Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años

Gina Rizza cumplió años el 31 de mayo y lo celebró con su familia, además de recibir saludos y regalos de los vecinos de Villa Hipódromo. La vida y anécdotas de la mujer que llegó hace 75 años de Italia, huyendo de la miseria y pobreza de la posguerra.

Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.
Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.

“- Mamá, me piden un metro y medio de esta tela, sale 175 pesos el medio metro. ¿Cuánto sería?”, pregunta Silvia, con una sonrisa cómplice en su rostro y mientras atiende la mercería familiar ubicada a metros de la esquina de Paso de los Andes y 20 de junio, en Villa Hipódromo (Godoy Cruz).

Gina –o “Lela” para sus hijos, nietos y bisnietos- interrumpe por unos segundos su apasionado relato y, casi sin pensarlo y atrapando la pregunta en el aire, responde sin dudas y con convicción.: “525″. Gina sonríe y regresa a su relato, Silvia sonríe con orgullo y cara de: “¿viste lo que es?”.

Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.
Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.

Gina Rizza cumplió 95 años el miércoles 31 de mayo. De ellos, 75 años y 1 día los ha vivido en Mendoza. Y 71 años son los que lleva en esa esquina godoicruceña, donde –además de estar su casa- primero fue la dueña de un gran almacén de ramos generales y hoy mantiene su tradicional mercería.

“¡Uy, ha sido un show mi cumpleaños! Me han llamado por teléfono, por celular, me ha venido a saludar gente a la mercería y hasta me han mandado flores”, comienza la conversación Gina, repasando como vivió el miércoles pasado su cumpleaños.

La mujer, nacida en Sicilia (Italia), llegó a Mendoza el 1 de junio de 1948, con 20 años recién cumplidos. Fueron 21 días los que viajó en barco desde Europa (“nos traían como animales a quienes veníamos en la clase económica”, rememora) y su cumpleaños número 20 la sorprendió en Buenos Aires, recién llegada a Argentina. Junto a lo poco que trajo con ella como equipaje, venían los amargos y duros recuerdos de una infancia y adolescencia marcadas por la miseria de la Italia del fascismo, de la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra.

“Tenía una tía que estaba viviendo en Mendoza y le había escrito una carta a mi mamá –su hermana- para preguntarle si alguna de nosotras, sus hijas, quería venirse a Mendoza. Antes que mi mamá terminara de preguntarlo, yo ya estaba levantando la mano”, resume con su inocente sonrisa y esas huellas en su rostro que el tiempo y la experiencia se empeñan en dejar bien evidentes, conocidas popularmente como arrugas.

Antes de este ofrecimiento, cuando tenía 11 años, Gina se había ido por su propia cuenta a vivir a un convento de monjas, también en Sicilia. Y lo había hecho por una simple e irrefutable razón: tener algo en su plato para poder comer todos los días.

“Habíamos pasado mucho hambre, la situación había estado muy difícil. Todavía, al día de hoy, cuando como un pedazo de pan con manteca, lo disfruto muchísimo. En esa época, eso era comida de ricos”, agrega la mujer, quien en 2005 fue declarada vecina ilustre de Godoy Cruz y con motivo de la conmemoración de los 150 años de la fundación del departamento.

Pero, más allá de cualquier distinción formal, a Gina no le gusta andar ostentando ni aparentando nada. De hecho, no es muy amiga de tomarse fotografías, y el amor de su familia y de todos los vecinos que pasan a saludarla a diario le vale más que cualquier reconocimiento institucional.

“El amor no tiene medidas y yo estoy agradecida de que mi familia esté siempre conmigo. Siempre que puedo les repito que sean muy unidos. Yo trato de repartir mi sabiduría. Y soy muy creyente, siempre tengo a Dios acá (NdA: señala su corazón). Creo que esa es la clave para estar siempre feliz”, repasa la mujer, quien tiene 6 hijos, 14 nietos y 9 bisnietos. “Tengo una familia hermosa, gracias a Dios y a la vida”, acota.

Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.
Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.

La vida en un convento y la cruda posguerra

En 1945, luego del final de la Segunda Guerra Mundial, en Italia y en Europa, en general, se inició lo que fue la dura etapa de la posguerra. Familias diezmadas por tantas muertes en el campo de batalla, con viviendas destruidas y sin un sostén para ganarse la vida y sobrevivir marcarían los días, meses y años venideros.

Gina tenía, por entonces, 17 años. Vivía con su familia en Burgio, provincia de Agrigento (Sicilia, Italia) y la situación de la familia en general era muy mala desde hacía ya varios años. Cuando Gina tenía 11 años, en 1939, la monja de un convento de la parte alta de esa región siciliana fue a visitar a la familia de Gina. Y cuando la religiosa ofreció la posibilidad de que alguna de las niñas fuera a vivir al lugar, Gina no la pensó dos veces, y levantó la mano para ofrecerse.

