Dramáticos desafíos, sin soluciones fáciles

La agenda prioritaria de Cristina no es ni la pobreza ni la reconstrucción ni el dólar sombra. Primero la amnistía, luego vendrá todo el resto.

Cristina Fernandez de Kirchner, el Senado debate el proyecto de la Casa Rosada para limitar más los fondos que recibe la Ciudad
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Fue un acto involuntario de justicia poética. Kristalina Georgieva renombró al problema con un apellido definitivo: “dólar sombra”. Como para entender que así como está, la brecha cambiaria es una acechanza oscura. La jefa del FMI incluyó ese bautismo en la declaración más dura de las que ha tenido hasta ahora sobre la realidad argentina, al final de la misión técnica enviada para renegociar la deuda cercana a 45 mil millones de dólares que el país tiene con el organismo, con vencimientos parciales entre 2021/23.

Georgieva fue presentada aquí por el oficialismo como un flor exótica en el invernadero del Fondo. Capitalista sensible, cristiana obediente a las encíclicas. Acreedora amigable que promete no exigir ajustes a su principal deudor. El divorcio conceptual entre la jefa del FMI advirtiendo del dólar sombra y el presidente Fernández negando una devaluación fue tan evidente y amplio como la brecha cambiaria. Georgieva lo puso por escrito: “Argentina enfrenta muy dramáticos desafíos, sin soluciones fáciles”. Una profunda recesión, condiciones sociales que están empeorando, desequilibrios económicos en franco crecimiento. “Además, el divorcio entre el tipo de cambio oficial y el paralelo (shadow) se está expandiendo”. También señaló la prioridad: poner en marcha una agenda creíble. Y un pedido al Gobierno: que presente un plan. Una hoja de ruta. Herramienta de confesa indigestión para el Presidente.

La misión técnica del Fondo regresará en noviembre. Pero el documento firmado por Julie Kozack y Luis Cubeddu, tras sus reuniones multisectoriales, parece un obituario. Crisis sanitaria sin precedentes, recesión larga y profunda, altos niveles de pobreza y desempleo, presiones en el mercado cambiario. Y el desafío excepcionalmente difícil de hallar equilibrios entre la estabilidad de la economía y algún atisbo de recuperación.

Eso dice el acreedor. Para mayor remache: la inflación de septiembre desbocada, nuevo aumento en los combustibles y promesa de descongelamiento de tarifas para diciembre. Y la revisión oficial del FMI sobre el pronóstico de recesión para este año. Dos puntos más que en el horóscopo anterior: 11,8%. Para el Banco Mundial es 12,3. Segundo lugar en el podio, después de Venezuela.

El equipo económico de Alberto Fernández prefiere en la encrucijada fijar los ojos en otra predicción del Fondo: un rebote positivo de 4,9% para 2021. Con esa ilusión Fernández le pide a su estructura política que aguante los trapos hasta que llegue marzo. Para entonces, espera haber cerrado un acuerdo con Georgieva, recibir fondos frescos del FMI, sentarse a recaudar la cosecha, repartir comida y ganar elecciones.

Ese horizonte es tan lábil que requiere de una rabiosa inyección de motivación interna. En lugar de obtenerla proponiendo la racionalidad del plan que le están pidiendo -y corriendo desorientado detrás de los hechos- el oficialismo se zambulló en la efeméride de la lealtad peronista para contrarrestar los recientes banderazos opositores.

Toda contorsión hacia el ombligo puede generar problemas. Los hubo: Luis Barrionuevo antes, Hugo Moyano durante, Sergio Massa después. Los dos primeros se desmarcaron de la celebración fogoneada por la CGT oficialista. Massa dejó trascender que prepara un encuentro cercano del Frente Renovador. Mientras, los gobernadores sólo entran de reojo al zoom. Mascullan por lo bajo lo mal que les vino la temprana conurbanización portuaria de la pandemia. Al final les tocó el pico epidemiológico en el momento más intenso del hartazgo y la desobediencia social.

El politólogo Federico Zapata propuso días atrás una lectura sobre el dilema oficialista -el método y la época- que ayuda a explicar estas tensiones. Se pregunta qué es el peronismo sino una caracterización precisa de una época.

Porque sobre eso hoy están en pugna al menos dos visiones opuestas.

Están los que consideran al peronismo como un gestor eficiente del capitalismo en un país integrado al mundo, con una mirada desarrollista, que requiere de una agenda de consenso que supere la grieta. Y hay otra mirada sólo redistribucionista, que considera al peronismo como una cruzada de clase contra el capital. Con el antagonismo como mejor método.

Zapata opina que el Frente de Todos llegó al poder con un contrato electoral parecido a la primera mirada. Aunque cabe preguntarse sobre el liderazgo en las sombras que lo llevó hasta allí. Más cercano a la segunda. No hay una respuesta sencilla. Hasta el Papa interviene en esos menjunjes. Reapareció en un acto beatífico para el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, que denunció en su momento los horrores de Jorge Videla y Emilio Massera (y hoy hace la vista gorda con los de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello).

En esa misma línea, su asesor Juan Grabois expresó la tesis extrema de la redistribución: habrá una y veinte usurpaciones similares a Guernica. Como la profecía guevarista de los Vietnam en el mundo.

En esas disputas simbólicas, Cristina saldó su balance de la lealtad peronista recordando a Néstor Kirchner. Su agenda prioritaria no es la de la pobreza, ni la de la reconstrucción, ni el plan para Georgieva, ni el dólar sombra, ni la homilía del Papa. Primero la amnistía, luego vendrá todo el resto.

Ha impuesto a todo el Gobierno el ritmo exasperante de su propio gradualismo. Es una apuesta de resultado incierto. Sólo se conoce como terminó el de Mauricio Macri.

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