Ecuador: una selva para explorar

La ciudad de Baños de Agua Santa posee cascadas de 80 metros, aguas ricas en minerales, junto al volcán Tungurahua.

Ecuador: una selva para explorar
Ecuador: una selva para explorar

A tan solo 3 horas y media en auto desde Quito, la capital de Ecuador, la ciudad de Baños de Agua Santa se encuentra cobijada en un valle profundo rodeado por las montañas a las faldas del volcán Tungurahua.

Con una elevación de casi 2.000 metros y una población de aproximadamente 15.000 habitantes, Baños se siente un poco como una estación de esquí: la ciudad se calma un poco durante el día mientras los viajeros andan de paseo realizando actividades y revive en la tarde cuando regresan para cenar.

Es un imán para esos mochileros barbudos que buscan un descanso en su travesía de escalar los volcanes y los cráteres de Ecuador. Suelen comenzar su estadía en Baños con una semana de descanso, que luego se convierte en una estancia de un mes, aunque al poco tiempo se compran una bicicleta y adoptan a un perro callejero y, en fin, tal vez por eso todos los extranjeros de las cafeterías de Baños al parecer se saben el nombre de todo el mundo.


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Cascada. Desde la mañana los bañistas visitan la más famosa: Pailón del Diablo, con sus aguas burbujeantes.  | NYT
Cascada. Desde la mañana los bañistas visitan la más famosa: Pailón del Diablo, con sus aguas burbujeantes. | NYT

Baños es un hogar cómodo para los artistas exiliados. Pero yo llegué cuando ya había anochecido y, a decir verdad, me deprimí al ver la población.

A ambos lados de la calle había hileras de tiendas clausuradas de madera, con sus ventanas tapiadas, donde se vendían camisetas de mal gusto, y en las plazas principales sólo había uno que otro perro vagando.

Cuando llegué a la posada, la atmósfera de mi habitación se sentía húmeda y el colchón era muy duro. Había escuchado rumores de que Baños era un paraíso para los amantes de la naturaleza, pero mientras batallaba por conciliar el sueño en esa primera noche, me pregunté si no había ido hasta allá en vano.

Luego, a la mañana siguiente, abrí las cortinas de mi modesta habitación. Una cascada larga y blanca descendía de la montaña que tenía frente a mi ventana, casi al alcance de mi mano, rugiendo al caer con aquel famoso sonido arrullador.

Cerca del pie de la cascada, unos nadadores matutinos ya se bañaban en una piscina humeante. La escena estaba enmarcada por los múltiples tonos de verde de la selva, de donde ocasionalmente surgía el trinar de un ave.

El aire húmedo ahora se sentía vibrante y saludable. Quizá sí me quedaría un rato más después de todo. Quizá hasta un día más o dos.

La ciudad es famosa por ofrecer emociones fuertes, por lo que hay actividades con tirolesas, parapentes y puentismo , pero también es conocida por sus opciones terapéuticas para después de las aventuras, como baños termales que relajan los músculos, saunas y tisanas indígenas.


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Así que, mi primera mañana, después de un delicioso chocolate caliente de cacao ecuatoriano en Aromi Café y Chocolate, llegué a una de las agencias turísticas del lugar, GeoTours, y me inscribí en diversas actividades, sin saber bien qué esperar.

Resulta que me esperaban muchas cosas. Primero, mi guía Óscar, me dijo que me subiera a un teleférico que se alzaba sobre un valle profundo y el caudaloso río Pastaza. 
Luego, tras una parada en la carretera para probar chulpi, maíz tostado ecuatoriano y dulces caseros de guayaba, corrí por un puente colgante en la selva, maravillada por la abundancia de los árboles que se erguían en lo alto.


Fauna. Un mono anuncia el acceso a la selva amazónica ecuatoriana, en la falda del volcán Tungurahua. | NYT
Fauna. Un mono anuncia el acceso a la selva amazónica ecuatoriana, en la falda del volcán Tungurahua. | NYT

Después, bajé por unas escaleras de piedra hasta el fondo de una cascada brumosa, el Pailón del Diablo de 80 metros de alto. 

Al ver ese círculo de agua azul que burbujeaba, me quedó claro por qué se llamaba así (pailón es un arcaísmo que significa caldero).

Luego, como si no hubiéramos hecho suficiente, escalamos el Tungurahua, hasta que llegamos a La Casa del Árbol, un lugar de ensueño que es popular entre los "instagrameros", en parte por el "columpio del fin del mundo", un columpio gigante que pende de la casa del árbol y que, cuando se mece, da la impresión de que la gente se va a caer al precipicio.

Al ponerse el sol, el aire fresco de Baños me dio valor, yo también me subí al columpio y me balanceé hacia el precipicio hasta que, tras mucho gritar, el que empujaba el columpio por fin escuchó mis ruegos de querer bajar.

Para el final del día, con Óscar al mando, había realizado más actividades en ocho horas que las que hago en unas vacaciones completas. 

Claro, sentí que fue una jornada muy ajetreada, con una actividad tras otra, pero también me sentí emocionada y quería más.

Si fuera un poco más valiente, habría hecho un salto de puentismo o un paseo en balsa por los rápidos. Tal vez ahora estaría describiendo cómo se ve el bosque desde arriba al estar en un parapente o cómo se siente bajar a rapel desde una cascada.

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