La necesidad de ayuda humanitaria no decrece en el mundo. Recientes informes de organismos calificados dan cuenta del alarmante número de personas que van a necesitar este año asistencia para poder sobrevivir. Son más de 330 millones, pertenecientes nada menos que a 69 países.
Aquél número indica que en extrema necesidad hay 65 millones más que el año pasado.
Y también aumentó el número de países afectados por las crisis.
En virtud de la dramática realidad, las Naciones Unidas pidieron para el año en curso 51.500 millones de dólares, lo que significa un 25% más que el requerido en 2022.
Según los reportes, los países en los que el drama parece incontrolable son Afganistán, Birmania, Etiopía, Haití, Líbano, Nigeria, Camerún, Chad, Níger y Congo.
Como se puede observar, una situación de fragilidad social dispersa por la mayoría de los continentes.
Un dato a tener en cuenta: la ONU determinó hace más de un año que América Latina y el Caribe forman la región del planeta con mayor desigualdad en términos económicos y sociales.
En el caso puntual de Afganistán el escenario es complejo en virtud de las limitaciones que impone el régimen talibán a cargo de la conducción de ese conflictuado país.
Las informaciones provenientes de aquella zona dan cuenta de un regreso a restricciones tradicionales, pese a que cuando esta organización regresó al control de ese país, en 2021, prometió una acción mucho más racional que la implementada en su anterior incursión. En el contexto de crisis actual el drama se potencia porque, por ejemplo, el gobierno prohíbe a las mujeres trabajar para organizaciones humanitarias.
Volviendo al contexto general, debe señalarse que superada la pandemia y sus consecuencias, en estos momentos la guerra generada por la invasión rusa a Ucrania constituye uno de los factores de crisis más movilizadores, tanto por las derivaciones económicas, que afectan tanto a países ricos como pobres, como por el desplazamiento de personas, que se suma al drama de la pobreza ya instalada.
Ya se ha dicho que no se trata solamente de exigir más a los que mayores recursos tienen. Lo que verdaderamente debe mover a la comunidad internacional es la búsqueda de mecanismos para salir al cruce de las desigualdades que originan tantísima pobreza y marginación.
Y no es difícil imaginar el cuadro de situación en los lugares que ocupan la atención mundial.
Basta con detenerse a contemplar el estado de vulnerabilidad en el que viven miles de familias argentinas para llegar a imaginar el grado de desesperación que embarga a tantos millones de afectados.
Está claro que nos encontramos ante un problema a gran escala que se potencia periódicamente por la insensibilidad mayoritaria, y cada vez más generalizada, de gran parte de la sociedad internacional. Ante la difusión global de las cifras recientemente señaladas, mínimas reacciones espontáneas surgen. La Iglesia, a través del papa Francisco, viene haciendo referencia a esta realidad en forma periódica, pero con poco eco.
Habrá que esperar que los estadistas del mundo tomen conciencia de la devastación que genera su lamentable indiferencia.