La apropiación por parte de aparatos partidarios de los espacios universitarios, fenómeno que hemos vivido desde hace mucho tiempo con mayor o menor intensidad, ha demostrado ser negativo para el crecimiento científico y cultural, como inefectivo en propiciar avances reales para los ciudadanos.
Esto en parte es así, porque existe el peligro que el pertenecer o el militar una corriente partidaria o una ideología determinada se ponga por delante de los méritos académicos o la capacidad de trabajo y de investigación de profesores y estudiantes.
Los nombramientos como pago del "trabajo de campaña", o el "ninguneo" de aquellos universitarios que no participan de esas facciones o no se avienen a ser dóciles al poder, son otros de los muchos daños colaterales de esa contagiosa enfermedad: la universidad "partidizada".
Estoy convencido que la mayor parte de las personas que nos formamos y ejercemos en la Universidad pública nos hemos beneficiado siempre de que entre las autoridades y los docentes existiera un valor sin discusión: la clara jerarquía de la entrega a la educación, a la generación y trasmisión de conocimientos o al trabajo comunitario, por encima de la afiliación o afinidad por un determinado partido, más o menos explícita, derecho que por otra parte es totalmente legítimo y hace a la identidad de las personas.
El otro gran valor que se impone como esencial y que puede sufrir lesiones, es el trabajo en equipo. Los seres humanos somos todos limitados y cargamos con defectos, que solamente se pueden disimular o superar cuando ponemos en común, actuando en un grupo, lo mejor que tenemos y lo compartimos. Esto vale tanto para las familias, las organizaciones mutuales, las reuniones vecinales, como también para los espacios universitarios. Y los equipos -que mucho se declaman y poco se concretan- , son plurales siempre, si es que están direccionados al bien de la institución. Podemos tomar de cada miembro un aprendizaje diferente, lo que hace posible superar los problemas complejos y eso asegura un desarrollo de las potencialidades de cada miembro. Pero es indispensable para lograrlo, deponer las arrogancias, asumir errores, a la vez que coraje para aceptar un liderazgo compartido. En los espacios académicos, esta actitud debe ser leída como una fortaleza, cuando en el seno de los partidos o en los claustros "partidizados" se la considera como una debilidad casi siempre.
Lo que hemos vivido en tiempos en que las parcialidades políticas o las ideologías invadieron la universidad, ha sido la supremacía de personalismos omnipotentes, con una fuerte vocación de acaparar poder y de rodearse de obsecuentes.
Además, cuando se privilegiaron las "urgencias partidarias" o las negociaciones de cargos, la universidad dejó de estar atenta a su papel formativo esencial y a las necesidades de la sociedad, que muchas veces sí son urgentes. Porque son y van a ser sus técnicos, educadores y profesionales, formados con apertura y compromiso, quienes podrán ayudar a resolverlas.
Las secuelas a mediano y largo plazo de esta enfermedad contagiosa las conocemos bien: proyectos costosos fracasados, científicos que dejaron el país, carreras desprestigiadas, o cientos de egresados sin empleo. Y es así porque se decidieron "políticamente" procedimientos que no fueron consultados ni sometidos a una crítica honesta entre pares o a un diálogo con la comunidad.
No es menor que las instituciones universitarias en nuestro país son sostenidas con impuestos y sacrificios de toda la población. Y esto nos obliga a prevenir y evitar los partidismos que acechan, con sus "aparatos" y sus fondos.
En conclusión, la mejor militancia posible en las universidades es trabajar activamente para entronar al pluralismo, por propiciar el crecimiento genuino de los talentos y los equipos, destacando a quien genera y transmite con seriedad sus conocimientos, sea cual sea su postura partidaria. Si se impone el respeto entre los universitarios, y el diálogo permanente con la sociedad y sus actores, (entre ellos con los políticos), estaremos honrando lo que los estudiantes universitarios hace 100 años en Córdoba lanzaron con la Reforma, que tiene que seguir dando frutos.