Desde los años ‘40 Dardo Gumersindo Pérez tuvo la propiedad de media hectárea con una casa, con parral en su galería, en calle Terrada, llegando a las vías, en Mayor Drummond, Luján. Desde 1979 hasta su fallecimiento, en julio de 2012, ahí vivió Dardo Pérez Guilhou; quien fue declarado “Ciudadano Ilustre de Luján”. Siempre apoyado por su colaborador Claudio Cespede y acompañado por la por todos muy querida Elisa Palacios; y por el “Preto”.
Lugar de biblioteca generosa y corral de aves de combate. Fue lugar de encuentro de los amantes de esas crianzas, apasionados por las demostraciones de coraje de esa especial raza, hoy incomprensible para nuestra cultura ciudadana, alejada de la rural, de la que provenía -con orgullo- el mismo Don Dardo, su padre, y Miguel Segundo Pérez, su abuelo.
Con la parrilla templada, los “galleros” Osvaldo Grimalt, Alberto Ábalos, el “Pocho” Méndez, “Gonzalito”, los hermanos Cárdenas, el “Tico” Varela, entre muchos amigos, sostenían su pasión con los relatos épicos de las peleas de sus gallos en reñideros de todo el país; compartidos con Don Dardo, nombrado “Señor del Reñidero” en La Banda (Santiago del Estero).
Con similar coraje -cívico en el caso-, supo juntarse un grupo de amigos preocupados por los tiempos políticos de fines de los ‘70 y principios de los ‘80. Se “autoconvocaban” profesores, funcionarios, egresados, alumnos, algunos despedidos otros perseguidos, militantes de distintos partidos y tendencias, todos bajo el parral que los reunía.
Y así, en esa pluralidad de conversación y debate que hoy nos parece inaccesible, venían el Rector de la Universidad en ejercicio y discutía mano a mano con quien luego lo sucedería (quien traía su comida en un táper, por ser vegetariano), y también con quienes se ubicarían luego en puestos de responsabilidad.
El asado estaba en manos de Bautista Rubén Morales, quien, con su saco, corbata y sobretodo, con un sarmiento como instrumento, manejaba esa parrilla, colocada en el suelo (todavía sin churrasquera), bajo la higuera que apenas cobijaba. Normalmente costillas o algún chivato (previamente lavado con soda por Rubén), todo bien regado por vino -obviamente Malbec- en “jarra compartida”.
Dirigentes de la talla de Molina Cabrera, Onofri, Triviño, Morales, Luna, Kaul, Zuleta Álvarez y Emilia -su esposa-, Mathus Escorihuela, Carlitos Chacón, Caloiro, Soler Miralles, Seisdedos, Segovia, Egües, Martínez Peroni, Manuel Vázquez, Armagnague, Pedro Giunta, Farrando, Monteoliva, Montbrun y tantos otros, en un espacio de libre expresión de quienes en la vida pública confrontaban en las cátedras, desde los diarios, en la política y hasta en los tribunales.
Allí surgió el Instituto Argentino de Estudios Constitucionales y Políticos, prolífico en publicaciones, premios y congresos durante cuarenta y cinco años. Fecundo en especial por sus discípulas como María Celia Castorina de Tarquini y María Luisa Giunta; y hoy Cristina Seghesso, Catalina Arias de Ronchietto, Gabriela Ábalos, Susana Ramella, Florci Cassone, Liliana Ferraro, Alejandra Masi, Adriana Micale, Agustina Duprat, Silvina Barón, entre otras destacadas intelectuales.
Ese espacio prolífico para alumnos y egresados de las facultades donde Don Dardo fue profesor y decano, Ciencias Políticas (UNCuyo) y Ciencias Jurídicas (UM), cobijó encuentros que eran posibles en aquel momento y que hoy extrañamos. Estudiantes militantes de todo el abanico ideológico, compartían bajo el parral su propio debate, la parrilla, las “jarras”.
Todos, dirigentes y estudiantes conversaban sin temor, con confianza para disentir con franqueza; con mayor o menor erudición, con rigor académico, con vivida experiencia personal. Corría el asado... y la charla caliente, a veces dura, vehemente, siempre respetuosa y sin concesiones. Se lograba un intercambio desde el Derecho y la Política en sintonía que no tenemos hoy. Contestamos con denuncias y demandas de abogados a los reclamos de la política y con panfletos a las exigencias jurídicas.
También el parral, y su abierta y generosa biblioteca, fueron espacio para la consulta de académicos luego destacados; investigadores que buscaban la crítica y el análisis (“despiadado” ... solía decir Don Dardo, aunque nunca lo fuera) siempre constructivo, exigente y alentador y empujador cuando veía potencia en sus patrocinados (como con sus gallos) hasta verlos acceder a su meta compartiendo su triunfo como propio.
Cumplió esa función que describió como la del “regante”; la semilla ya está, sólo hay que regarla para que dé sus frutos. Supo ser escalón, catapulta y jamás “techo” de sus discípulos. Y fue también desde esa galería donde, durante horas, disfrutando de la vida rural, sus plantas y animales, escribió sus libros, capítulos, ensayos, y coordinó obras de relevancia Nacional para nuestra Historia y el Derecho Público.
Punto de consulta y consejo desde de nuestra política Nacional y mendocina, y también de periodistas como Carlos La Rosa, Jaime Correas, Laura Carbonari, Andrés Gabrielli y -antes- David Eisenchlas. Nunca fue requerido para interpretaciones tramposas, amañadas, leguleyas, o de bajo nivel como las acostumbradas en estos tiempos. Su respuesta, fue siempre desinteresada, estudiada y anclada en nuestra institucionalidad, precisa y directa, sea quien fuera el interesado.
Inolvidable el paso de José Luis de Imaz, Víctor Tau, Armando Bazán, Félix Luna, Abel Mónico Saravia (con su guitarra), Alberto Spota, Miguel Ekmekdjián, Pedro José Frías, Alfonso Santiago, grandes referentes de la Academia Nacional con quienes brindamos alguna vez bajo el parral.
Finalizamos con el cariñoso recuerdo de sus hijos, nueras y yernos, y de sus quince nietos que durante años concurrieron al infaltable asado de los sábados, donde construyeron un estrecho vínculo; quienes lo observaban admirados cómo peleaba, chicote en mano, ¡contra un león imaginario que se había metido en su habitación!
* El autor es abogado.