Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un lugar soñado en Canadá

Mariela Encina Lanús (44) es comunicadora cultural y conoció a su compañero, Jay, en unas vacaciones en Ecuador, tras perder una reserva hotelera. Pese a las distintas barreras, ambas vidas se sintonizaron prácticamente en el acto.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

La vida de Mariela Encina Lanús (44) ha estado marcada desde siempre por el factor sorpresa, por esas situaciones inesperadas que pueden llevarla de un lugar al otro; no solo físicamente, sino también en cuanto a sus metas y expectativas. Es algo con lo que se ha (bien) acostumbrado a vivir y que trae desde que nació en Resistencia (Chaco), el 14 de febrero de 1977 y que la llevó a migrar con solo 2 años al Campamento de YPF número 1 de Plaza Huincul (Neuquén) y que luego –con el divorcio de sus padres- la llevó a vivir en distintas ciudades de esa provincia, pero también a viajar desde los 7 años en avión hasta Comodoro Rivadavia (Chubut) para visitar a su padre.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

Con esta vida “migrante”, como ella misma la llama marcando su ruta de vida (y que también la trajo a estudiar Comunicación Social y a vivir y trabajar durante varios años en Mendoza), el momento que vivió en las vacaciones de 2014 en Ecuador no debería ser demasiado sorpresivo, aunque sí tiene esa magia de las novelas románticas. Hace casi 8 años, Mariela conoció a su actual novio, Jay (un canadiense que también vacacionaba en el lugar) y comenzaron a escribir su propia historia juntos. Y, aunque se conocieron de forma accidental en la mitad del mundo –la propia Mariela lo confiesa entre risas pícaras y románticas-, actualmente la “chaqueña-neuquina-mendocina” ha dejado toda su vida argentina atrás para mudarse a las tierras de Jay, un paraíso ubicado en la zona de la Columbia Británica de Canadá y donde viven entre paisajes dignos de literatura fantástica.

“Nos conocimos en el medio del mundo, en el punto medio entre nuestros países: Argentina y Canadá. Y fue por un error. Yo perdí una reserva porque puse mal las fechas y ese error me guió hasta la única y última habitación disponible que quedaba ese enero en toda Montañita. En un hotel de La Punta conocí a Jason (Jay) y a Tango (Darren, su gran amigo y hoy también el mío). Tango hablaba un poquito de español y para mí, que no hablaba ni una palabra en inglés, su spanglish fue un puente. Digamos que un puente colgante: por momentos, bastante difícil de cruzar pero que muy pronto nos encontró riendo como tres viejos amigos. Había algo, ahí, que trascendía la palabra. Y esa es la trascendencia de la comunicación”, resume Marielita –como la llaman quienes la conocen-, con su verborragia y sus buenas vibras características. Y agradece con picardía que todo se haya confabulado para que perdiera la reserva inicial, porque el alojamiento quedaba exactamente en la otra punta de la playa y jamás hubiesen cruzado sus caminos.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

Ese encuentro cambiaría la vida de los tres, pero –principalmente- la de Jay y Mariela. Por empezar, el itinerario de vacaciones de la argentina cambió drásticamente y decidió compartirlas en su totalidad con este canadiense que está próximo a cumplir 48 años, que trabaja en el bosque, que ha sido bombero forestal y leñador y que se “robó” el corazón de la mendocina por adopción. “Él se mostraba solo como amigo. Con la paciencia que lo define, se tomó su tiempo para ‘tirarme onda’. Con un inglés bastante roto le dije: ‘Tené cuidado con las consecuencias’. Y esa frase luego se convirtió en nuestro chiste interno favorito”, rememora Mariela.

Romántica (a su modo) desde el día que nació –podría no considerarse una mera coincidencia que su nacimiento haya sido justo un 14 de febrero, día de San Valentín-, Mariela analiza con su particular punto de vista cómo se fue construyendo la relación con su compañero. “Si entendemos el amor en términos de física y química, podría decir que el amor surgió apenas nos conocimos. Pero soy cada vez más amiga del intento de vivir el amor como un trabajo en proceso, en todas sus formas y dimensiones. Y digo ‘intento’ porque no siempre puedo -ni podemos- desoír los mandatos del amor romántico. Entonces, pensándolo así, hace 8 años que estamos trabajando en esta relación. ¡Y eso que varias veces presentamos la renuncia!”, agrega, sinriente.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

Más allá de la distancia física de su tierra natal, Mariela Encina Lanús sigue de cerca lo que ocurre en Mendoza y en Argentina. De hecho, con su proyecto de comunicación cultural Argot Prensa, sigue trabajando con artistas locales para difundir sus actividades y novedades en todo el territorio Argentino y la región.

