Trump - Por Jorge Sosa

Estados Unidos tiene un presidente que nos asombra por sus disparates más que por su cordura.

Trump - Por Jorge Sosa
Trump - Por Jorge Sosa

Hablábamos hace algunas notas atrás de la importancia que tiene Estados Unidos en este mundo globalizado. Decíamos que siempre habían sido la Usa que nos usa como salvadora de la comunidad, por lo menos en aquellas películas catastróficas donde el mundo está en peligro por algo.

Decíamos también que el país más poderoso del mundo poco puede hacer para salvarnos del monstruo minúsculo que nos ataca y obliga al mundo a permanecer confinado. No hay salvación que pueda aportar; al contrario son los Estados Unidos uno de los países más afectados por el bichito con corona.

Debería esperarse de él, como líder que es, un mensaje de esperanza para toda la humanidad y mesura y paciencia como para hacer ver que podemos luchar en contra del mal y algún día, que esperemos no sea muy lejano, salir victoriosos.

Pero Estados Unidos tiene un presidente que nos asombra por sus disparates más que por su cordura. Uno no se explica cómo los norteamericanos, que al parecer son tan despiertos y encaradores con la vida, puedan tener alguien que los mande del calibre de Donald Trump.

Sus declaraciones en varios pasajes de su mandato, que ahora pretende renovar, han sido francamente desafortunadas y algunas de sus ideas traídas de sus pelos rubios y peinados como torbellino.

Sus conferencias de prensa habituales, casi diarias y algunas muy extensas, están sembradas de disparates que no cree ni el más desinformado de los  habitantes de este mundo.

Propuso en una de sus últimas que se averigüe si podía inyectarse desinfectante, como la lavandina, a personas contagiadas por el coronavirus para curarlas. No se escuchó ninguna carcajada pero más de uno de los presentes tuvo ganas de largarlas a boca tendida. Y por si fuera poco, le pidió a la coordinadora de su equipo que hablara con los médicos para ver si existía alguna forma de aplicar luz y calor para erradicar el virus de la gente.

Demás está decirles que su coordinadora, Deborah Birx, quedó tan impactada como todos. El presidente le preguntó si había escuchado algo sobre lo que él estaba diciendo y la pobre Deborah contestó: “ No como tratamiento”. La aludida fue piadosa en su respuesta porque tal vez haya tenido ganas de contestarle: “¿Por qué no te metés en asuntos que conocés, que no son muchos?”

Y agregó el presidente como para coronar su exposición: “Digo, ciertamente la fiebre es algo bueno. Cuando tenés fiebre, ayuda a tu cuerpo a responder”, mirando a un costado, como si le pidiera a alguien para que interviniera.

Por supuesto que las críticas le llovieron y prominentes médicos acusaron a sus declaraciones como irresponsables y peligrosas. Dijeron que tomar cloro o lavandina podía causar la muerte. Es un método utilizado por aquellos que quieren suicidarse. El mundo quedó atónito y perplejo.

No podemos tener un presidente de la potencia más poderosa del mundo, de la cual uno espera protección y buenos ejemplos, diciendo semejantes barbaridades.

Lejos de cumplir con el objetivo para el que fueron creados -brindar información clara y fidedigna a la gente para doblegar la peor pandemia en un siglo- estas conferencias se han transformado en un festival del disparate.

Así que según él, si te tomás un trago de lavandina, chau: desaparece el virus. No es serio. Uno espera del ombligo del mundo que desde ahí se dé información precisa sobre lo que está ocurriendo y se encuentra con esta serie de pavadas que no tienen ningún sentido.

Así que ya sabe, si tiene lavandina en su casa, no la gaste que le puede servir como una futura inyección.

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