El próximo año, del que ya estamos a las puertas, para los argentinos se nos presenta con un batido de diversas realidades, a la vez que de sentimientos.
Más allá de que la mayoría, en estos momentos, estamos sumergidos en el Campeonato Mundial de Fútbol poniendo todas nuestras ganas y esperanzas en que la Argentina salga victoriosa y se corone con la Copa, tantas otras realidades, no buenas ciertamente, rodean nuestras vidas hasta el punto de olvidarlas o ponerlas entre paréntesis frente a lo que sucede en Catar.
Y aquí, me permito -con el alto riesgo de equivocarme- trazar como casi una semblanza de la mayoría de nosotros. Somos instintivamente de carácter apasionado y, a veces colérico con mezcla de añoranzas y nostalgias; unimos el interés propio con la solidaridad ante hechos dolorosos. Creo que “el tango”, en sus letras y melodías, expresa -mejor que estas palabras- lo que somos. Ya muchos escritores, poetas, historiadores y sicólogos sociales han llenado multitud de páginas con el propósito de ponernos ante el espejo para desentrañar nuestro ser y nuestro actuar.
Siempre está ante mí un hecho acaecido hace cuarenta años, que reveló este ser y este actuar; uniendo esperanzas, patriotismo y heroísmo con acalorada desilusión llena de odios e improperios. Sí, me estoy refiriendo al discurso militar anterior y posterior a las Malvinas.
Con el temor de no hacer justicia con muchos argentinos, tengo la convicción de que nuestros desencuentros y peleas políticas de hoy, no tienen comienzo histórico hace setenta años, como algunos indican. Me parece que todo comenzó con el pequeño nacimiento de nuestra Patria y con la pretendida “preeminencia” de la Ciudad Puerto (Bs.As.) respecto del polifacético entramado del Interior argentino. Si no, ¿qué fue el sucederse de triunviratos, primeras juntas, guerras fratricidas en el litoral y en el norte, gobiernos casi dictatoriales, próceres que tuvieron que exiliarse o morir sin honor y sin recuerdo. ¿Por qué fracasó la Asamblea de 1813 y por qué en el año 1816 el Congreso de Tucumán, que declaró nuestra Independencia, fue tan sufrido como un parto y dejó tantos puntos débiles que provocaron sucesivos gobiernos que no fueron capaces de delinear “un ser y un orgullo argentinos”.
El orgullo de ser argentinos
Creo que todos queremos a esta tierra y esta Patria-Matria, pero creo también, que muchas veces nos tapamos la cara para no sentirnos avergonzados de lo que nosotros mismos estamos haciendo. Para renovar “el sentirnos verdaderamente” orgullosos de ser argentinos, me animo a proponer:
* Que quienes deseen ocupar sitios y tareas institucionales (nacionales, provinciales o comunales) sean personas preparadas, honradas y dispuestas a servir a la Patria (no servirse de la Patria). Que sean un ejemplo de vida que todos queramos imitar. Aquí juega un papel fundamental la conciencia y la preparación de los ciudadanos al votar;
* Que las y los ciudadanos ‘defendamos’ nuestros derechos y ‘cumplamos’ con nuestras obligaciones, en un todo de acuerdo a la Constitución y las Leyes. (Cabría preguntarse aquí, si para la mayoría de los argentinos aquellas son las “normas” que regulan nuestros actos.
* Hacer, mutuamente, un pacto de “no mentirnos más” y de “no escaparnos por la tangente” con la horrible e indigna “avivada” (penosamente expuesta y celebrada en nuestro Martín Fierro).
* Como lo han logrado otros países para llegar a una aceptable convivencia, proponernos llegar a “consensos de base o mínimos” -políticas de Estado- para mantenerlas en el discurrir de los gobiernos: qué educación hoy necesitamos; qué sistema económico y social queremos observar durante muchos años; en qué vamos a “invertir” nuestros recursos naturales, y nuestros mejores hombres y mujeres para lograr una convivencia más justa y mejor; cómo armonizar las fuerzas de seguridad a fin de lograr una vida más pacífica y que sea digna de ser vivida;
* Como los controles del Estado no existen o no funcionan, crear -por voto ciudadano- un grupo o equipo de personas conocidas como honorables y honradas, encargadas de “supervisar” las labores estatales en todos los ámbitos, que no sean simples sellos para engañar a la ciudadanía;
* Implementar un “sistema de salud coordinado” entre la función pública y la privada (como actualmente ocurre con los colegios de gestión pública y privada);
- Incentivar la “obra pública real” y no la de palabras o la de aventureros (ladrones) del dinero que ponemos todos los ciudadanos;
* Acabar con los privilegios (“todos”) que ostenta la “clase política” y de “aquellos que se enriquecieron a costa” de empobrecer a muchos;
* Con las facilidades que hoy ofrece la “construcción liviana”, empeñarnos en que cada familia tenga su casa abonando un canon que no supere el 25% de sus haberes;
* “Terminar definitivamente” con la pésima costumbre (y delito) que significa tener a las personas pobres como rehenes de la política, engañándolos con regalos y prebendas;
- “De la pobreza se sale con trabajo con una justa remuneración” dando posibilidades a las pequeñas y medianas empresas y a los ciudadanos para asociarse libremente;
- Desde el Estado, propender a “un sindicalismo de libre asociación”, a fin de que sus cabezas no se eternicen en los cargos, siendo los nuevos ricos que se quedan con parte del dinero de obreros y empleados.
* El autor es sacerdote católico.