Apuesta por el amor

Mariela se define a sí misma como Comunicadora Cultural. Si bien se recibió como licenciada en Comunicación Social en la UNCuyo, su formación es amplia. En Neuquén hizo la secundaria en una escuela técnica, se recibió precisamente con el título de Técnica Química y aprendió a soldar, cortar madera y armar circuitos de electricidad.

A Mendoza llegó en 1996, con 19 años y con la idea de estudiar Bioquímica. Su primer año en la provincia lo vivió en una residencia de monjas y, según recuerda, le costó muchísimo la adaptación y estar lejos de su familia. “Durante el primer año, la llamada de larga distancia terminaba siempre igual: ‘Mamá, quiero volver a casa’, le pedía llorando. Y ella me decía: ‘Hija, tenés que crecer’”, rememora Mariela.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

Más allá de su formación técnica y química –y de esa primera inclinación por la carrera de Bioquímica, la que abandonó en segundo año-, a Mariela encina siempre le gustó escribir. “En mis viajes a visitar a mi papá a Comodoro Rivadavia –con 7 años- llevaba un cuadernito Rivadavia forrado con papel araña. Con una Parker de tinta escribía todo lo que creía importante: altitud, hora de despegue, tiempo estimado de vuelo. A veces le pedía un comentario a la azafata. Tal vez esas fueron mis primeras crónicas”, rememora desde tierras canadienses.

Esta pasión por la escritura la fue cultivando durante toda la primaria en Cutral Có, años de los que recuerda –y siempre recordará- a su “señorita” de Lengua y Ciencias Sociales, Graciela de Navarro. “Ella me dejaba entregar poemas en lugar de redacciones. El último día de séptimo grado, escribió en mi boletín: ‘Que escribas muchos libros y que un día te acuerdes de tu señorita Graciela’”, rememora.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

Más aquí en el tiempo, de regreso en aquellas vacaciones de 2014 en Ecuador y con la barrera del idioma a flor de piel y siempre presente, fue la música uno de los planos en los que lograron conectar desde el principio Mariela y Jay. “Para el viaje me había descargado un disco que me encantaba: la banda sonora de la película Vida acuática, de Wes Anderson. Sabía que el músico era el brasileño Seu Jorge, pero no sabía que eran versiones de David Bowie. Jay, sí. Y extrañamente ese verano él estaba revisitando la obra de Bowie”, recuerda Mariela.

¿Un amor de verano?

Tras unas inolvidables vacaciones juntos, llegaba ese día que ambos querían evitar: el final de la aventura, el regreso a las rutinas. Él, de vuelta hacia el Norte; ella de regreso hacia el Sur. “El día en que nos despedimos en Montañita, Jay me dijo que viajaría a la Argentina en mayo. Y aunque me hacía ilusión, me parecía una promesa desmesurada, nivel novela. Sinceramente pensaba que nuestra historia quedaría como un romance (inolvidable) de verano. Un poco antes de conocernos venía trabajando la idea de que el amor de pareja no era para mí. Lo mío no era escepticismo, conocía de cerca historias de amor luminosas e inspiradoras pero no las había vivido y, en definitiva, es la propia experiencia la que determina la vara con la que medimos las cosas”, reflexiona sobre aquella despedida. Aunque, casi de inmediato y en la misma charla, celebra haber estado tan equivocada en ese momento.

Jay cumplió su promesa. Pero, el ying y el yang: su llegada coincidió con una sucesión de hechos desafortunados en lo personal y laboral que, por entonces sentí, me expulsaron de Mendoza. Renuncié a mis trabajos, cancelé el contrato de alquiler y desperté un viejo deseo: recorrer Sudamérica como mochilera. Jay no entendía nada, pero decidió acompañarme. La pérdida de una tarjeta de débito al inicio del viaje cambió los planes. En tiempo récord llegamos hasta Ecuador, donde vivimos un año mientras esperábamos que llegara la nueva tarjeta. Nos instalamos en Olón, la playa vecina a Montañita, y ahí nos vimos: piloteando el choque cultural, la volatilidad de una relación nueva, la barrera idiomática y las demandas, constantes y cambiantes, el aprendizaje que supone salirse de la zona de confort”, sigue la comunicadora cultural.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

Mientras estuvieron en Ecuador, el mismo lugar donde se habían conocido y al que la vida volvió a llevarlos, Mariela trabajó como bartender en una cervecería artesanal. “Casi 90% de la gente habitué del bar hablaba en inglés, por lo que utilicé eso como una oportunidad y me propuse aprender tres nuevas palabras cada día. Las anotaba en un cuaderno y luego trataba de usarlas en oraciones. El bar se transformó así, en una clase diaria de inglés”, agrega.

