El coronavirus, ¿es comunista o es neoliberal? - Por Carlos Salvador La Rosa

El coronavirus, ¿es comunista o es neoliberal? - Por Carlos Salvador La Rosa
El coronavirus, ¿es comunista o es neoliberal? - Por Carlos Salvador La Rosa

“Hemos perdido el adelanto de las ideas sobre el mundo, la distancia que hace que una idea siga siendo una idea. El pensamiento debe ser excepcional, anticipador y estar al margen, debe ser la sombra proyectada de los acontecimientos futuros. Ahora bien, hoy vamos a la zaga de los acontecimientos. De ahí el retraso de la interpretación”. Jean Braudillard, “El crimen perfecto”, 1995.

“El coronavirus infectó sociedades humanas enfermas de neoliberalismo. La destrucción ambiental llevada a cabo por el capitalismo financiero liberó el virus”. Adriana Puiggrós, Viceministra de Educación de la Argentina.

“Hay que luchar contra el coronavirus, pero también contra el ‘comunavirus’  que hace despertar nuevamente la pesadilla comunista”. Ernesto Araújo, Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil.

Cuando aparece algo inesperado que no tenemos en claro cómo interpretar, lo primero a lo que tendemos es a reconfirmar nuestras ideas anteriores, como una especie de caparazón que nos proteja de la intemperie en que quedó nuestro ser frente a lo imprevisto. Una forma de conjurar los miedos que resurgen ante la novedad que no podemos entender y que por ello queremos incorporar a una normalidad que ya no es tal.

Eso es lo que ocurre con la pandemia. Pero en la historia reciente hay otro caso de un parecido notable porque también, al habernos sorprendido la nueva realidad, decidimos intentar congelar (o peor, hacer retroceder) la historia. Hablamos de la implosión del mundo comunista.

Casi nadie había ni siquiera imaginado esa estrepitosa caída, ni los que  estaban a favor ni los que estaban en contra. Quien esto escribe intentó en aquel tiempo encontrar a alguien que lo hubiera previsto y sólo descubrió un caso:_el del demógrafo e historiador francés Emmanuel Todd que en un libro escrito en 1976 predijo, basándose en estudios de población, la caída soviética más o menos por la misma fecha en que efectivamente ocurrió. Y_no lo predijo porque fuera un adivino sino porque leyó bien lo que indicaban las tendencias del presente.

Sin embargo, la inmensa mayoría de los intelectuales y políticos, al darse vuelta el mundo, cambiaron sus sentimientos pero no sus ideas: la derecha que antes era tremendista se hizo triunfalista porque ahora se sintió ganadora y la izquierda, que antes se creía lo dueña de la historia y del futuro, devino nostálgica porque se sintió perdedora.

Ese es el problema de las ideologías, que se meten tan fuerte en nuestras mentes (al modo de una religión), que en vez de permitir interpretar mejor el fenómeno nuevo, obstaculizan esa interpretación.

Así, en aquel entonces, la derecha adoptó un liberalismo extremo que la izquierda llamó neoliberalismo pero que en realidad es un preliberalismo mucho menos sutil y más primitivo que el liberalismo clásico. Mientras que la izquierda occidental abandonó la socialdemocracia para retroceder al populismo y en vez de internacionalista se hizo nacionalista. O sea, aún peor que mantener sus prejuicios (o más bien para mantener sus prejuicios) ambas ideologías se retrotrajeron a esquemas caducos en vez de avanzar hacia esquemas teóricos nuevos.

Hoy pasa lo mismo. O peor,  las izquierdas y las derechas en general siguen  tan retardadas como entonces... pero treinta años después.

Loris Zanatta llama mesiánica y optimista necia a la derecha que niega la existencia real del virus porque lo ve como una nueva forma de infiltración de la ideología comunista en la sociedad capitalista. Y llama apocalíptica a la izquierda que para combatir al virus propone volver a la Edad Media porque cree que la culpa de todo la tiene el “neoliberalismo”, quien, según ella, inventó el virus, o casi.

Menos mal que, desde pensamientos muy diferentes, hay algunos como Tomás Abraham o Roberto Follari, quienes lúcidamente critican a  los intelectuales que en vez de dejar volar el pensamiento, darle libertad frente a la novedad y lo imprevisto, tratan forzada e inútilmente de ajustar la realidad a lo que presuponen.

Pero ocurre que, como toda novedad de magnitud, esta pandemia no respeta las ideologías establecidas. El virus, tal cual una especie de espíritu, aunque maligno, sopla donde quiere, no donde nosotros querríamos, por eso no podemos saber claramente donde, cuando ni cuanto sopla.

Contra los que dicen que todo es política o que todo es economía, la pandemia no les hace caso a ninguno de ambos. Sólo pueden controlarla, en parte, los que gestionan racionalmente, sabiendo de su no saber, y por ende sin dejarse estupidizar por un extremo u otro. Ya vendrá el tiempo de las teorías pero por ahora carecemos de ellas. Salvo los ideologistas del mercado y  los ideologistas del Estado.

Los enamorados del aislamiento a ultranza suponen que la cuarentena es la forma de ubicarse del lado de  las ideologías estatistas, de poner la salud “social” por encima de la economía “neoliberal”.

Y los que se resisten a todo tipo de aislamiento son los que creen que la economía está antes que la salud, mueran los que mueran o se contagien los que se contagien.

No es que la peste sea una novedad, siempre las hubo, pero sí lo es la peste en el mundo ultraglobalizado del siglo XXI, donde no se la esperaba.

Por lo tanto, hoy lo más criterioso es sustraerse todo lo posible, al menos para tratar la pandemia, de las ideologías con que tratamos de explicar el mundo hasta ayer nomás. Y con humildad intentar gestionar lo más eficientemente posible, abrir o cerrar sociedades en mayor o menor medida de acuerdo a criterios técnicos. Y si los criterios técnicos no alcanzan (que generalmente no alcanzan) recuperar la mejor virtud de la buena política: la prudencia.

Eso de acusar a unos de  “cuarentenos” comunistas como dice Bolsonaro, o de aperturistas neoliberales a otros como dicen los progrepopulistas, son formas de alejarse de la realidad concreta para tratar de encerrar el vino nuevo en odres viejas. Discusiones escolásticas ante una realidad que las rechaza, o al menos las trata con indiferencia, como si no existieran.

En síntesis, las ideas son medios (no fines) que sirven para interpretar mejor el mundo, pero mucha veces las ideas que nos sirvieron hasta ahora, se agotan ante realidades que avasallan frenéticamente los prejuicios anteriores. Ese es el momento de liberar la mente lo más que se pueda, observar la realidad lo más objetivamente posible, y empezar a construir nuevas ideas para interpretar nuevas realidades. De eso se trata este tiempo que hoy vivimos.

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