Hace unos días, referentes conocidos y otros desarrolladores de programas de Inteligencia Artificial, en su mayoría Ceos y empresarios en nuevas tecnologías, solicitaron a su propia comunidad pausar las investigaciones y el desarrollo abierto de las inteligencias artificiales.
Detener el desarrollo de estas por un tiempo de al menos 6 meses, declarar “unas vacaciones de verano” en el uso público de esta nueva creación. Lo hicieron por medio de una carta publicada en la página de la fundación Future of Life Institute. Esta institución trabaja desde 2015 sobre temas del desarrollo humano y las tecnologías, y en el actual contexto el objetivo propuesto es analizar y prevenir los riesgos sobre el próximo paso de las actuales IA, la llamada AGI (Inteligencia Artificial Generativa).
Esta organización concentra su atención en cuatro puntos sensibles de riesgo para la humanidad: el desarrollo doméstico de las AGI, las aplicaciones en el campo de las biotecnologías, en la autonomía de armas letales, incluidas las atómicas, y sobre el cambio climático.
El sorpresivo comunicado lanzado por los más de mil Ceos dedicados al desarrollo de estas nuevas tecnologías eleva en un escalón la alarma sobre este tema.
El argumento sostiene la necesidad de evaluar los peligros que corre la humanidad con el despliegue de esta nueva invención, y como respuesta, la urgente necesidad de regulación.
La noticia movilizó rápidamente también al mundo académico. Numerosos científicos de diversas áreas son consultados por distintos medios, y en un balance apresurado, puede percibirse que su versión transita por el llamado a la responsabilidad de quienes están desarrollando estas nuevas herramientas. Al final de cuentas el padre de la bestia debería estar informado de qué cosas puede o no hacer su creación.
Existe la sospecha en el mundo del pensamiento que detrás de todo este movimiento puede estar cuajando una campaña de promoción de un nuevo producto con alto valor global.
Siguiendo en estas líneas, las expertas y expertos coinciden en que no parece necesario frenar la investigación en Inteligencia Artificial, más bien continuar, teniendo en cuenta la responsabilidad que existe frente a la sociedad humana.
Hace unos días, en Montevideo, se reunieron científicos de varias áreas del conocimiento técnico y social para discutir sobre el tema. La carta conocida como Declaración de Montevideo sobre inteligencia artificial y su impacto en América Latina resume un conjunto de sugerencias desde una perspectiva regional. Algunos de los puntos reafirman la necesidad de regulaciones con políticas públicas orientadas a la evaluación de las IA, y el sentido general de que estas tecnologías deben beneficiar al desarrollo humano y su entorno.
Las singularidades de la declaración podrían estar incluidas en cualquier otro documento regional.
Las diferencias entre los países de nuestro continente, frente al de economías con mayor valor agregado en su producción, se profundizarían aún más con el uso de esta tecnología.
Las evaluaciones indican a la fecha que tendrá un impacto profundo en el empleo, desplazando millones de puestos de trabajo; y como es obvio será más severo en las economías de menor escala.
Por otra parte, nadie garantiza ni está seguro, de que las nuevas actividades requeridas sean tan amplias como para cubrir el desempleo que puede generar la utilización de las AGI sin regulaciones ni precauciones.
Otro punto señalado por esta carta es el ya reconocido sesgo cultural e ideológico. Los y las científicas reunidos en la capital uruguaya advierten que el desarrollo de las bases de datos de las que se alimentan estas IA contemple los paradigmas actuales sobre derechos humanos y la diversidad cultural de la región, amplia compleja y contradictoria en muchos espacios de su geografía.
El desafío que parecen plantear las AGI interpelan a los Estados por una parte y por otro lado a las mismas empresas desarrolladoras.
A la política se le pide que tome el tema desde lo público por medio de regulaciones legislativas; y de nuevo el énfasis en la educación.
En ambos puntos nuestros países están atrasados o son débiles. Una política dedicada a pensar problemas de su propia reproducción no logra poner en foco el horizonte que anticipa un nuevo escenario que está a solo 20 minutos en el futuro.
De parte de las corporaciones tecnológicas, solo un puñado concentradas en muy pocas empresas, la apelación está dirigida a dejar de lado la competencia para incluir en sus desarrollos “llaves” para evitar los abusos. Decisiones a contramano del paradigma capitalista contemporáneo.
Las alertas levantadas por las capacidades que demuestran el despliegue de las AGI colocan a la humanidad frente a una nueva etapa de su existencia. Una especie de monolito, como en el film “2001 Odisea en el espacio”, anticipa un nuevo momento de nuestra forma de vivir en el planeta y también más allá de él. Pero no hay que dejarse tentar por creer que enfrentamos un dilema, una contraposición entre nosotros y las máquinas de cálculo. De nuevo podemos redundar en el film de Stanley Kubrick, quien para la apertura de la banda de sonido utilizó una composición que lleva como título “Así habló Zaratustra”, en homenaje a Friedrich Nietzsche. El problema que enfrentamos en nuestro presente es el de nosotros mismos, el de ser humanos, demasiados humanos.
* El autor es profesor de nivel terciario.