Pero ese viaje también llegó a su fin –como todo en la vida-, por lo que otra vez llegó el momento de separarse. Claro que esta vez era distinto: no quedaban dudas de que eso no había sido solo un amor de verano y los caminos de ambos ya habían confluido y se habían unificado. “De 2016 a 2018, Jay vivió seis meses en Canadá y seis, en Mendoza. Durante ese tiempo mantuvimos el mismo tipo de comunicación Black Mirror que en los últimos años implementó la pandemia: chats, emails, videollamadas. Pero hubo un momento en que sufrimos los límites de la mediación tecnológica (una sensación de ausencia que la mayoría sentimos durante el aislamiento) y eso hacía que la distancia se multiplicara y que el tiempo transcurriera más lento o, peor, que se frenara como una mula obstinada. Entonces decidimos recalcular”, recapitula.

¡Allá voy!

En la primavera de 2018 comenzó a tomar una forma concreta esa idea de recalcular. Mariela regresaba un día cualquiera de un evento en el que estaba trabajando en la comunicación y –según sus palabras- sentía en el pecho la distancia “como un tajo abierto”.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

Llamé a Jay y le dije que iba a tramitar mi visa. Si el tiempo es el parámetro, me costó un montón decidirlo, porque mudarme es algo que podría haber hecho –o, al menos, probado- durante nuestros primeros años de relación. Pero una decisión, muchas veces, es un acto de fe. Y creer lleva tiempo. Finalmente viajé en julio de 2019. No tuve despedidas formales porque las evito y porque sabía que tenía un periodo de prueba de seis meses, que es el tiempo permitido por la visa turista. Volví a la Argentina en enero de 2020, convencida de que era una mudanza a largo plazo y con la idea de quedarme un trimestre. Pero tuve que regresar al mes, porque a Jay le falló el corazón”, recuerda Mariela. Y aclara que no es una metáfora banal y romántica para graficar que se extrañaban a la distancia, sino que realmente tuvo una complicación de salud.

Mariela empacó toda su vida en Mendoza y en Argentina en cajas, en tiempo récord, y con ayuda de su mamá y de su hermana. Los nervios le impidieron llegar a ver siquiera a alguien antes de regresar a Canadá. Y una vez más el azar –o, por qué no, el destino- jugó a favor de la pareja: Mariela llegó semanas antes de que comenzara el aislamiento en ambos países, por lo que cualquier retraso los hubiese mantenido separados por tiempo indeterminado.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

Su vida en Canadá

Actualmente Jay trabaja en el bosque, dentro de una compañía maderera. “Doy con el estereotipo, ¿no?”, sostiene Mariela que suele ser una frase que repite una y otra vez su compañero, siempre entre risas. Y es que su gran porte, su tupida barba y los rasgos físicos no solo se condicen con los de la imagen de un leñador, sino con los de quienes –dicen- fueron los primeros pobladores de esa región canadiense: los vikingos, y quienes habrían llegado a ese punto América 500 años antes que el mismísimo Cristóbal Colón.

“Pero nada más lejos de esa idea del estereotipo. Jay es músico y melómano, un gran songwriter en el que se cruzan sus raíces irlandesas-escocesas y la música country. Definitivamente, la música es su lugar favorito en la vida y, también, un lugar que -hasta hoy- nos conecta.

Mariela y Jay viven en Golden, un pueblo de montaña ubicado en la provincia canadiense de la Columbia Británica, y se la conoce como “La Hermosa”.

“Está abrazado por las imponentes Rocky Mountains y sus pinos, y por dos ríos: el Kicking Horse River y el Columbia River, que tienen aguas de deshielo verde-turquesa- ¡Ambos pasan cerca de casa!”, describe Mariela el paraíso terrenal en el que vive.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

Al estar más próximo al Polo Norte, la división del año en estaciones es distinta a la que suele conocerse y es el frío lo que predomina. “El invierno dura 6 meses -a veces más-, el verano, con suerte 3, y lo que queda se divide entre otoño y primavera, que suelen ser ‘pasajes’. En la banda sonora de mi barrio, en verano, se cuelan el tren de carga Canadian Pacific Railway, los helicópteros que sobrevuelan las montañas (por turismo, traslado, rescates) y los gritos felices de la gente que practica parapente. En invierno, en tanto, casi todo se enmudece y solo se escuchan los pasos sobre la nieve”, describe.

Un perfecto sentido de comunidad y pertenencia, una vida que transcurre de manera simple y sin prisas, ventanas sin rejas y las bicicletas a la vista y sin candado son otros de los componentes que decoran las postales de Golden, un sitio ideal para las actividades y los deportes al aire libre y distintas actividades relacionadas al esquí.

