Nuestra “monarquía” almuerza por TV y tiene una sola heredera: Juana Viale

Si el programa de Mirtha Legrand juega con la idea de ser una mesa de la realeza televisiva, el traspaso de corona se está haciendo efectivo.

Juana Viale
Juana Viale

Que Mirtha Legrand sea mortal es un postulado incómodo para el pueblo argentino. Nadie sabrá descifrar su fallecimiento y superado el estupor surgirá otra incógnita aún más agobiante: ¿sus almuerzos televisados son mortales también?

Cuando invitó al presidente y a su primera dama, el escritor Hernán Casciari analizó el suceso en el programa radial Todo pasa. Por la impunidad con la que interrumpía al mandatario y por el desparpajo de sus señalamientos, Casciari aventuró la siguiente hipótesis: Mirtha es una monarquía que no estaríamos entendiendo como tal.

Son populares los memes que hacen competir a Mirtha con la reina Isabel por un primer puesto de longevidad. Esta comparación no se agota en el estiramiento vital: el imaginario de Mirtha es monárquico; sus almuerzos y sus cenas suceden en decorados palaciegos, su vestimenta fastuosa roza el disfraz, se sienta en la cabecera de la mesa, ordena cuándo comer.

Los comensales asisten de gala, cuidan sus modales, preparan un discurso pertinente a la agenda. Estar ahí los honra, significa una estación obligatoria para continuar más confiados por el sendero de la fama. Poco importa que la competencia de Telefe, Podemos hablar, con su estética chic y su conductor sugar daddy, gane por un punto de rating: esa mesa es simbólicamente nula.

En toda monarquía la muerte implica un traspaso de corona. La investidura en sí no se altera, de hecho las instituciones deben mostrarse más sólidas durante una transición. Claro que Mirtha no murió: está en el limbo pandémico, pero que Juana Viale, su nieta, oficie de conductora como alguna vez lo hizo su hija Marcela Tinayre parodia la idea de Casciari. No por la continuidad sanguínea –algo demasiado obvio–, sino porque ahora el concepto del programa trasciende a la conductora de turno, la restringe, le impone normativas que parecían ajenas a su personalidad.

Juana Viale, enfant terrible, perpetúa la ideología de una institución heredada intercalando notas tan disonantes como inofensivas. Lookeada a lo Natalie Portman en Star Wars, juega eróticamente con algún accesorio y dice lo que el programa establece que hay que decir. ¿Mirtha habla a través de Juana? Tampoco. Mirtha pudo ser fundacional, pero su singularidad se esfumó.

Quien habla ahora y hablará por siempre es el programa como una institución paralela al Poder Ejecutivo. Su función es teatralizar un esquema socioeconómico que se resiste a morir: estatus, poder y división de clases como ordenadores de una realidad. Necesitamos esto como orientador meritocrático; observar cómo una realeza bendice a sus invitados, reconoce el esfuerzo de haber llegado hasta allí y los integra como elite. Tales honores serán recibidos a través de un ritual, uno que encontró en Argentina su santuario en un set de televisión.

* Este texto fue publicado originalmente por La Voz. Se reproduce aquí con la autorización correspondiente.

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