Te amo tanto, que me olvidé de mí

Muchas personas deambulan por la vida, sin horizonte claro, porque aman en exceso a un otro que no les corresponde. Se humillan, se rebajan, sienten que pierden la dignidad. Creen que requieren del amor de ese otro para así y solo así sentirse valiosas.

Rumbos en casa.
Rumbos en casa.

Puede que parezca un tanto mezquino pretender dosificar el amor. Se podría querer poco, mucho o excesivamente sin que esto implicara un problema en sí mismo. El inconveniente lo observamos con frecuencia en vínculos de pareja, cuando la dosis de amor que se ofrece al otro no es retribuida en igual medida. Es claro que el amor de uno nunca es suficiente para sostener un vínculo de dos. Y es igual de evidente que, llegado el final de una relación, quien más ama es quien más lo sufrirá.

A veces las relaciones resultan azarosas y algunas personas no obtienen lo que en verdad merecen. En cierta medida, apostar al amor es como arriesgar los ahorros en una ruleta. Hay momentos para jugar, otros incluso para doblar la apuesta, pero también hay que saber retirarse a tiempo. Tanto en el amor como en el azar, quien más apuesta es siempre quien más pierde. Y el mejor jugador también es quien sabe cuándo es preciso aceptar la derrota.

Es relevante advertir que, la mayoría de las veces, lo que parece un conflicto externo no es más que la proyección de un conflicto interior. Muchas personas se angustian por demás sin comprender por qué otro no les retribuye amor en la misma medida. Se trata de relaciones desparejas, en las que alguien apuesta reiteradamente aguardando de su pareja un cambio afectivo.

Y así permanecen esperando, redoblando su apuesta de amor, a veces reclamando y otras veces rogando, hundiéndose cada vez más en las arenas movedizas de la angustia. ¿Pero el problema es en verdad el otro? ¿Quien tanto se desespera por el amor del otro es capaz de amarse a sí mismo? ¿No estamos en realidad frente a un problema interno, una pésima autoestima?

Es de personas maduras aceptar que no todo es posible, que a veces se pierde, que podemos no ser amados lo suficiente, no tanto como creemos ser capaces de amar nosotros. Y es preciso aceptar que el precio a pagar cuando una relación no prospera es la angustia propia de un proceso de duelo.

Pero las personas que permanecen estancadas en una relación mal correspondida (despareja) no advierten el verdadero conflicto que las retiene en dicha situación. ¿Cuál es? Haber permitido que se transgrediera el límite del amor. Sí, el límite que nunca debe ser traspasado y en el cual se cimenta nuestra autoestima. Y dicho límite es muy claro y se debe vigilar con atención: se trata del amor propio.

Muchas personas deambulan por la vida, sin horizonte claro, porque aman en exceso a un otro que no les corresponde. Se humillan, se rebajan, sienten que pierden la dignidad. Creen que requieren del amor de ese otro para así y solo así sentirse valiosas. Sí, estas personas cruzan ese límite del que hemos hablado. ¿Realmente aman a ese “otro” o es que sus narcisismos no soportan la idea de no ser correspondidas?

Quien advierta que en nombre del amor empieza a atentar contra su propia autoestima, deberá abrir los ojos y dejar de insistir, de otra forma sólo provocará dolor. En algún momento es saludable, indispensable, iniciar ese camino de la autovaloración.

Psicólogo y autor del libro Los laberintos de la mente (Editorial Vergara).