Agravio turco a los armenios y a Uruguay

Uruguay no es un país más en el escenario del histórico conflicto turco-armenio, porque fue el primero que reconoció el genocidio, acerca del cual Turquía siempre usó la influencia que le da su estratégica ubicación geográfica, para imponer el negacionismo.

Agravio turco a los armenios y a Uruguay
El ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Mevlut Cavusoglu

Juntar el dedo mayor y el anular con el pulgar, irguiendo el índice y el meñique, es hacer la señal de Los Lobos Grises. Un gesto que en Turquía significa adherir al accionar de aquella agrupación ultranacionalista que asesinaba a dirigentes de los partidos de izquierda y de las minorías étnicas. Ergo, una apología del crimen y del fanatismo. Y hacerle esa señal a manifestantes armenios, es un bullyng cruel. Eso ocurrió en Montevideo y quien levantó la mano haciendo la cabeza del lobo fue nada menos que el canciller turco.

No fue un impulso inconsciente. Mevlut Cavusoglu sabía lo que hacía. Es el ministro de Relaciones Exteriores, cargo que ya ocupó en el pasado y para el cual se formó en una facultad de Relaciones Internacionales.

Estaba adentro del auto que lo trasladó a la sede diplomática que se estaba inaugurando, mirando el grupo de uruguayos de la colectividad armenia que protestaban frente a la embajada de Turquía.

Sonriendo con ironía, levantó su mano mostrándole la señal que lastima las emociones de los armenios y demás etnias que fueron víctimas del ultranacionalismo turco.

Los Lobos Grises, que se hicieron conocidos en el mundo en 1981, cuando uno de sus miembros, Alí Agca, disparó a quemarropa con una Browning 9 milímetros contra el Papa Juan Pablo II, habían surgido en la década del sesenta como brazo armado y violento de Acción Nacionalista, partido de extrema derecha que reivindicaba el panturanismo, la ideología criminal que impulsó el exterminio de las comunidades cristianas de Anatolia.

Los asirios y los griegos fueron blancos de masacres, mientras que contra los armenios, que desde fines del siglo 19 venían siendo blancos de los pogromos y masacres que lanzó contra ellos el sultán Abdul Hamid II, se planificó y perpetró el genocidio iniciado en 1915.

Aquel exterminio sistemático que dejó más de un millón y medio de muertos, fue iniciado por el llamado régimen de los Jóvenes Turcos y completado por la flamante república fundada por Mustafá Kemal Atatürk.

Todos los gobiernos ataturkistas del siglo 20 negaron que haya ocurrido ese crimen contra la humanidad. Mantuvieron el “negacionismo” los gobiernos islamistas que encabeza Recep Erdogán.

Es imposible pensar que no fue intencional el hecho de que Turquía haya inaugurado su embajada en Uruguay y enviado su canciller justo en días aledaños al 24 de abril, fecha en la que los armenios del mundo conmemoran el genocidio y denuncian el crimen de negarlo que sigue cometiendo el Estado turco.

Uruguay no es un país más en el escenario del histórico conflicto turco-armenio, porque fue el primero en el mundo que reconoció el genocidio. Lo hizo en 1965 y pasaron décadas hasta que empezó a aumentar el número de países que asumían esa responsabilidad histórica a pesar de las presiones de los gobiernos turcos.

Turquía siempre usó la influencia que le da su estratégica ubicación geográfica, para imponer el negacionismo. Cuando en 2007, el Congreso de EE.UU. aprobó la resolución 106, reconociendo el genocidio armenio, el entonces presidente, George W. Bush, salió al cruce diciendo que Turquía era un aliado de altísimo valor estratégico para la OTAN, al que no había que provocar con decisiones como la que impulsaba el Congreso.

Erdogán pudo mostrar en estos meses importantes acuerdos económicos con Brasil, cuyo presidente, Jair Bolsonaro, no oculta simpatías por el líder islamista turco con quien comparte un conservadurismo exacerbado.

Pero no es el caso del gobierno uruguayo. El presidente Luis Lacalle Pou es un moderado que respeta la causa armenia. Por eso resultó extraño que su canciller, Francisco Bustillo, no objetara la fecha propuesta por Turquía para la visita de su canciller. O bien por descuido, o sea por negligencia diplomática, o bien por genuflexión del ministro ante las presiones de Ankara, se aceptó una visita que, por la fecha elegida, parece una oscura provocación.

Para agravarla, el canciller turco miró sonriendo con ironía al grupo de manifestantes que protestaba ante la embajada, y levantó su mano uniendo con el pulgar los dedos mayor y anular, estirando el índice y el meñique: la señal de la criminal agrupación ultranacionalista. Un agravio a los armenios del mundo y también a Estado uruguayo.

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