El gobernador que “falta en la Legislatura y su presencia en las letras mendocinas

La especialista nos introduce en la presencia de José Félix Aldao en nuestra historia literaria.

La figura de José Félix Aldao ha sido analizada y relevada desde múltiples miradas.
La figura de José Félix Aldao ha sido analizada y relevada desde múltiples miradas.

¡Adiós, General de Cuyo! ¡Brava lid halle tu brazo! ¡Y que Dios juzgue tus hechos Como deben ser juzgados!

(Alfredo R. Bufano “Romance de don José Félix Aldao”, en Presencia de Cuyo, 1940)

El historiador mendocino Adolfo Cueto destaca la ausencia de Aldao en la galería de retratos de los gobernadores de Mendoza de la Legislatura provincial. Acerca de las causas de esta ausencia, afirma que aún ahora sigue siendo una personalidad de la historia analizada por literatos, pero no por historiadores. Y en las obras literarias, a partir de Sarmiento, cuya mirada sobre Aldao “condiciona a los que escribieron después”, se lo presenta como “un personaje endiablado, mistificado, se le acreditan situaciones que rayan lo maléfico”. Pero Aldao, “calificado de sanguinario, no hizo nada muy distinto a lo que hicieron otros, por ejemplo su antecesor en la gobernación Lamadrid, que sí tienen sus retratos colgados en las paredes”.

Don José Félix Aldao nació en la ciudad de Mendoza, el 11 de octubre de 1785, “de una familia pobre, pero decente e hijo de un virtuoso vecino de Mendoza que había prestado servicios como jefe de la frontera del sur” (Sarmiento, 1845: 4). Jorge Calle, en José Félix Aldao; Monje dominico y General de la Santa Federación, expone los antecedentes familiares, que se remontan a la Colonia y reseña los principales acontecimientos de su vida.

Numerosas polémicas se tejen en torno a su persona y giran sobre casi todos los aspectos de su vida: como religioso, como militar y como político. Entre los principales cargos que se le formulan figuran: el hecho de haber profesado sin vocación y su consecuente abandono de los hábitos; su amancebamiento con sucesivas mujeres y los supuestos atropellos cometidos contra muchas otras; la crueldad desmedida puesta de manifiesto en las luchas civiles, fundamentalmente en el combate de El Pilar, que muchos consideran “su mayor crimen” y su afición desmesurada al juego y a la bebida. Pecados todos que fueron castigados, al decir de varios, por el cáncer que padeció al final de su vida. Murió en 1845.

Y tiene razón el historiador Cueto en señalar la “responsabilidad” de la literatura en la creación de esta imagen: a partir de la pluma señera y maliciosa de Sarmiento en una biografía incluida en Los caudillos, y que integra entonces, junto con la del Chacho y de Facundo, un “tríptico infame” escrito con estricta finalidad política, son varios los escritores que se ocupan de Aldao.

El interés por la historia, característico de los albores del siglo XX, cuaja en Mendoza en novelas como la de Rosario Puebla de Godoy: La ciudad heroica (1904), construida según cánones tardo románticos. La novela romántica hispanoamericana mostró la tensión entre el idealismo individualista y el medio espacial, la conciencia de libertad y la nacionalidad, y su choque con la anarquía y la tiranía. Ese anhelo de libertad da de sí la crítica a ciertos momentos de la historia, como el de la “represión federal” en contra de los unitarios. Por otro lado, en ese mismo anhelo romántico de libertad se inscriben los textos que exaltan el momento fundacional de la nacionalidad, las luchas independentistas, en un clima de celebración favorecido por los fastos del Centenario. En consecuencia, los dos núcleos que aparecen como más incitantes para la actividad del novelista, ya sea porque de ellos aún se guardaba memoria oral o porque constituyen el orgullo cuyano, son la lucha entre unitarios y federales y las luchas por la independencia.

Lo interesante resulta que, si bien el trasfondo es la gesta sanmartiniana (aludida en el título de la novela de Rosario Puebla), el foco de la narración no está puesto en las campañas guerreras, sino en escenas de la “vida privada”, tal como ocurre en las novelas históricas denominadas “tradicionales”, interesadas en una reconstrucción “arqueológica” del pasado, y en las que los personajes ficticios ocupan el primer plano narrativo, relegando a los históricos a un discreto segundo plano.

En cuanto a Aldao, Puebla de Godoy lo describe así: “Aldao era alto, pálido, bizarro, casi un buen mozo, aunque de mirar oblicuo y gesto taimado, cual correspondía a su carácter falso y cruel. Vivía en continuas orgías y empezaba a encenagarse en todos los vicios”. Y agrega: “Había abandonado a la famosa Dolores, ‘que ya estaba muy deteriorada’, según decía riéndose, y vivía con una joven riojana, la Catuna, como la llamaban, aludiendo al villorio de la Rioja, donde había nacido” (Puebla de Godoy: 109).

La historia de “las mujeres de Aldao” (Manuela Zárate, la Limeña”; Dolores y Romana Luna) ya está en Sarmiento, que asume la óptica de un moralista acérrimo en la crítica a su adversario político y a los escándalos protagonizados por sus concubinas, en un ambiente que el sanjuanino presenta como propio de un serrallo. El texto novelístico de Rosario Puebla se detiene precisamente en esta su tercera compañera, Romana Luna, de la que se da un retrato en que se mencionan algunas cualidades positivas (y que contrastará con el que nos ofrece El basural, de Fernando Álvarez): “como de veinte años, morena y algo antipática, carecía por completo de educación y era analfabeta […] su alma, no contaminada todavía por el contacto de la de su compañero, era accesible a la piedad” (Puebla de Godoy: 109).

Una voz en cierto modo discordante en esta unanimidad condenatoria es la de Alfredo Bufano, quien presenta a Aldao en uno de sus “Romances históricos” de Presencia de Cuyo (1940). Esta inclusión se debe seguramente al hecho de que quizás ningún personaje como él sintetiza el período de las luchas civiles en nuestra región. Pero con gran acierto, el poeta no escoge escenas de armas o de violencia, de las que abundan en la vida del caudillo, hechos registrados por la historia. Elige un momento y un hecho de trascendencia en lo que podríamos denominar “la historia más personal” del personaje: una decisión, una encrucijada en su destino, de allí la remisión del juicio a la mirada de Dios, tal como leemos en el epígrafe.

El escritor mendocino Fernando Álvarez (1974) en El basural, novela ganadora del Premio Publicación otorgado por la Municipalidad de la Ciudad de Mendoza en 2013, es, cuanto menos, sorprendente e inclasificable. Presenta un enigma que podría de algún modo acercarla a lo policial; contiene indudablemente personajes históricos; narra una serie de aventuras e incursiona por lo que podríamos considerar un “realismo mágico a la mendocina”, que toma como escenario el basural de El Borbollón, presentado con ribetes dantescos.

De todos modos, más que la novela en sí nos interesan los capítulos dedicados a Aldao y, sobre todo, a la Catuna, que aparece con rasgos casi demoníacos: es una “capianga”; de este modo, el narrador entronca su condición de nativa de Los Llanos con las leyendas que circulaban en torno a Quiroga y sus gauchos, verdaderos “hombres-tigres”.

De este modo, y tal como se señala en la contratapa del libro, Álvarez propone “una relectura en clave fantástica de la historia provincial” y nos motiva, de algún modo, a repensar la personalidad y los hechos de este controvertido personaje mendocino.

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