Casi todas las familias que viven en este pueblo de ensueño tienen uno o dos perros, y suelen acompañar a sus dueños a todos lados, desde el supermercado a un bar. “En nuestra familia tenemos a Wallace, que es igual a Lassie en belleza y bondad. Wallace es mi gran compañero de aventuras. O mejor dicho, yo soy la suya. Todas las mañanas me lleva a caminar. Tenemos varios senderos cerca de casa y vamos alternando. En verano los recorremos en bici. Los fines de semana salimos con Jay, los tres. Todos los senderos tiene carteles que dicen: ‘Cuidado con los osos’, que suelen bajar al pueblo en busca de comida, en primavera y luego de hibernar. Yo no he visto a ninguno ¡y espero no verlo! Pero en la ruta he visto cabras, ciervos, ardillas”, agrega Mariela mientras intenta pintar con sus palabras un cuadro o lograr la fotografía perfecta de su lugar de residencia, el mismo en el que los fines de semana se hace un espacio para patinar sobre hielo.

Su conexión con Mendoza y Argentina

Aunque su vida y su corazón están físicamente en Golden, dentro de la Columbia Británica canadiense, Mariela Encina Lanús no corta su cordón con Mendoza. Desde lo laboral, sigue encabezando el emprendimiento de comunicación cultural ARGOT Prensa., aquel que desarrolló en 2015. “Es difícil dejar a un gran amor. Desarrollé este emprendimiento cuando regresé a Mendoza luego de nuestro año en Ecuador y, desde entonces, ha sido el espacio que elijo para mi expansión profesional. Y aunque siempre trabajé con modalidad home office, al principio hubo quienes tenían dudas de cómo iba a resolver las campañas de prensa estando en otro país. Pero eso era antes de que pudiéramos comprobar que muchos oficios pueden realizarse de manera remota. Entonces eso dejó de ser una duda. También trabajé mucho para que cada artista sintiera mi acompañamiento pese a la distancia. Me siento parte de los proyectos que comunico”, se sincera.

Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.
Se conocieron por accidente en unas vacaciones y ella dejó Mendoza para irse a vivir a un paraíso en Canadá. Foto: gentileza Mariela Encina Lanús.

A nivel personal y sentimental, el vínculo de la comunicadora cultural con las raíces que dejó en Mendoza también se mantienen vivas, al menos de la forma en que puede hacerlo. “Quiero y necesito estar presente en la vida de mis personas queridas. Claro que la mía es una presencia mediada y puede no ser suficiente. Pero prefiero más las charlas por privado que las demostraciones en redes sociales”, se sincera.

Hace algunas semanas, Mariela y Jay hablaban y divagaban sobre distintos aspectos de la vida. Y él, con la sinceridad a flor de piel, le dijo a su compañera que hace dos años ella no hubiese tomado la decisión de dejar todo atrás y mudarse a un país totalmente desconocido para ella. Marielita reconoce que esa frase, quizás sin demasiado filtro ni anestesia, la dejó pensando. “Me gusta desafiarme pero, sin querer o tal vez queriendo, acá lo estoy haciendo más seguido. Estoy aprendiendo a esquiar, a manejar, a andar en cuatriciclo, a enfrentar el vértigo -en puentes colgantes o vueltas al mundo a grandes a alturas-, a cocinar recetas impensadas, como de comida india, por ejemplo”, sintetiza.

De a poco la “chaqueña-neuquina-mendocina” se va a adaptando a las condiciones de su nueva vida. Los tiempos de la vida en la montaña, los inviernos de medio año y los -25° son, probablemente, los factores que más tiempo le demandaron para adaptarse. Lo mismo ocurre con el idioma –no solo en lo que hace a la pronunciación, sino también a su vínculo con la construcción del pensamiento- o con otras costumbres, como cenar a las 17 o 18. “En casa tenemos horarios más argentinos”, confiesa.

A la distancia, y consultada sobre lo que más extraña, Mariela elige otra cita de esas que las ha hecho reflexionar más que de costumbre. “Hace un tiempo vi una entrevista a Camila Sosa Villada -escritora y actriz cordobesa- que me conmovió profundamente. Decía, sobre qué es lo que nos hace felices: ‘no son los lugares, no son los países, no son las ciudades. Son las personas lo que hace que una sea feliz o infeliz. No es la patria. Son tus padres, tus amigos, son las personas que te hacen sonreír. Esas son las personas que importan’. Y yo extraño abrazar a las personas que importan. Las charlas infinitas en la sobremesa, la manera en que entendemos la proxémica, la confrontación como ejercicio democrático. Extraño no estar en las calles, en momentos en que se nos necesita en las calles. Extraño todas mis memorias”, piensa en voz alta. Y, para el cierre, casi no tiene dudas en resumir aquello con lo que se ha acostumbrado a vivir cómodamente lejos de Mendoza. “No extraño el viento Zonda”, cierra.

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