A partir de las investigaciones de Dan Olweus iniciadas hace medio siglo, y todos aquellos estudios que se fueron desarrollando posteriormente en el mundo, ya deberíamos haber encontrado respuestas adecuadas al fenómeno del acoso entre los estudiantes y establecido climas de bienestar sustentables en cada una de las comunidades educativas.
Esta convicción no se fundamenta sólo en un deseo romántico de paz y armonía institucional, sino en el valor estratégico de la convivialidad, la buena convivencia como factor asociado a los aprendizajes, la permanencia de los estudiantes en la escuela y la calidad de los productos educativos. Así, la mirada sobre el clima social es más compleja, ya que, el poder apreciar orden, respeto, afecto, cuidado, permiten desarrollarse personal y socialmente. Climas “nutritivos” pero también “reparadores” de otros ámbitos donde se pueden experimentar y aprender conductas violentas.
Una problemática compleja
Estar bien, en cualquier ámbito de encuentro, es condición para que las actividades que allí se ejecuten resulten favorecidas. Sin embargo, sorprende hallar, en muchas regiones, que no existen políticas públicas ni micropolíticas institucionales apoyadas en evidencias como para poder afrontar, con buen pronóstico, los conflictos, la transgresión a las normas y el saber enfrentar aquellas violencias como el bullying o el ciberbullying, viejos conocidos que continúan dañando personas y proyectos.
No debería extrañarnos luego de tantas décadas, el marcado déficit de acuerdos mínimos en temas fundamentales como, por ejemplo, el origen del término bullying; las consecuencias tanto para el agredido como para el agresor y los espectadores; si es correcto hablar de víctimas-victimarios, o si el uso de estos términos lleva el asunto al terreno de la “criminalidad” y es mejor analizarlo desde una relación “simétrica”.
Continúa sorprendiendo cómo las cifras que se divulgan sobre el fenómeno bullying pueden pasar, en un mismo seminario o congreso, de un 6/7% al 70 u 80%. Algunos o “todos contra todos”. Sin embargo, muchos argumentan que las normas de convivencia y el uso de “protocolos” serán los que disminuyan violencias esporádicas y hostigamientos.
Hace pocos días pude experimentar en un evento internacional mucho de este “desencuentro” (no sé si llamarlo epistemológico), en donde la ciencia estaba desdibujada y la ideología y la apasionada opinión, sin evidencias, reinaban. Sabemos que es fundamental atender y respetar el pensamiento ajeno, pero cuando se inhabilita la siempre rica alternativa de poder aportar y “fundamentar” otras miradas, el estar ante una única opción para desentrañar esa compleja violencia como es el bullying, sólo se debilitan las formas de prevenirlo e intervenir adecuadamente.
En fin, ha pasado mucho tiempo y quienes tienen el “poder” para dar una contundente respuesta educativa a la violencia continúan haciéndolo de manera incompetente, de manera tal que no alcanzan a provocarle cosquillas. No obstante, es cada vez más frecuente escuchar expresiones como “estamos haciendo”, “hemos aplicado el protocolo”, cuando un caso relacionado con el bullying logra alcanzar dimensión mediática. Son los directivos y los docentes quienes advierten cada vez más dificultades para pacificar y ordenar las aulas sin recurrir a las amenazas.
¿Qué sabemos para enfrentar el bullying?
Eric Debarbieux, presidente por más de una década del Observatorio Europeo de la Violencia Escolar (1998), proyecto que luego se convirtió en Observatorio Internacional (2008), criticaba hace pocos días en un medio la falta de eficacia de los 9 programas Antibullying que se han implementado en Francia.
De acuerdo con otras declaraciones, Debarbieux también argumentaba que algunos programas realizados se centraban demasiado en la sensibilización o en estrategias punitivas y no abordaban adecuadamente las complejas causas del acoso escolar. Así, hemos aprendido que los enfoques simplistas y superficiales utilizados en algunos programas contra el bullying descuidan o ignoran las causas profundas del problema. No son sólo los estudiantes, no es sólo la escuela quien debe aportar respuestas.
Los enfoques integrales, sistémicos, que abordan la compleja realidad de la convivencia humana, incluyen la participación activa y el apoyo a todos los integrantes de la comunidad escolar, sean estudiantes o adultos, y junto al trabajo por cuidar los vínculos, se incorpora el entorno próximo a la escuela como una parte fundamental en la prevención e intervención ante riesgos y desencuentros que se produzcan fuera de la institución.
Cualquier estrategia que se adopte debe ser compleja, preventiva y de largo plazo en lugar de soluciones reactivas. Sean macro o micropolíticas en favor de la buena convivencia, deben promover una cultura escolar inclusiva, el fomento de habilidades socioafectivas y favorecer hábitats seguros y amables, todo esto en nuestra Latinoamérica, región considerada la más violenta del mundo.
¿Qué dicen los estudiantes?
