En estos días de festejo vendimial, en los que nos visitan turistas de otras partes del país y del exterior, siempre es propicio recordar a los grandes arquitectos que ha tenido Mendoza, muchos de los cuales tienen que ver con la calidad de urbanización de nuestra ciudad y el paisajismo que caracteriza a la provincia que habitamos. Urbanización y paisajismo que generan elogio y asombro a quienes hasta aquí llegan.
Uno de esos hacedores ha sido Daniel Ramos Correas, nacido a fines del siglo XIX en Talcahuano (Chile), a quien, sin embargo, se considera mendocino por adopción, ya que pasó gran parte de su existencia en esta tierra y por las raíces locales de su madre, Elcira Correas. Este año se cumplirán 32 años de su muerte.
Uno de los últimos análisis sobre la vida y obra del profesional que evocamos está contenido en un libro titulado “Manifestaciones francesas en Argentina. Del Academicismo a la modernidad” (1889-1960. Paquin, Dunant, Mallet, Flores Pirán y Ramos Correas”, que editó el Centro de Documentación de Arte y Arquitectura Latinoamericana.
El desarrollo y explicación de las obras proyectadas y ejecutadas por Daniel Ramos Correas fue realizado por la arquitecta Cecilia Raffa, magister y doctora en Ciencias Sociales (UNCuyo), quien además aborda, en coautoría con su colega Silvia Cirvini, la biografía del hombre que, en buena medida, cambió la fisonomía de Mendoza.
Luego de estudiar y recibirse en Buenos Aires, Ramos Correas regresa a Mendoza, la ciudad que lo había cobijado en su niñez, comienza una trascendente actividad como arquitect1o y desarrolla interesantes estilos que luego se convirtieron en íconos de la arquitectura mendocina.
En la obra que comentamos hay explícitas referencias a todas sus realizaciones, que de manera sintética nombramos. Baste señalar que, durante su gestión pública, que se extendió entre 1936 y 1943, se realizaron emprendimientos como el Parque Zoológico (Eco Parque actual), el Gran Teatro al Aire Libre (Frank Romero Day), el Pequeño Teatro al Aire Libre (teatro Pulgarcito), las remodelaciones de la plaza Independencia y del Cerro de la Gloria y el Plan de Conservación y Mejoramiento del Parque General San Martín.
Están también las grandes residencias, de las que vamos a citar sólo dos o tres: la casa de los Arenas (en Boulogne Sur Mer y Emilio Civit), la de López Frugoni (Paso de los Andes y E. Civit) o el chalet Moyano, que alguna vez fue sede del Consulado de Chile. Añadimos el hermoso edificio de la Mercantil Andina.
A fines de los años ‘30 fue nombrado en la Dirección de Parques, Calles y Paseos, donde ejerció la superintendencia sobre todo el arbolado público, fiscalizando su corta y poda, incluido el Parque General San Martín. Contaba en su repartición con 250 hombres, entre capataces y obreros, y con una producción hacia 1940 cercana a las 60.000 plantas para cubrir las necesidades oficiales: arbolado de rutas, caminos, plazas y calles de los municipios del interior de la provincia.
No sabemos qué diría hoy con su espíritu creativo e innovador, si presenciara el agobiado estado del arbolado público mendocino. Lo imaginamos no quedándose quieto ante la falta de riego que compromete a la ciudad bosque que él contribuyó a desarrollar.
Seguramente habría promovido acciones para remediar ese cuadro de situación defendiendo, como dice la autora de la investigación sobre el arquitecto, “el paisajismo basado en la indisoluble relación entre arquitectura y paisaje”.