Ser mujer, mamá y estudiante en la ruralidad, los desafíos que deben afrontar para crecer

Estudiar de noche, esfuerzo extra y largas horas de traslado son parte de lo que enfrentan quienes viven en entornos hostiles y con carencia de servicios esenciales. Pero además con los roles domésticos y tradicionales indelegables.

Un grupo de jóvenes estudiantes de distintos sectores rurales de la zona Este provincial, hace un alto para tomarse una foto y luego seguir estudiando.
Un grupo de jóvenes estudiantes de distintos sectores rurales de la zona Este provincial, hace un alto para tomarse una foto y luego seguir estudiando.

Para Nerina Debia acercarse a su sueño de ser docente es, como para muchas otras mujeres que viven en la ruralidad, una carrera de obstáculos. Tiene 26 años, es de Chivilcoy, un pueblo de San Martín, Mendoza. Está en segundo año del profesorado de Educación Primaria que estudia en el Instituto de Educación Superior Docente y Técnica 9-001 General José de San Martín de su departamento.

Las distancias, la falta de transporte público, las dificultades económicas, la carencia de servicios, las concepciones culturales que asignan roles ineludibles en las familias, las cuestiones domésticas y la crianza de los hijos son el escenario en el que hay que encontrar margen para el desarrollo personal.

Nerina tiene un hijo de 3 años y el colectivo no pasa por su casa. “Ha sido difícil y más este año: creo que para las mujeres ha sido mayor el reto, hemos sido alumnas, madres, nos ocupamos de la casa, a mi se me ha complicado muchísimo porque con un hijo chico es difícil”, relató.

”Estudio por la noche cuando mi hijo duerme y ya he hecho las cosas de la casa”, contó y reconoció que eso implica estar muy cansada al día siguiente.

Es la segunda carrera que intenta, la otra tuvo que abandonarla.

”No sé si alguna vez almorcé los años anteriores, estuve a mate, era un caos”, agregó.

Con la pandemia, las dificultades se profundizaron. Su pareja perdió los ingresos y ella para seguir las clases de manera virtual sólo tenía un celular. Además destacó que allí internet es muy caro por la lejanía, sin embargo se reunieron varias mujeres y lo obtuvieron. Eso sí, a costa de resignaciones familiares. “La plata no alcanza, tuvimos que priorizar”, afirma, pero el esfuerzo es válido: “Estudiar es progresar, es crecer, también es importante para mejorar mi situación económica, pero además la docencia me apasiona, es algo que siempre quise y postergué”.

La escalera que no debe romperse

Laura Soto es miembro del equipo de gestión del rectorado del mencionado Instituto. Ella sabe de esas luchas: 83% de las estudiantes son mujeres y más de 60% son mamás.

”Está probado estadísticamente que la mamá prioriza el acompañamiento del hijo, lo usual es que se vayan relegando, no pueden hoy, no pueden mañana, y comienzan a bajar los brazos, porque en el hogar no sos estudiante, sos mamá y eso es lo que tenemos que repensar desde las instituciones, encontrar otros modos que no da la academia tradicional porque ya no tenemos los sujetos tradicionales”, explicó.

Y al mismo tiempo reconoció: “Emancipar es una construcción”.

”Tenemos un perfil de alumnos que vienen de la ruralidad de contextos con altísimo grado de vulnerabilidad, no solo desde lo económico, son sectores en pugna permanentemente por subir un escaloncito”, explicó. Y por eso su convencimiento: “A una estudiante de 40 años que hoy toma la decisión de hacer un profesorado no la podemos perder”.

Dijo que durante las clases presenciales, ven llegar a las alumnas y ya conocen cómo están hasta por su forma de caminar, saben de sus cargas y tratan de darles recursos para resolverlos como un jardín maternal y conectividad a una plataforma.

Contexto hostil

En Mendoza un 20% de la población total son mujeres que están en situación rural. Alrededor de 370.000 personas viven en esos territorios de las cuales 170.000 son mujeres que viven en ruralidad dispersa, una particularidad local que implica comunidades menores a 2.000 habitantes.

Las mujeres rurales son una población primordial en nuestras economías y nuestras comunidades que ha estado invisibilizada. Hay poca información estadística sobre ellas y sus particularidades y eso puede estar asociado a esa invisibilidad, explicó Lucía Pannocchia, coordinadora de Desarrollo de Proyectos con Mujeres Rurales del Instituto de Desarrollo Rural (IDR).

Hay que considerar que para quienes viven en estos entornos la vida es hostil y más para ellas. Suelen postergar también la atención de su salud, por las dificultades de acceso: en esos entornos 50% de las mujeres no tiene cobertura de salud y depende del Estado.

Dijo que si bien se observan muchos avances en cuanto a posibilidades aún la brecha es muy marcada con respecto a mujeres que viven en el medio urbano y mucho más si respecto de los hombres en iguales condiciones.

”Las mujeres en la zona rural tienen un rol central en el desarrollo de las economías regionales, son las que tienen empleos o trabajos peor remunerados o de menor calidad o que requieren de menor formación”, detalló.

Agregó que por otra parte, históricamente las mujeres, además de las labores del campo, se han hecho cargo, casi de manera exclusiva, de la provisión de cuidados de su propia familia y de sus ancianos. “Esto, a pesar de las transformaciones sociodemográficas que se ven los últimos años, también interfiere a la hora de poder estudiar, elegir una carrera, dedicarse a su desarrollo profesional, intelectual”.

Dijo que si logran acceder a educación superior, la mayoría no finaliza su formación y vuelve a la zona rural a continuar con tareas tradicionales, tanto en lo laboral como en el plano familiar, sin poder acceder a herramientas que favorezcan la autonomía económica.

Daiana Ferreyra (29) una flamante egresada del Profesorado de Nivel Inicial. Reconoce que ha sido un gran esfuerzo que no habría podido lograr sin ayuda. Tiene 4 hijos, el primero lo tuvo a los 17 años. Relató que vive muy lejos del instituto, en Colonia Charabones, y que está a 25 km del instituto, donde el colectivo pasa 3 veces al día.

Vive en una finca pero la zona está muy empobrecida: contó que no hay agua para riego y que por eso ya casi no quedan viñedos.

Dadas las dificultades le dieron la posibilidad de seguir en una sede de Santa Rosa, lo que implicó 4 horas diarias de traslado.

”Estudiaba muy temprano o de noche, la carrera duraba 4 años y la hice en 7 y me recibí este año en pandemia”, contó orgullosa.

Es que para ella es un valioso logro: “Soy hija única, mi mamá es soltera así que primero el título es para ella que siempre me apoyó y también es un futuro para mis hijos”.

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