Hace 100 años el egiptólogo británico Howard Carter tuvo el primer indicio de la existencia de la Tumba de Tutankamón el 4 de noviembre de 1922. Y a los pocos días, el 26 de noviembre, confirmó su trascendental hallazgo al poder mirar el interior a través de una pequeña abertura.
Sus primeras palabras fueron “Puedo ver cosas maravillosas”. Esta fue la respuesta a sus compañeros de campaña que esperaban detrás para saber que veían sus ojos.
Durante una estadía en Egipto, orientada por el reconocido arqueólogo Juan Schobinger (UNCuyo) y como parte del equipo de investigación coordinado por la egiptóloga Violeta Pereyra (UBA), pude admirar los brillos y el oro de los tesoros protegidos en los museos, recorrer tumbas y templos tebanos, caminar en el desierto y compartir tertulias con investigadores de todo el mundo.
Ese escenario invitaba a la imaginación. Impactada por la experiencia escribí una novela histórica titulada Las bendiciones de Tutankamón, la cual surgió como un trabajo independiente después de concluir la labor estrictamente académica y científica.
La obra literaria se inicia con la pregunta que me hice en esa tierra legendaria: “¿Qué bendición habrá hecho permanecer la momia de Tutankamón en su tumba real con todos sus tesoros?”.
Cuando llegué a Egipto observé que, en el caso de la mayoría de sus antecesores y sucesores, los restos y ofrendas sepulcrales habían desaparecido por la acción de los saqueadores o habían emigrado a salas de exposición de diferentes ciudades del mundo.
En la misma capital de Egipto, El Cairo, se podía ver en su museo las momias de faraones como las de la Reina Hatschepsut y los Faraones Tutmosis II, Amenophis II y Tutmosis IV cuyos sepulcros reales, construidos para el descanso eterno, no sólo fueron profanados sino que sus cuerpos momificados permanecen en vitrinas refrigeradas para ser mirados, con cierta aprensión, por curiosos del mundo entero.
Sin embargo, la tumba de Tutankamón no fue profanada, sus ofrendas permanecieron intactas hasta su descubrimiento y su momia descansa en paz, en el Sagrado Valle de los Reyes.
El famoso faraón logró - como muy pocos - su inmortalidad con la preservación de su momia, el sarcófago y joyas por más de 3000 años.
Surge entonces otra pregunta en el contenido de la referida novela: “¿Por qué y quién lo ha protegido de los saqueadores y lo conduce a ser adorado por la eternidad?”.
El conflicto entre los sacerdocios de Amón y Atón, durante la Dinastía XVIII, rodeó la vida de ese faraón y sus dos antecesores inmediatos.
Y ese es el telón de fondo de la novela en el que se van develando los interrogantes a medida que avanza el relato.
Lo particular y lo universal están presentes en las concepciones egipcias de la divinidad.
En este sentido, el egiptólogo alemán Erik Hornung afirma que “antes de Akhenatón [el Faraón, antecesor de Tutankamón, que impone a Atón como dios único] la exaltación privilegiada de un dios nunca había dañado la existencia de los dioses restantes. El Uno y los Múltiples habían sido tratados como afirmaciones complementarias que no se excluían mutuamente. Pero ahora se excluyen el uno al otro (…)”.
El rol de Tutankamón fue restablecer el respeto por todas las manifestaciones de la divinidad y permitir el regreso de los sacerdotes de Amón, perseguidos por su antecesor.
Otro elemento relevante para quien se acerca a la cosmovisión egipcia es el ceremonial. Tiene la finalidad de conectar lo visible con lo invisible.
La muerte es precisamente una de las formas de vinculación, por esta razón, cuando se transitan y se estudian las tumbas se constata que los egipcios vivían la muerte física como un “rito de paso” a otra vibración.
Por eso, al igual que otros pueblos, dejaban parte de sus pertenencias, oraciones, inciensos y aceites benditos a los que transitaban el umbral hacia el “más allá”.
El muerto iniciaba un prolongado viaje del este (entrada de la tumba) hacia el oeste (mundo de Osiris) del que son testimonio los largos remos colocados alrededor de su “sarcófago-barca” que lo llevará hacia los mundos del más allá. Los textos contenidos en el Libro de los Muertos que está representado en las tumbas, lo preparan para lo que va a ver.
Los 100 años del descubrimiento y apertura de la Tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes en Luxor, Egipto, es una ocasión para indagar en concepciones profundas que han inquietado a pueblos originarios y, también, a quienes han dejado inmensos y enigmáticos edificios, esculturas, ornamentos, papiros y joyas deslumbrantes como los antiguos egipcios. Incluso los que vivimos en el “desacralizado siglo XXI” seguimos inquietándonos por el misterio de la mortalidad física y la inmortalidad espiritual.
* La autora es historiadora.