Pandemias, pobreza y medio ambiente

Los países deben resolver problemas graves de calidad de vida como la pobreza y sus consecuencias de hacinamiento, hambre y saneamiento.

La lucha contra el cambio climático es uno de los retos que enfrenta la humanidad, uno de los más graves como amenaza global. / Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
La lucha contra el cambio climático es uno de los retos que enfrenta la humanidad, uno de los más graves como amenaza global. / Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Pestes, tal como se denominaba antiguamente a las epidemias, hubo siempre. Algunas no pudieron ser controladas eficientemente y causaron millones de víctimas producto de su capacidad de contagio, alta letalidad y también de los insuficientes conocimientos y medios sanitarios disponibles para contenerlas.

Hay mucha bibliografía que ilustra antecedentes de estas desgracias que produjeron angustia, pobreza y víctimas en las sociedades a través del tiempo. El “Ensayo sobre el principio de la población (1798)”, es una de las más importantes cuyo autor es nada menos que Thomas Malthus, un monje inglés, pensador del siglo XVIII que dedicó la mayor parte de su vida al estudio de la pobreza y los medios de subsistencia. Malthus llegó a afirmar que ciertos eventos como las pestes, las guerras, la pobreza extrema y los cataclismos naturales, son fenómenos reguladores del crecimiento poblacional. En el caso particular de las pestes describió los escenarios habituales donde éstas aparecían, que en la época eran las cárceles, las fábricas o talleres; los asilos y los asentamientos de pobres en calles estrechas y poco ventiladas de las grandes ciudades. También algunos factores que nunca faltan en comunidades vulnerables que son el hambre y la escasez de agua potable, condimentos esenciales para el desarrollo de enfermedades como las influenzas, el ébola o las viruelas que han asolado a Europa desde hace varios siglos.

Dice Malthus: “No pretendo insinuar que las epidemias se formen en esos sitios, pero sí es observable que son los lugares donde hacen estragos porque predisponen al contagio”. También conceptualizaba que aquellos pueblos, que aun produciendo alimentos no conseguían satisfacer la necesidad de parte de su gente, estaban más cercanos a ser víctimas de estas enfermedades que aquellos que adecuaban su producción a la cantidad de sus habitantes. Lo cierto es que, más de 200 años después, las epidemias o pandemias continúan y con igual o más virulencia como el presente coronavirus, que está llenando al mundo de víctimas en todos los continentes. Las autoridades nos dicen diariamente que el virus circula por todos lados, pero los centros principales de ataque son básicamente los mismos a los que Malthus se refería. Es decir, todas las comunidades vulnerables por pobreza, hacinamiento o deficiencia sanitaria. Pero en lo que no acertó de manera completa fue acerca del rol regulador del crecimiento poblacional descontrolado en los últimos 70 años. En la era moderna, desde la gripe rusa -en 1889 que se llevó alrededor de un millón de muertos-, o la gripe española en 1918 con aproximadamente 50 millones de víctimas o la recordada Gripe A en 2009 (H1N1) de origen porcina que mató a 500 mil personas hasta estos días, han ocurrido muchos eventos masivos similares y devastadores en vidas humanas, hasta que a fines del año pasado apareció el coronavirus.

Las pandemias, así como la pobreza y los fenómenos climáticos a los que identificamos como calentamiento global, no son acontecimientos aislados que ocurren respondiendo a causas específicas de cada uno.

La humanidad se ha visto golpeada por fenómenos climáticos, sanitarios o sociales en todas las épocas, pero han ido aumentando en una relación bastante coherente con el crecimiento de la población del planeta y han provocado desde movilizaciones hasta exterminios de poblaciones enteras relacionadas con desequilibrios causados por la enorme presión ejercida sobre los recursos naturales y sus efectos en términos de violencias sociales, hambrunas, migraciones o pestes.

La pobreza extrema no es generadora de enfermedades, pero sí es un condicionante para el desarrollo de epidemias.

En su marco, un virus letal como el Covid-19 puede hacer tanto estrago como el tamaño del bolsón de pobreza existente en cualquier región.

La destrucción de la naturaleza en términos de extinción de especies, deforestación, o emisiones de gases de efecto invernadero, entre otros, fomentan la aparición y desarrollos de enfermedades infecciosas epidémicas, en cualquier lugar de la tierra.

El periodista alemán Phillip Bethge afirma que cuando la biodiversidad de un lugar se reduce, algunos tipos de virus se adaptan rápidamente al nuevo medio y suelen transformarse en especie dominante, opinión que es compartida por la ecologista americana Felicia Keesing, quien avanza un poco más, afirmando que, con una diversidad completa, es difícil que los patógenos puedan saltar al ser humano.

La destrucción de selvas también provoca la readaptación de transmisores como mosquitos y otros insectos y sus huéspedes. La mayor parte de las epidemias o pandemias conocidas han surgido de la convivencia de humanos y animales. Así veremos cerdos, aves, roedores o murciélagos. Muchos de ellos forman parte de la dieta alimenticia de países asiáticos, principalmente. La mayoría de ellas son conocidas como enfermedades zoonóticas y atacan vísceras vitales como pulmones, intestinos, o el sistema inmunológico.

En función de lo hasta aquí expresado nos preguntamos hasta cuándo los países seguirán sin resolver problemas graves de calidad de vida, como la pobreza y sus consecuencias de hacinamiento, hambre y saneamiento, lo que las hace vulnerables a cualquier cataclismo natural o eventos como el presente, que tanto dañan a grandes poblaciones y a la diversidad.

Quizá sea el momento de intensificar la búsqueda de soluciones destinadas a la prevención de estos eventos masivos que producen empobrecimiento y destrucción de vida humana. El propósito no puede ser otro que evitar poner en riesgo a la humanidad misma. Esto es sin duda un gran desafío.

La lucha contra el cambio climático es el otro reto que enfrenta la humanidad y es potencialmente mucho más grave como amenaza global. Sólo la ciencia y las nuevas tecnologías, con algunos líderes mundiales, le prestan atención orientando sus acciones al conservacionismo, lo cual no es poco porque el tema está explicado e instalado en la sociedad mundial, pero sí insuficiente porque países y grupos poderosos niegan reconocer el problema de forma sistemática por razones que seguramente pasan por intereses económicos.

Ambas amenazas existen y los riesgos son evidentes, así como la responsabilidad que recae en el humano como causante y a la vez como víctima, pero no única sino acompañada por el resto de la vida en el planeta.

Hay una gran diferencia de miradas y acciones de la sociedad mundial hacia ambos riesgos que la amenazan y es una pena que las grandes democracias del mundo, aun habiendo establecido caminos de mitigación correctos y consensuados por muchos países, aún no se haya conseguido avanzar lo suficiente como para asegurarnos un futuro seguro.

El filósofo español, Daniel Innerarity, lo ve como dos crisis: una inmediata y específica (la sanitaria), y otra lejana y general (la ambiental) y en referencia a esta última afirma que no hay disposición a cambios que signifiquen variar el estilo de vida precisamente porque es así como funciona la sociedad actual, creando incentivos y presiones para atender lo urgente, lo ruidoso, lo visible sin importarle el largo plazo, aunque sea decisivo por los peligros que genera.

Tenemos en el mundo siete mil millones de personas que lo habitan que son gobernadas por menos del 1% constituido por los gobernantes y líderes mundiales. Se prevé que para 2050 sean nueve mil millones. Señores 1%, por favor ¡despierten!

*El autor es Especialista en temas ambientales.

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