Hay toda una comparación histórica que el kirchnerismo padece en estos días por la combinación de tres novedades simultáneas: el precio récord de la soja por la guerra en Ucrania, el nuevo respaldo del FMI a la Argentina para seguir posponiendo la deuda y el retroceso del riesgo país a valores de default.
Es una combinación paradójica: viento de cola histórico, desconfianza por cesación de pagos. Un contrasentido que seguramente desvela a la vicepresidenta Cristina Kirchner. Tiene en las manos una oportunidad excepcional en los términos de intercambio, similar al viento de cola que favoreció a Néstor Kirchner. Y una reprogramación de deuda como la que consiguió Néstor Kirchner. Pero es su gobierno el que está hundiendo al país en una crisis como la que heredó Néstor Kirchner. Cristina está perdiendo en un duelo histórico con el peor de los fantasmas de su historia personal.
Ese aguijón agita su resentimiento contra Alberto Fernández y en ese valle de pasiones crece la desconfianza que aumenta el riesgo país. No se trata de un riesgo irracional y sin motivos: la Argentina del kirchnerismo es siempre un país que regresa con puntualidad al pasado.
Hace una década, el embajador argentino en los Estados Unidos era, al igual que hoy, el diplomático Jorge Argüello. “Partimos de regreso a Buenos Aires. Misión cumplida”, decía Argüello en abril de 2012, antes de que concluyera la sexta Cumbre de las Américas, en Cartagena de Indias.
La entonces presidenta Cristina Kirchner se subió al avión antes, enojada porque la Cumbre no había llegado a ningún acuerdo. Ni sobre la frustrada invitación a Cuba, ni sobre el reclamo argentino por las Islas Malvinas. Poco después de aquella despedida abrupta de 2012 en Cartagena, Cristina aterrizó en Buenos Aires para anunciar la expropiación de YPF.
Diez años después, la secuencia fue apenas diferente: primero le expropió a Alberto Fernández la única iniciativa importante que impulsaba para la estatal YPF y luego lo envió a ejercer la abogacía de autócratas en otra Cumbre de las Américas. En California, Alberto Fernández habló para callar. Nada dijo de las violaciones a los derechos humanos en el continente, frente a las crisis migratorias regionales que provocan y agravan las dictaduras.
La crisis que desató la vicepresidenta al detonar el gasoducto Néstor Kirchner fue presentada por ella como el choque supuesto de dos visiones enfrentadas: sugirió que el Presidente está administrando con su lapicera un “capitalismo de amigos”, mientras que ella impulsa un “capitalismo de Estado”. No está claro que así sea. Sobran motivos para pensar que ambos defienden un capitalismo de favores, aunque para amigos diferentes.
La guerra por el gasoducto tiene también otra clave de lectura. La caída de Matías Kulfas significó para Alberto Fernández la pérdida del único nombre de relevo que tenía entre los propios, si la inflación termina devorando a Martín Guzmán. Y el reemplazo por Daniel Scioli fue la primera concesión implícita del Presidente a la idea de que su reelección es imposible.
Del lado de Cristina, toda la disputa del gasoducto pareció guionada por Axel Kicillof. La carrera política del gobernador bonaerense comenzó cuando usaba un discurso soviético para impugnar al grupo Techint desde una silla de representación estatal en su directorio. Y fue el interventor de YPF designado en aquellas horas del aterrizaje prematuro tras la Cumbre de Cartagena. Hoy la mano derecha de Kicillof es Carlos Bianco. Ya lanzó la reelección del gobernador bonaerense.
Todo el mundo creyó ver una frustración para Sergio Massa tras la designación de Scioli. ¿Esa designación es, además, una oposición anticipada del Presidente a una candidatura mayor de Kicillof auspiciada por su vice?
Estas intrigas tan ajenas a la aceleración de la crisis económica están comenzando a recibir señales ineludibles. No sólo el despertar nervioso del dólar paralelo. También la multitudinaria demostración de fuerza que hicieron las organizaciones piqueteras, y sobre todo su avance con la CGT para imponer un paro general.
Mientras, el Congreso parece resignado a la mutua gestión del bloqueo. La oposición consiguió en Diputados un avance institucional significativo. Demostró que el sistema de votación con la boleta tradicional es una trampa que persiste para perpetuar oficialismos. Cristina Kirchner apelará a los feudos coparticipables en el Senado para bloquear el cambio hacia la boleta única.
El oficialismo se alineó también tras el proyecto inconstitucional de ampliación de la Corte Suprema de Justicia a 25 miembros, a imitación del modelo que adoptó la dictadura venezolana para eternizarse con fraudes electorales, censura y persecución a los disidentes
.El proyecto puede pasar aprobado por el Senado argentino. Se trabará en Diputados. Pero para el kirchnerismo el medio es el mensaje: amedrentar a los jueces con una amenaza de imitación al régimen chavista.
Nicolás Maduro acaba de felicitar al presidente argentino por su “firmeza, claridad y valentía”. Alberto Fernández también se enfrenta a una derrota histórica en el duelo personal con su fantasma. Hizo su campaña desmintiendo que pondría al país en la senda de Venezuela. Ahora cosecha en Caracas un elogio a su carácter que aquí jamás le propinará Cristina.