Argentina y Venezuela, máxima tensión

Más allá de cuestiones ideológicas y de la actitud justificada ante el dictador Nicolás Maduro, el actual Gobierno argentino debe definir el rol de la diplomacia y de sus vínculos con el mundo.

Si algo faltaba para enturbiar hasta el paroxismo la pésima relación entre Argentina y Venezuela, los sucesos de la última semana parecen haber llevado las cosas hasta un punto de no retorno: la decisión del encargado de la embajada en Caracas de dar refugio a seis miembros de la oposición pone a ambos países al borde de la ruptura de relaciones.

Nicolás Maduro, ha intensificado su campaña de atomización de la oposición para asegurarse una cómoda reelección en los comicios venideros, tras haber proscripto a María Corina Machado, la referente que podría derrotarlo en las elecciones previstas para el 28 de julio.

Por lo pronto, la residencia diplomática sufrió el corte de los servicios de agua y energía eléctrica, lo que habla de la decisión de Caracas de no detenerse en cuestiones formales. Nada parece indicar que la escalada vaya a encontrar un punto de inflexión ni los agentes diplomáticos imprescindibles para acercar posiciones en una mesa de diálogo.

Por si fuera necesario otro ingrediente para este conflicto en una Venezuela ya lastrada por los comportamientos autoritarios de los dirigentes chavistas, el gobernador del Estado de Zulia, Manuel Rosales, acaba de inscribir su candidatura para las próximas elecciones, desarticulando a una oposición que venía bregando para imponer en ese puesto a Corina Yoris tras la proscripción de Corina Machado. Por cierto, nadie podría presumir inocencia alguna en la postulación de Rosales, quien suena como un regalo perfecto para Maduro.

El dictador caribeño –ya no se lo puede calificar de otro modo– marca la cancha y cambia el reglamento de acuerdo con sus intereses, acostumbrado a moverse siempre más allá de los límites, en la convicción de que sus oponentes no pasan del aspecto discursivo: desairó a la Unión Europea, al Vaticano, a varios países de la región y al Departamento de Estado estadounidense, que vino relajando su presión sobre el régimen en un marco de concesiones no correspondidas. Maduro sabe mejor que nadie que siempre habrán de ofrecerle otra negociación.

El fracaso de la diplomacia norteamericana se corresponde con el de la Organización de Estados Americanos, OEA, que nada ha logrado en los años precedentes mientras se traba en inútiles discusiones internas de anacrónico ideologismo. Maduro, como antes lo hizo Josef Stalin, sabe del peso de los hechos consumados.

En ese marco, urge redefinir el rol de la diplomacia argentina, no sólo ante el caso venezolano sino también con Colombia –que acaba de echar a todos los diplomáticos argentinos de ese país–, para que las relaciones con el mundo no pasen por el meridiano de declaraciones tan inoportunas como desatinadas y estas no queden signadas por el desprecio mutuo entre dos presidentes. Para ello, el Gobierno argentino debería definir hacia dónde quiere ir.

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