La Revolución de Mayo fue un largo proceso, por demás complejo, que comenzó muchos años antes de aquel emblemático Mayo de 1810, y que tal como hemos afirmado en numerosos trabajos, constituyó el resultado de una conjunción de variables internas y externas a nuestro territorio que fueron dando forma a la Revolución en América. Al decir del canónigo Juan Ignacio Gorriti, diputado por Jujuy ante la Junta Grande, sucesora del la Primera Junta de Gobierno: “La revolución de América no fue un suceso repentino que debía sorprender a un sujeto medianamente pensador. El sistema inquisitorial de la política del gabinete observada en las colonias; las trabas que sugería a la industria y a la cultura; el monopolio tan escandaloso del comercio peninsular; la postergación tan general y descarada que en toda la extensión de la monarquía sufrían los americanos; eran causas de que se quejaban en voz muy alta, se murmuraba con acrimonia y se manifestaban síntomas de violencia que preparaban una explosión”.
Así el germen de la revolución venía fraguándose años antes, incluso desde la época de las invasiones inglesas y en muchos casos impulsada por sucesos que se dieron en diferentes pueblos de América entre 1808 y 1810, hasta llegar al 25 de Mayo, considerada como una de las fechas más importantes de la historia argentina, en tanto marca el inicio del proceso de independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, luego Argentina, pero también un hito central del fin del colonialismo español en toda América. Ese día dio inicio el corolario de un proceso que había comenzado tiempo antes y que se denominó Revolución de Mayo, donde el “levantamiento popular” de la “parte principal y más sana del vecindario” propició finalmente el reemplazo del virrey por una Junta de Gobierno, decisión transcendental de la semana de mayo que tuvo en los debates del famoso Cabildo del 22 de Mayo, el momento culmine. Días vertiginosos sin duda donde se destacaron los líderes políticos de la época, como Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Mariano Moreno, entre otros.
Tal era el clima de agitación por aquellos momentos, en que los patriotas preparaban tempranamente el camino hacia el primer “grito de libertad” que un cercano colaborador del Virrey Cisneros, funcionario responsable del manejo de los fondos públicos en la Real Hacienda y asesor de virreyes anteriores, tiempo después daría a conocer un interesante documento en que: “La mañana del 12 de mayo de 1810 le mostré a Cisneros la necesidad de deportar inmediatamente a Saavedra, Chiclana, Paso, Castelli, Vieytes, Balcarce, Larrea, Guido, Viamonte, Rodríguez Peña, el doctor Moreno, el presbítero Sáenz, el canónigo Belgrano, el mercedario fray Manuel Aparicio y el betlemita Fray Juan Salcedo. Más nada logré porque alucinado por las seguridades del primero y de su comensal el cirujano Rivero que le arrancaron la débil proclama del 18, perdió las ocasiones de sofocar el volcán, y el día 20 se halló sin fuerzas, y los fieles a la autoridad –quedaron- expuestos a los puñales de French, de Antonio Beruti”.
Las posiciones encontradas entre realistas y patriotas comenzaban a transitar posiciones irreconciliables y tarde o temprano las fuerzas militares al mando de Cornelio Saavedra, Francisco Ortiz de Ocampo, Manuel Belgrano, y otros se movilizaron para frenar la contrarrevolución, en tanto French y Berutti movilizaban las milicias suburbanas para presionar y asegurar por la fuerza, si fuese necesario, el cambio de gobierno.
El mismo Mariano Moreno, protagonista central de aquellos críticos momentos, aseguraba: “La variación presente no debe limitarse a suplantar a los funcionarios públicos e imitar su corrupción y su indolencia. Es necesario destruir los abusos de la administración, desplegar una actividad que hasta hoy no se ha conocido, promover el remedio de los males que afligen al Estado, excitar y dirigir el espíritu público, educar al pueblo, destruir o contener a sus enemigos y dar nueva vida a las provincias. Si el gobierno huye el trabajo; si sigue las huellas de sus predecesores, conservando la alianza con la corrupción y el desorden, hará traición a las justas esperanzas del pueblo y llegará a ser indigno de los altos destinos que se han encomendado en sus manos”.
Finalmente, la mañana del 25 de Mayo por fin se disolvía la junta presidida por Cisneros, que en un contragolpe revolucionario a espaldas del pueblo se había designado el día anterior 24, y se designaba la Primera Junta de Gobierno Patrio; el mismo Manuel Belgrano, otro de los actores centrales y una de las mentes brillantes que condujo el proceso, recordaba aquellos acontecimientos diciendo: “Se vencieron al fin todas las dificultades,…, y aunque no siguió la cosa por el rumbo que me había propuesto, apareció una junta, de la que yo era vocal... Era preciso corresponder a la confianza del pueblo, y todo me contraje al desempeño de esta obligación, asegurando, como aseguro, a la faz del universo, que todas mis ideas cambiaron, y… el bien público estaba a todos instantes a mi vista”. Palabras en las que el gran Manuel rendía cuentas de cada una de sus acciones, respondiendo a la proclama “El Pueblo quiere saber de qué se trata”; erigiéndose así en el líder de la Revolución, quien años después, junto a San Martín, se transformaría en el principal impulsor de la definitiva Declaración de Independencia el 9 de Julio de 1816, cerrando el primer capítulo de la revolución e iniciando uno nuevo en la guerra de liberación continental, en que hombres y mujeres, muchos de ellos cuyanos, dejarían incluso su vida por la Libertad e Independencia de América.
* El autor es historiador sanmartiniano.