por un suburbio de Nepal, pero de frac.

Pétalo de sal pierde todo lo que tenía: el espíritu tanguero, la sensualidad natural, la voz estremecedora de Spinetta en versos muy particulares. A cambio da un ritmo jazzero, asume una sensualidad impostada y el gran Chico Buarque canta mucho más que el Flaco en la original y, lamentablemente, arruina varios versos por la mala pronunciación.

A diferencia de Pétalo…, Sasha, Sissí y el círculo de baba, digamos “suena” mejor, pero a costa de perder lo mejor del tema original, esto es: esa melodía repetitiva, ominosa, obsesiva que creaba la guitarra de Ulises Butrón en 1992 y que era necesaria para la historia narrada por la letra. En esta versión Mon Laferte y Fito cantan muy bien, pero da lo mismo lo que cuentan o canten.

Un vestido y un amor, todo hay que decirlo, es una canción tan perfecta que es muy difícil arruinarla o destrozarla, como hubiera querido Páez. Pero esta, con Marisa Montes, no es la mejor de la infinidad de versiones disponibles para elegir y que también supieron revertirla, aunque con mejor suerte.

En Tumbas de la gloria aparece algo de lo que pudo ser en todo el disco: una nueva mirada que, sí, aporta a la vez una nueva sonoridad para la canción sin andar a contramano o sin que parezca que primero se propuso el sonido, el ritmo, el molde, y después se lo aplicara al tema. La rueda mágica tenía la magia original de contar con Charly García y de Andrés Calamaro en las voces: acá están Calamaro en el sitio de García y Conociendo a Rusia: se pierde lo que se imagina uno que puede perderse con los cambios.

Creo es la verdadera gema de esta nueva versión: Fito convierte esa canción confesional e íntima, irremplazable, en la de un crooner a lo Leonard Cohen y descubre una veta interesante. Bien por esta destrucción.

Detrás del muro de los lamentos no se autodestruye demasiado, pero cambia el toque folclórico argentino por el flamenco español. También termina quedando algo mucho mejor de lo que podría pensarse tras escuchar la primera parte del disco.

Como el folclore argentino se había perdido en el tema anterior, se traslada a La balada de Donna Helena, esta vez en un ritmo de chacarera, más los aportes de Wos y Ca7riel, rapeando un poco y haciendo una canción definitivamente nueva. A esta altura, el que aquí escribe se abstiene, por indecisión, de ponderar el resultado.

Brillante sobre el mic es una versión, digamos, correcta de la enorme canción del disco original. Sobre todo por la espectacular entrega vocal de Ángela Aguilar. Pero esta versión convierte a una canción impar en una canción normal.

Al fin, en A rodar mi vida vuelve cierta furia perdida en todo el álbum (esas dosis de furia que sí tenía el álbum que Fito quiso romper) y, en fin, como siempre fue la canción, para gusto del que esto escribe, más floja del álbum, tampoco importa mucho lo que se haga con ella.

En 1933, el poeta español Vicente Aleixandre publicó un fascinante libro, que sería crucial para granjearle el Premio Nobel de Literatura después, llamado La destrucción o el amor. Los polos opuestos del título se parecen un poco a los que venía padeciendo, décadas después, Fito Páez en los años previos a la edición de su disco. El título de Aleixandre calza perfecto aquí: por suerte Fito encontró aquella vez el amor (después del amor) y no la destrucción al grabar un disco. Esa destrucción llegó ahora y, por suerte, con una mínima fuerza capaz de destruir este disco fallido, pero impotente para destruir la obra maestra que lo inspiró.

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