El servicio secreto de su Majestad ya no tiene Majestad

Como ocurrió en Alemania Oriental previo a la caída del muro de Berlín, hoy la política en la Argentina sólo se hace a través del espionaje ilegal.

Jaime Stiuso, el James Bond nacional y popular
Jaime Stiuso, el James Bond nacional y popular

“Mi nombre es Bond.... James Bond”.

La película alemana “La vida de los otros” (2006) cuenta cómo se vivía en Alemania Oriental en la década del 80 durante la decadencia del régimen comunista. Ante un poder político rígido y burocrático que había perdido todo sentido de ser, el país era de hecho manejado por la Stasi, esa famosa policía secreta que contaba con 100 mil agentes y el doble de informantes. Aunque en realidad todos espiaban a todos, como un ritual rutinario en el cual los que no espiaban simulaban hacerlo para mantener sus privilegios o prebendas en un régimen derruido. La delación, la denuncia, era casi la única actividad que sobrevivía en ese sistema político al borde de la extinción.

Para alguien que reside en la Argentina, ver hoy ese film que pintaba tan exactamente la realidad descripta, sorprende por la similitud asombrosa con lo que estamos viviendo en lo que hace al vacío de sentido del régimen kirchnerista, al deseo de su “nomenklatura” más por mantener sus privilegios que por seguir construyendo poder y al predominio del submundo de los servicios de inteligencia como proveedor de recursos para seguir haciendo política (o algo parecido aunque muy adulterado). En vez de una burocracia comunista, soportamos una burocracia populista que quizá no se le parezca tanto en las formas, pero se le asemeja notablemente en el fondo.

Todo comenzó cuando el poder, en vez de faltar como falta ahora, sobraba. Lo poseía en exceso Néstor Kirchner, presidente que había terminado de vencer la anarquía de 2001/2 (continuando, sin reconocerlo, lo que la dupla Duhalde-Alfonsín hizo previo a él). Con todo el poder en sus manos, además de armar el sistema de acumulación política y económica a través de la corrupción más gigantesco de la historia del país, Kirchner centralizó en sus solas manos los sistemas de inteligencia y se puso a espiar a todo el mundo, con especial énfasis en los suyos propios para ejercer la dominación absoluta. Creo su propia Stasi, con la colaboración clave del jefe de los espías, Jaime Stiuso, quien sobreviviría a la muerte del líder. Y aún hoy sigue haciendo de las suyas.

Cristina Kirchner no tenía tanto interés en espiar a todo el mundo como su marido, con lo cual esa tarea la siguieron haciendo Stiuso y los suyos cada vez de manera más autónoma. Pero lo que sí quería Cristina, cuando descubrió lo que le esperaba de allí en más por las tropelías que había cometido su marido para acumular tal fabuloso poder, fue lanzar su famosa consigna. “hay que apretar a los jueces”. No se equivocaba, sabía que nadie podría detener la catarata de juicios que vendrían cuando saliera a la luz enteramente el sistema ilegal montando por Néstor. Algo que todavía prosigue pese a los mil y un intentos que realizó Cristina para desmantelar cualquier esbozo, hasta el más mínimo, de poder judicial independiente.

Cuando Cristina perdió el poder, los chanta-espías, los James Bond se pacotilla que pululaban en el submundo de los agentes de seguridad, dejaron de estar al servicio secreto de su majestad, pero no por ello renunciaron a nada. Si no se espiaba para el jefe, había que hacerlo para quien comprara sus servicios. Y dentro del macrismo gobernante encontraron a más de uno a quien le interesaba contratarlos como advirtieron ya desde aquel momento gente seria como Elisa Carrió, Carlos Pagni o Hugo Alconada Mon. La tentación de poner los servicios a disposición de la política carece de ideología, les sirve a todos.

Llegado al gobierno Alberto Fernández, el vacío de poder que gestó en estos tres años un presidente inepto, hizo que los espías se desperdigaran de todas las formas posibles y que espiaran (aunque la mayoría de sus operaciones fueran chantadas) a todo aquel cuya vida privada podía interesarle a algún personaje del poder. Y en estos momentos en que la política dejó de librarse en los terrenos de la política, para librarse en los terrenos de la justicia, los chanta-espías, en la más completa de las anarquías, están recolectando toda la información ilegal que puedan para hacer la mayor cantidad posible de negocios privados, financiados por políticos que necesitan hacer volar por los aires el Poder Judicial en lo que aún tiene de autonomía, particularmente a la Corte Suprema de Justicia. Y para eso necesitan argumentos con los cuales justificiar su asalto cuasi golpista a un poder del Estado. Pero lo que ocurre -tristemente aunque a la vez felizmente- es que tanto los políticos cuasi-golpistas como los espías liberados de todo control, son lo suficientemente chantas como para que sus intentonas nunca puedan concretarse más que con amagos y amenazas, buscando crear un clima que asuste a los jueces a ver si dejan de hostigar a la jefe espiritual de la nación K. Ignorando que esa lógica judicial ya no la puede parar nadie salvo que la Argentina deviniera un régimen totalitario como el de Venezuela o Cuba, cosa que no se puede hacer sin un ejército a su favor, o peor aún en un país que de hecho carece de ejército.

En la historia del peronismo hubo un presidente que no fue (Héctor J. Cámpora) y un presidente que no es (Alberto Fernández) pero él no lo sabe y por eso inventó su propia guerra contra la justicia de un modo pleno de todas las torpezas de su personalidad. Para eso convocó a algunos gobernadores feudales con el delirante objetivo de tratar de revivir la lucha del siglo XIX entre unitarios y federales en donde Alberto cumpliría el papel de Juan Manuel de Rosas. Todo para ver si con estas sobreactuaciones patéticas Cristina vuelve a hablarle, o cuando menos a mirarlo y le da la posibilidad de presentarse a la reelección. Sin saber que la señora ya tiene suficiente con buscar como zafar de las causas de las que no podrá zafar.

En fin, en un país donde los políticos han perdido el olfato del poder pero no el gusto por sus privilegios, y donde la decadencia de un modo de hacer política en tan notable como en el mundo comunista previo a la caída del muro, el espionaje ilegal está facturando pingües negocios con esta elite decadente que está haciendo renacer la anarquía que Kirchner derrotó.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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