Hace un año que esa estrella es mi lujo

No hubo un solo día de mi vida que no soñara con vivir una Copa del Mundo desde adentro. Mi profundo deseo, además del amor por el deporte más maravilloso del mundo, tenía un origen, un motivo y un móvil: mi viejo Juan Carlos.

Diego Bautista, enviado especial de Los Andes al Mundial Qatar 2022, en pleno festejo tras el penal de Montiel en el Lusail. Inolvidable. / gentileza
Diego Bautista, enviado especial de Los Andes al Mundial Qatar 2022, en pleno festejo tras el penal de Montiel en el Lusail. Inolvidable. / gentileza

Desde que empecé a tener uso de razón, no hubo un solo día de mi vida que no soñara con vivir una Copa del Mundo de Fútbol desde adentro. Mi profundo deseo, además del amor por el deporte más maravilloso del mundo, tenía un origen, un motivo y un móvil: mi viejo Juan Carlos. La pasión que él me transmitió desde pequeño por el fútbol y, de alguna manera, por el periodismo (aunque él no lo fuese) tiene su génesis, justamente, en un Mundial. Pero no cualquier Mundial, sino “el Mundial”. México 1986. La segunda estrella de la Selección, la del mejor Diego Armando Maradona de todos los tiempos.

Mi viejo era “plomero” gasista de oficio, pero durante ese mes de junio de 1986 mi viejo fue “periodista”. ¿Cómo? Compraba las revistas deportivas El Gráfico, Sólo Fútbol y Goles, además del diario Los Andes y también Clarín, recortaba cuidadosamente las fotos, los planteles, las síntesis de los partidos y las pegaba cuidadosamente en una carpeta tamaño oficio. Luego, con un letrógrafo, armaba los títulos con fibras de colores. De vez en cuando se le iba alguna que otra palabra subidita de tono, no era muy objetivo que digamos…

Esa práctica la comenzó en el Mundial de Argentina ‘78 y la continuó hasta Estados Unidos 1994, pero la abortó en pleno Mundial en el momento que a “Maradona y a la Argentina le cortaron las piernas”. Basándome en sus trabajos anteriores (desde 1986 había contado con mi colaboración), luego de consultarlo con él, decidí continuar con esas carpetas del Mundial que ganó el Brasil de Bebeto, Romario y compañía en una final que se definió por penales ante Italia.

Después de esa Copa del Mundo pasaron muchas más: Francia 98, Corea-Japón 2002, Alemania 2006, Sudáfrica 2010, Brasil 2014 y Rusia 2018. En cada una de ellas, el ritual se repetía cada cuatro años. Veíamos los partidos de la Selección y todos los que se pudieran juntos en su casa. Generalmente discrepábamos en los conceptos y se armaban unas discusiones de la gran siete.

Desde el palco de prensa, una postal de la previa de la mejor final en la historia de los Mundiales. / gentileza
Desde el palco de prensa, una postal de la previa de la mejor final en la historia de los Mundiales. / gentileza

Qatar 2022 fue el primer Mundial sin la presencia física de mi viejo, quien se fue de viaje repentinamente en mayo de 2021. Sin embargo, a pesar de su ausencia, fue el Mundial que más cerca lo sentí de todos. Literalmente, me llevó de la mano a mi primera cobertura de esta magnitud. Luchó junto a mí y a mi familia para que yo estuviera en ese lugar. Y como si fuese un guiño cómplice del destino, todas esas imágenes y muchas diapositivas más se cruzaron por mi mente ese bendito domingo 18 de diciembre de 2022.

Había tensión. Había nervios. Había vida, esperanza y una enorme ilusión. Faltaban pocas horas para la final entre Argentina y Francia. Lusail nos esperaba. Era el Día Nacional de Qatar, y en ese ambiente cosmopolita, había aires de buenos augurios.

Tras el habitual banderazo del sábado por la noche, el Barwa Barahat Al Janoub, el “barrio” argentino en Doha, había amanecido celeste y blanco. Como en la previa de cada partido de la Scaloneta, el ritual fue el mismo: asado, fernet, parlante con cumbia a todo volumen y compartir la pasión por el fútbol en la antesala de la sexta final mundialista que afrontaría Argentina.