Siempre levantaba la mano. Lo hice en ese momento, lo hice cuando la hermana de mi mamá pidió alguien para venir a Argentina. ¡Era como que tenía resortes en las manos!”, agrega la mujer, con una risa contagiosa. “Pero en realidad yo levanté la mano porque era la posibilidad de tener algo para comer todos los días”, agrega después, ya sin reír y recordando aquel momento. “Eran épocas de mucha miseria”, acota.

Gina, su mamá y su hermana trabajaban en la cosecha de aceitunas y de algodón, por lo que con los dedos las uñas se encargaban de sacar los carozos y las semillas respectivamente. Su padre, en tanto, trabajaba extrayendo piedras de la montaña.

“En 1939, el día en que partíamos con la monja en el tren, declararon la guerra. Por suerte en el convento la pasé un poquito mejor, porque nos daban un plato de comida todos los días y hasta pude tener otra educación. Pero estuve 4 años sin tener noticias de mi familia”, repasa la adorada vecina godoicruceña.

Amor a primer avista y el viaje a Argentina

Tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, el panorama no había cambiado mucho para la familia de Gina. Su padre seguía trabajando como picapedrero, mientras que su madre, su hermana y ella trabajaban en la cosecha. Además, tenían un hermano.

Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.
Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.

Fue entonces cuando, durante la primera mitad de ese año, le llegó una carta a la mamá de Gina que terminaría por marcar la vida y el futuro de la joven de, por entonces, 19 años. La hermana de la mujer, tía de Gina, preguntaba si estaba dispuesta a enviar a alguna de sus hijas a Argentina para que la ayudaran en algunas tareas.

Al igual que cuando la monja le ofreció a la familia albergue en el convento, Gina volvió a ofrecerse sin siquiera pensarlo dos veces. Su tía le enviaba el pasaje en barco y una propuesta laboral, lo que se exigía entonces para que pudiera viajar.

Pero, también en tierras sicilianas –aunque prácticamente en el otro extremo de la isla- a Gina le faltaba todavía encontrarse y conocer a quien sería su gran amor, y todo esto ocurriría antes de que partiera el barco a Buenos Aires.

“Quedaban 20 días para que me fuera y me di cuenta de que había familia en Sicilia a la que no conocía todavía. Y, como no sabía cuándo iba a volver –si es que iba a volver- le dije a mi mamá que quería viajar a verlos. Yo estaba en Burgio y tenía que ir a Módica. Así me fui en 3 medios de transporte, y el último fue el tren”, repasa la mujer.

Cuando llegó a la estación, un apuesto joven de 22 años la esperaba. Era Carlos Rizza, primo hermano de Gina y quien, con mucha caballerosidad, la recibió en el lugar.

“Ni nos conocíamos, pero apenas nos vimos, el flechazo fue inmediato. Claro que no era como ahora, por lo que solamente nos dimos un tibio abrazo y él me llevó a conocer el lugar. Estuve 4 días allá y me trataron como una reina, me llevaron a todos lados. Pero ninguno de nosotros dos dijo nada”, recapitula.

Como reza el refrán, a buen entendedor, pocas palabras. Y aunque la declaración de amor no fue manifiesta, el intercambio de miradas y sonrisas entre Gina y Carlos ya decía mucho. Por esto mismo, lo primero que hizo Gina cuando regresó a su tierra, fue enviarle una carta a Carlos. A los días, llegó la respuesta del galán, aunque en su interior no estaba lo que Gina esperaba. ¿O sí?

“Me llegó la carta y yo la abrí rapidísimo. ¡No podía esperar a ver qué me decía él! Saqué la hoja, empecé a leer… Y nada. O sea, me había escrito, pero no decía nada de lo que esperaba. La leí una vez, y otra… Y nada. Volví a leerla, pero no decía nada. Entonces se me ocurrió desarmar el sobre, abrirlo bien y encontré un papelito muy chiquitito doblado adentro. Lo desdoblé y ahí estaba, escrita muy chiquitita, la declaración de amor”, agrega Gina. Y su mirada se vuelve a iluminar y a brillar de la misma manera en que se iluminó hace ya más de 75 años.

Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.
Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: José Gutierrez / Los Andes.

Carlos sabía que Gina viajaba a Argentina, por lo que en la carta le decía que viajara tranquila y que, ni bien pudiera, él también cruzaría el Atlántico para venirse a vivir con ella. Y así fue, ya que un año y medio después (ya en 1950) Carlos y Gina se reencontraron, ya en Mendoza.

Nueva tierra, nueva vida

El 1 de junio de 1948, tras haber desembarcado en Buenos Aires un día antes, Gina llegó a Mendoza. Y lo hizo para quedarse y nunca más volver a irse (aunque pudo visitar en dos oportunidades su Sicilia natal). Con un diccionario bajo el brazo, aprendió a hablar español, idioma que nunca en su vida había siquiera oído. Y dos días después de llegar a la provincia, en una explosión mientras trabajaba en la montaña, el papá de la –entonces- joven falleció en Italia.