Iniciado el mes de abril del presente año, el Observatorio de la Convivencia Escolar (Universidad Católica de Cuyo) junto al Observatorio de Argentinos por la Educación, presentamos datos que surgieron de las Pruebas Aprender 2019 (Ministerio de Educación, Argentina), en las que los estudiantes del último año del secundario y los directivos, se expresaban acerca de su percepción sobre el Clima social en la escuela. Allí pudimos conocer que un 75% reconoce discriminación por “aspectos físicos”, el 68% por “alguna característica personal o familiar” y un poco más del 54% señaló “amenazas o agresiones” a otros estudiantes.
Fue muy significativo para la gestión de la convivencia, hallar que sólo el 2,8% de los directores consideraran que estos malos tratos eran “un problema serio” o el 17% “un problema moderado”. Esto explicaría, en parte, por qué no existe en general una micropolítica institucional que se ocupe de gestionar la convivencia buscando formas de prevención e intervención adecuadas. Más aun cuando en marzo de 2020 dimos a conocer, también a través del Observatorio de Argentinos por la Educación, el informe “El acoso entre iguales (bullying) y el aprendizaje” con datos que se desprendían de las Pruebas PISA 2018 (OCDE).
En ese trabajo vimos que aquellos estudiantes que sufrían situaciones de violencia en general o bullying en particular, bajan de manera significativa sus puntuaciones en Matemática. Si la violencia era física, disminuían 41 puntos, si la misma era social afectando la pertenencia al grupo de pares (exclusión), rendían 67 puntos menos. Recordemos que para la OCDE (autores de las Pruebas PISA) 40 puntos de diferencia equivalen a un año escolar completo, y en el caso de la falta de pertenencia involucraba 1,7 años.
Ya no sólo estamos hablando del clima escolar de convivencia como cualquier otro factor interno, sino como aquel que más afectaría la permanencia de los estudiantes en la escuela, su rendimiento, la calidad de los productos educativos y la eficacia del sistema. Por esta razón, es prioritario un enfoque que enfatice la educación en el ser y en el saber estar con el otro y todo aquello que lo rodea, que permita a los estudiantes adquirir una capacidad crítica para analizar y asumir los desafíos personales y los grandes problemas sociales.
Crear y cuidar el clima social
El término “Clima social escolar” ha estado en uso desde hace varias décadas y ha ido ganando relevancia a lo largo del tiempo. El interés en comprender y mejorar las relaciones sociales y la convivencia en las escuelas se incrementó debido a la progresiva preocupación por el bullying y la violencia en general entre los estudiantes. A medida que se reconocía cada vez más la importancia de promover un entorno seguro y saludable para los estudiantes, el concepto de clima social escolar se convirtió en un área de investigación y un enfoque de intervención.
Distintos estudios caracterizan las escuelas con un buen clima de convivencia, como aquellas instituciones donde existen, entre otros factores:
- Respeto. Los docentes y estudiantes tienen la sensación de que predomina un ambiente de respeto mutuo.
- Confianza. Se cree que lo que el otro hace es correcto y lo que dice es cierto.
- Moral alta. Docentes y estudiantes se sienten bien con lo que sucede en la escuela. Hay deseos de cumplir con las tareas establecidas.
- Sentido de pertenencia. Aquellas iniciativas que apunten a construir un mayor sentido de pertenencia e identificación de los estudiantes y docentes con sus escuelas, tendrán efectos de mejora en el clima general de la institución.
- Incorporación de la cultura juvenil a la dinámica escolar. Todos los esfuerzos que busquen incorporar las experiencias de los estudiantes, sus intereses, sus actividades extraescolares, su lenguaje, sus “formas de ser y estar con otros”, tendrán efectos positivos sobre el Clima escolar y la pertenencia.
- Oportunidades para involucrarse. Los miembros de la institución tienen la posibilidad de implicarse en las decisiones de la escuela en la medida en que aportan ideas y éstas son apreciadas.
- Cuidado. Existe un ambiente familiar, donde los docentes se preocupan y focalizan en las necesidades de los estudiantes.
- Reconocimiento y valoración por sobre las críticas y el castigo.
- Comunicación respetuosa. Entre los actores del sistema educativo prevalece la tendencia a escucharse y valorarse mutuamente.
- Cohesión del equipo docente. Espíritu de equipo en un medio de trabajo entusiasta, agradable, desafiante y con el compromiso por desarrollar relaciones positivas con todos los integrantes de la comunidad educativa.
Hemos aprendido que una buena escuela no es una escuela sin conflictos, sino aquella que está atenta a solucionarlos y es capaz de gestionar la convivencia, previniendo e interviniendo de manera competente. Así, se crea un clima social escolar tal que, favoreciendo el bienestar, la inclusión y el sentimiento de pertenencia, se consigue disminuir la violencia, el abandono y, como hemos visto en distintos estudios, se mejora sustancialmente el proceso de enseñar y aprender.
Alejandro Castro Santander es Especialista en Gestión de la Convivencia Social y Escolar, Psicopedagogo Institucional y Licenciado en Gestión Educativa. Es director del Observatorio de la Convivencia Escolar de la Universidad Católica de Cuyo, consultor sobre Políticas de Convivencia Escolar en Argentina, México, Colombia, Perú, Paraguay y Chile y autor de numerosas publicaciones sobre el tema.