Guerras que no le importan a nadie

La guerra hoy se ve por Tik Tok. Los clips de los niños llorando, mientras llueven bombas, duran 60 segundos y se presentan entre coreos de Mariano Martínez o las proezas simpáticas del influencer de turno.

Más de un millón de personas ya huyeron de Ucrania, para buscar refugio en un país vecino. (AP /Emilio Morenatti)
Más de un millón de personas ya huyeron de Ucrania, para buscar refugio en un país vecino. (AP /Emilio Morenatti)

1. Imaginate que un grupo de personas preparadas, estudiadas, aplicadas descubren que, en cuestión de días, un meteorito destruirá la vida sobre la faz de la tierra. Lo triste (además de la aniquilación venidera) es que el hallazgo astronómico ni bien es comunicado por los medios… ¡no le importa a nadie! Ni a los políticos (más cortoplacistas que cartel de precios en Argentina), ni a los presentadores de TV (nada les preocupa más que el rating), ni a eso que se llama opinión pública. Eso que se llama así por error, porque no es una sola opinión y tampoco es muy pública que digamos. Es cada vez más sectaria. En este mundo de reptilianos, terraplanistas, antivacunas y todos los colectivos que te imaginás, la opinión de los científicos es tomada en solfa por la calle. “Solo quieren quitarnos la libertad”, “La ciencia sabe menos que la religión”, o directamente mirar para otro lado como toda respuesta. Y seguir con la vida como si no existiera tal espada de damocles cruzando las galaxias.

De eso trata la película de Adam McKay, “No mires para arriba” que hoy compite para mejor película en los Oscars. Una premisa inteligente, con actuaciones de fuste de Leonardo Di Caprio y Jennifer Lawrence, pero que la crítica ha destrozado, quizá por sus chistes facilones y por su mensaje final más bien fatuo. Pero la idea base, torpemente contada en estos primeros párrafos, es un signo de época. Una manera de mostrar cómo es la clase dirigente y empresaria que nos tocó en suerte. Cómo operan las redes, la desinformación, los medios, y la ausencia de referentes. Y cómo nosotros mismos somos devorados por el relativismo de creer que lo único que importa es lo que pasa a un centímetro cuadrado de nuestro propio mundo.

2. Imaginate que estalle una guerra entre una potencia mundial frente a un país random; que esa guerra incluso pueda desencadenar un conflicto planetario; que en este contexto pululen las imágenes más terroríficas de barrios, hospitales y escuelas devastadas por bombas repartidas como papel picado. Imaginate que, más allá de las víctimas, lo más triste sea que, en el fondo… el conflicto ¡no le importa a nadie!

Pasados los días, ni siquiera se preocupan ya esos argentinos que estaban “asustados” por la posibilidad de que se suspendiera el mundial. Todo sigue. Los festivales internacionales, la vida post pandemia, los lanzamientos comerciales; todo como si nada.

Por eso el propio presidente ucraniano Volodímir Zelenski destina casi la totalidad de los minutos de tevé desde su búnker a reclamar atención de la comunidad internacional. “Ojo que esto mismo le puede suceder a los otros países limítrofes de Rusia”. “Ojo que se viene otra guerra mundial”. “Ojo que estamos solos”, se lamenta el presidente.

El actor devenido mandatario se siente un poco como el personaje que interpreta Di Caprio en “No mires arriba”: el hombre que sabe lo que sucederá, lo terrible que será, pero no consigue ni el mínimo eco para sus diagnósticos de la realidad.

El presidente, amargamente, siente en su piel lo que antes sintieron afganos, iraquíes, nigerianos y tantos otros países en guerras tan devastadoras como solitarias. Fundamentalmente solitarias.

3. La guerra hoy se ve por Tik Tok. Los clips de los niños llorando, mientras llueven bombas, duran 60 segundos, y se presentan entre coreos de Mariano Martínez o las proezas simpáticas del influencer de turno. Qué difícil entender y atender lo importante en la fragilidad de la era de las redes sociales. Todo es líquido y efímero. Todo es relativo. Todo es entretenimiento. Hasta el drama. Ya lo dijo Bauman: “Las redes sociales son una trampa (...) El diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia… Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa”.

Una red que nos atrapa con sus algoritmos de “me gusta”, que nos reclama toda la atención, que nos saca de todos los debates. Lo dicho: es difícil así “mirar hacia arriba”, o mirar hacia los costados. Es difícil, porque solo miramos nuestro propio ombligo.

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