La postal (carne asada en la parrilla oficial cedida por un “jeque” al principio del Mundial), seguía sorprendiendo a los curiosos locales que se acercaban a preguntar y a sacarse fotos con los hinchas argentinos que no se cansaban de entonar “muchaaaachooooos…”, el hit más escuchado en todo Qatar.

¿Cuál era el corte más elegido? Una carne similar al cuadril para sacar fileteado en sándwich y hamburguesas que muchos optaban por acompañar con morrones cortados al medio con huevo. Los más osados fueron unos marplatenses que pusieron al fuego un cordero de doce kilos pasadas las 14 que prometían -entre risas- que iba a estar listo antes del inicio del partido. En medio de la fiesta también estaba la preocupación de los hinchas que todavía están a la espera de conseguir un ticket.

El volante argentino Leandro Paredes tras la victoria ante Francia en la final del Mundial, el domingo 18 de diciembre de 2022, en Lusail, Qatar. (AP Foto/Manu Fernández)
El volante argentino Leandro Paredes tras la victoria ante Francia en la final del Mundial, el domingo 18 de diciembre de 2022, en Lusail, Qatar. (AP Foto/Manu Fernández)

Para quienes tuvimos el privilegio de vivir la Copa del Mundo desde adentro, caminar por las calles del Barwa Barahat Al Janoub era caminar por uno de los lugares más míticos del Mundial. La “cárcel” era un barrio mundialista donde se repartían banderas de muchos de los 32 países presentes en el torneo. Sin embargo, los trapos argentinos estaban presentes en distintas ventanas de los edificios que ocupaban varias manzanas. Y los hinchas albicelestes se hicieron notar con cientos de banderazos, con la música de Mati Teclas en el clúster Q o con partidos de fútbol durante la madrugada en algunas de las canchas disponibles –también había de básquet, vóley y hasta algunas bicicletas fijas-.

Con el colega Rolo Moreno, mi compañero de habitación, teníamos la costumbre de llegar bien temprano a la cancha. Tomábamos el 827 hasta la estación de metro de Al Wakra y de ahí nos subíamos a un tren que, tras recorrer las 14 estaciones de la línea roja, nos depositaba en Lusail para vivir el espectáculo único que significaba ver a la hinchada satélite más grande del mundo alentando a la Albiceleste en el recorrido de las modernas y nuevas instalaciones del metro de Qatar.

La final fue un vaivén constante. Pasamos del sueño prematuro a los fantasmas de otras finales. De la ilusión con el gol de derecha de Messi en el alargue, a la pesadilla del hattrick de Mbappe. Sin embargo, Argentina fue un justo campeón, un equipo que dio constantes muestras de estar preparado física, futbolística y mentalmente para superar las constantes adversidades que se le fueron presentando a lo largo de la Copa del Mundo, y de la final en particular. Un partido épico, increíble. Tuvimos el privilegio de vivir la mejor final de todos los tiempos. Fue un privilegio tan grande que Dios me dio que disfruté hasta del sufrimiento.

Sentado en el escritorio 168 B de los cómodos pupitres de prensa del estadio Lusail, cuando Gonzalo Montiel cambió el último penal de la tanda por el gol de la victoria que nos daba la tercera estrella, entre inocultables lágrimas de felicidad, me acordé de mi viejo. Estaba ahí, a mí lado, con una sonrisa de oreja a oreja, dándome un abrazo y diciéndome “¡viste, te lo dije!”. ¡Somos campeones del mundo! Como Kempes, como Maradona (que dibuja una sonrisa cómplice desde el cielo), como Messi, y como cada uno de esos miles de argentinos que no se quieren ir de Lusail y los otros 44 millones que alentaron y sufrieron desde sus casas. ¡Pare de sufrir! A llorar de emoción, a abrazarse, a festejar, a seguir soñando despiertos y a embriagarse de felicidad. Porque desde ese bendito domingo 18 de diciembre de 2022, el mundo es un poquito más justo y esa estrella (la de mi viejo, que me alumbra desde el cielo, y la tercera) es mi lujo.

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