Ello derivó en que su hermana y su madre –primero- y luego su hermano –como sostén de la familia- también se mudaran hacia Mendoza algunos días después. Y ya en 1950, llegó su amado Carlos, por lo que –a excepción de su difunto padre- en ese tiempo Gina había conseguido volver a reunirse con todos sus seres queridos.

Con toda la familia en tierras mendocinas ya, Gina y Carlos Rizza adquirieron algunos lotes en la actual esquina de Paso de los Andes y 20 de junio (por entonces, y como todo en Mendoza, gran parte de extensión del terreno estaba ocupado por viñas). En 1952, en un salón que estaba en esa esquina, Carlos y Gina se casaron y hasta consiguieron 13 petrolamps para poder iluminar artificialmente tan romántico momento.

Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: Instagram
Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: Instagram

“Todo acá era baldío, y el micro no llegaba hasta acá arriba. Pero para el día de nuestro casamiento, yo había ido a hablar al garaje y conseguimos que el micro subiera hasta acá para traer a la gente”, rememora, con orgullo -y una sonrisa-, Gina.

El almacén que tenía la tía de Gina –aquella quien la había invitado a venir a Mendoza para que la ayudara en el trabajo- se mudó e instaló también en esa esquina de Godoy Cruz. De hecho, todo el sector sigue siendo de la familia actualmente, aunque ahora han alquilado parte del lugar (donde hay una verdulería), mientras que la mercería y la casa de los Rizza siguen allí.

De regreso a la década del 50, quizás en el mejor momento del almacén en esa esquina, Carlos Rizza –quien trabajaba como herrero artístico- debió dejar esa profesión para, junto a Gina, ocuparse de la atención en el almacén. Porque los hijos del feliz matrimonio habían empezado a llegar, y la mujer no daba abasto para encargarse de su crianza y, además, atender el comercio en soledad.

En 1978, tras casi dos años padeciendo una difícil enfermedad que nunca tuvo un diagnóstico certero, Carlos Rizza falleció. Y Gina quedó, en soledad, al frente de la familia y de la despensa. “Hace 45 años que soy viuda, y nunca dejé de extrañarlo”, se sincera.

Los 6 hijos fueron creciendo, comenzaron a formar sus familias, y el almacén le quedaba grande a Gina para atenderlo sola. Fue en ese momento, entonces, en que la familia dividió separar las propiedades, poner en alquiler la esquina, cerrar la despensa y montar la mercería. La misma mercería que lleva 26 años (desde 1987), y contando, y que atiende la propia Gina –siempre acompañada de alguno de sus hijos-, y donde precisamente saca esaas cuentas mentales con una velocidad admirable.

Una referente en el barrio

Antes de la mercería, todavía en los años dorados de la despensa, Gina y Carlos eran los vecinos más conocidos e ilustres de esa zona. Una de las denominaciones entre los lugareños para el área es City Father (dentro de lo que genéricamente es Villa Hipódromo). Y ese nombre, Ciudad de los Padres en español, tiene que ver con la iglesia que se encuentra frente a la casa de la familia.

“Recuerdo cuando construyeron la iglesia. Un día yo estaba atendiendo la despensa y veo, de repente, a un señor con una barba larga y blanca en el terreno de en frente. Salí corriendo a ver qué necesitaba y ahí me contaron que eran dos frailes y que habían comprado el terreno para hacer una escuela y una iglesia. ‘¡me saqué la lotería!’, pensé yo, que desde siempre he sido muy católica”, recuerda, siempre sonriente.

Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: Instagram
Vivió en un convento para comer y sobrevivió a la Guerra: la increíble vida de Gina, quien atiende su mercería con 95 años. Foto: Instagram

Desde aquellos años, cuando hizo buenas migas con los curas, y hasta entonces, Gina Rizza es una de las vecinas más queridas (sino la más querida) de esa zona.

Beso a esta tierra argentina, estoy muy agradecida. Tengo una familia hermosa y nunca nos ha faltado nada. Desde siempre supe que no quería que mis hijos pasaran lo que yo había pasado en Italia”, reflexiona, con la voz entrecortada. “Es como canta la Negra Sosa, ‘gracias a la vida, que me ha dado tanto’”, agrega.

Todos los días, de 9 a 13, y también durante la tarde –siempre con alguno de sus hijos o nietos acompañándola-, Gina está en la mercería. Ella la define como “mi vida” y agrega que no sabría qué hacer si no trabajara. “En la pandemia la pasé muy mal. Porque tenía que tener la puerta cerrada, y atender a la gente por la ventana. Necesitaba de la gente que viniera a verme, de mis nietos que vinieran a abrazarme”, continúa Gina.

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